La lista

 Marta Bernar Arocena


Para mi ahijada Susana,

que tiene la «suerte» de oír mis cuentos antes que nadie


La lista de Silvia nunca deja de crecer. Silvia es coleccionista, coleccionista de zapatos, coleccionista de amantes. Para Silvia vienen a ser lo mismo. Para cada nueva cita, Silvia compra un nuevo par de zapatos. Pero igual que cada cita, los zapatos le duran más bien poco. Silvia siempre se viste de negro y rojo para sus citas, negro como las viudas, rojo como la sangre, además, a Silvia no le gusta lo usado, ni los hombres ni los zapatos. No los presta jamás (dice que si no se deforman, los zapatos y los hombres, y ya no vuelven a ser los mismos). Por eso Silvia estableció una estrecha relación zapato-hombre. Una vez finalizada la cita con el hombre, éste ya no vale. Y por ende, el zapato tampoco. Pero a Silvia le gusta amortizar sus compras, y por eso, con el tacón de cada nuevo zapato, y en cada nueva cita, golpea a cada hombre hasta matarlo.

Un día Silvia conoce a otro hombre. No es nada del otro mundo, sólo otro para su colección. Deciden quedar, así que Silvia sale a la caza y captura de un nuevo par de zapatos, pero esta vez Silvia no encuentra ninguno.No sabe qué hacer. No puede usar un par antiguo, eso va contra sus principios, pero tampoco puede dejar de acudir a su cita. Silvia siempre cumple lo que promete y a él le ha prometido que acudiría. Además, él insistió en que sería una noche inolvidable. Entonces Silvia decide que esto es una señal, una señal que Dios le envía para comunicarle que éste es el hombre que esperaba; la horma de su zapato. Por eso Silvia se acicala, se pone guapa y se maquilla. «Hoy es la definitiva», se dice a sí misma.

Cuando llega al bar donde han quedado, le ve enseguida. Está muy guapo, todo trajeado y con los zapatos brillantes y lustrosos. Él le entrega un paquetito. Silvia lo abre y encuentra un pañuelo. Él le dice que no se lo ponga todavía. Charlan un rato y al final acaban en casa de ella. Silvia se da cuenta de que a él también le gustan las cosas bien hechas. Al llegar allí él le pide que se ponga el pañuelo, sólo el pañuelo. Silvia accede. Está muy contenta. Él la toma entre sus brazos y anudándole el pañuelo a la garganta, lentamente, empieza a tirar de los extremos. Con su último aliento, Silvia se da cuenta de que él también cumple siempre sus promesas y de que también él ha establecido una estrecha relación pañuelo-mujer. Pero, a diferencia de ella con los zapatos, él sí había encontrado un pañuelo nuevo para su nueva cita.

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