Rafalito |
Alberto Baena |
Olía a ropa recién planchada. Había subido al autobús en una de las innumerables paradas que llevábamos haciendo desde Málaga. Voluminosa y fuerte, arrastraba una enorme maleta verde. Me levanté para ayudarla a colocar la maleta en el portaequipajes y, mientras acomodaba sus carnes en el asiento contiguo al mío, me dio las gracias y me dijo que yo le recordaba a su nieto Rafalito, que está ya en tercero de Derecho y que a ella la quiere mucho y que la llama de cuando en cuando, por las noches, y que ella se pasa los días esperando a que su Rafalito la llame y que es el niño más guapo del mundo, «que mire usted qué guapo está en esta fotografía y eso que el día de la foto estaba un poco cansado porque había pasado toda la noche sin dormir, el pobre, que para pagarse los estudios, trabaja, y trabaja mucho porque tiene que hacer de 'drag-queen' en un bar y ese es un trabajo muy complicado y de mucho peligro, que tiene que subirse a unos zapatones muy altos y bailar desde ahí arriba», y ella cree que desde allí arriba es muy difícil bailar porque puede uno caerse y hacerse daño y, siempre que la llama su Rafalito, se lo dice: «Rafalito, ten cuidado que esos zapatos son muy altos y al bailar desde ahí arriba te puedes caer»; pero su Rafalito, el pobre, aunque la entiende y le dice «que sí, abuela, que tengo cuidado, que no te preocupes», pues tiene que ponerse esos zapatones y bailar. Me dijo que ella va a verlo porque tiene la sensación de que últimamente su Rafalito está comiendo muy mal, que ya no tiene a su abuela a su lado para guisarle esas lentejas que tanto le gustan y que le sientan tan bien; que hace dos semanas que la llama menos y cuando la llama tiene la voz más apagada y eso una abuela lo nota; porque su Rafalito, aunque ella no lo haya parido, es carne de su carne, y antes tenía la voz más cantarina. Y es que su Rafalito canta. Y canta como los ángeles, que era una gloria oírlo cantar en el pueblo el Yo soy minero o alguna de la Pantoja, que le gusta mucho a su Rafalito imitar a las estrellas del cante; y hasta algunos pinitos hacía bailando, como aquella vez que se puso el traje de flamenca de su hermana y les bailó una bulería de Camarón. Pero claro, ahora desde esa altura de los zapatos tan grandes, a ver cómo va a bailar bien. Seguro que, con lo mal que está comiendo, desde ahí arriba, hasta se marea. Pero él le dice «que no, abuela, que no te preocupes, que no como mal, lo que pasa es que estoy comiendo menos porque estaba engordando un poco y no me entraban los trajes y me estoy poniendo a un régimen que le ha mandado un médico naturista del Tarot a una amiga mía, que tiene que tomarse seis huevos crudos por la mañana y después ponerse las cáscaras de lo huevos dentro de los zapatos, y pasarse el día andando sobre ellas, que tienen mucho calcio; y estar siempre bebiendo coca-cola 'light' sin cafeína y sin azúcar, hervida la noche antes para que se le vaya el gas; y yendo al baño; y así durante dos semanas y después otras dos semanas tomando los huevos a mediodía, pero sólo las claras». Y claro, pues está un poco cansado su Rafalito, pero le está dando un resultado bárbaro, que ya ha perdido tres kilos en solo cinco días. Su Rafalito es que tiene una voluntad de hierro. Ella siempre, me dijo, se lo dice a su padre, al padre de su Rafalito, ese donnadie que se casó con su hija de penalti y que la ha hecho una desgraciada: «tu hijo sí que tiene una voluntad de hierro, no como tú, que eres un pintamonas». Su hija tan guapa, tan lista y tan buena; que a ella, sólo a ella salió su Rafalito, que de ese cantamañanas no tiene nada más que el apellido, que si ella llega a saberlo cuando su hija le llegó aquella tarde de invierno hecha una Dolorosa, la pobre, y le dijo que se había hecho la prueba de la rana y que estaba embarazada y que se tenía que casar, ella le habría dicho que bueno, que tuviera el hijo, pero que con ese cero a la izquierda que no se casara porque iba a hacerla una desgraciada, y así ha pasado. Lo que pasa es que una se equivoca y no sabe decidir cuando le vienen todos los problemas juntos, porque ella ha sido siempre la que ha tenido que sacar las castañas del fuego, que su marido, su pobre Rafael, que en paz descanse, era muy bueno, pero un sinsangre, y ella ha tenido que sacarlos a todos adelante sin estar preparada; porque a ella le hubiera gustado estar más preparada, como las chicas de ahora. Si ella hubiera nacido ahora, desde luego, no la habrían cogido en ésta, toda la vida nada más que haciendo de comer y trayendo hijos al mundo, que es lo que ella le dice a su Rafalito cuando sale el tema: «No te cases, Rafalito, no te cases, que al final vas a conseguir sólo tener una desgraciada en casa, nada más lavando pañales y haciendo de comer», aunque los hombres de ahora son distintos y ayudan mucho en casa. Y él se ríe con esa risa de ángel que es que la llena de alegría y le dice: «No te preocupes abuela, que yo no me voy a casar». Su Rafalito le dice que él va a terminar su carrera de Derecho y después decidirá por qué camino seguir, si de abogado o de 'drag-queen' y ella le dice que muy bien, Rafalito, que Dios escribe derecho con renglones torcidos, que a ella le costó muchísimo aprender a pronunciar esa palabra hasta que se enteró de que tenía que ver algo con la Reina, y a ella le cae muy bien doña Sofía, que ha sabido ser una profesional y ha sabido criar muy bien a sus hijos para que no den escándalos ni nada, que mira los de Inglaterra, que la madre, la pobre, no gana para sustos. Y es que el dinero no da la felicidad, que hay que ver qué alegría tener ya a las dos infantas casadas, la última con ese chico tan guapo, de apellido tan raro pero que fíjese qué bien ha venido, que hasta la Eta ha dejado de matar. A ella, dijo, siempre se le atraganta el apellido, y es que con tanto 'drag-queen' y con tanto Urdangarín parece que nos han cambiado el idioma, y lo que ella dice, que siempre ha habido de todo y allá cada uno, pero que en sus tiempos se decían las cosas a las claras o con rodeos, pero en cristiano. Y ella le dice a su Rafalito que haga como el príncipe, que no se case, que disfrute de la vida, que ya tendrá tiempo, y que total, para separarse a los dos años, como hacen ahora, que lo mismo se casan que se descasan
porque antes eso no pasaba, que a ella ni se le ocurrió, que a ella la educaron a la antigua, en el «dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión» y en el «casamiento y mortaja del cielo baja», que tiene la salud quebrada de haber traído tantos hijos al mundo, que se pasó la juventud embarazada o dando de mamar; y haberlos parido en su casa, sin anestesia, que le ha quedado una anemia de caballo de tanta sangre que ha perdido durante toda su vida, que lo que parece mentira es que siga viva a sus años, con todos los hijos que ha traído al mundo y la cantidad de pañales que ha lavado a mano y los potajes que ha guisado, que, como ella dice, si pudiera hacer una fila con todas las lentejas que ha cocinado a lo largo de su vida, que es que a ella le gusta mucho guisar lentejas, porque le dijo el médico, don Manuel, que es una eminencia, que las lentejas tienen mucho hierro; pues si se pudieran ensartar todas esas lentejas como se ensartan las perlas en los collares, llegarían a Dios sabe dónde, porque ella ha cocinado muchas, muchas lentejas, que tienen mucho hierro, que se lo dijo don Manuel, y el hierro es muy bueno para la salud. Y para la voluntad, que así le ha salido su Rafalito, con una voluntad de hierro; no como su padre, el de su Rafalito, el pelagatos ése que dejó embarazada a su pobre hija en un descuido, que la pobre es que se descuidó y ese mindundi la dejó embarazada, que ya es mala pata, a la primera, y es lo que ella piensa a veces, «mindundi, sí; pero qué puntería, hijo; que sólo con una vez ya la dejó en estado», y eso que su pobre hija tenía también una voluntad de hierro gracias a las lentejas que ella le había ido dando para comer. Para entonces ya habíamos llegado a Madrid y al bajar del autobús la invité a cenar un potaje de lentejas en un restaurante frente a la estación. A ella y a su Rafalito, que la estaba esperando en el andén subido en unos enormes zapatones plateados y con un manual de derecho administrativo en la mano derecha, que agitaba nervioso para saludar. |