Eternas rivales / transportes singulares
Lucio Liaño

 

María mira frecuentemente, desde su mesa de trabajo en las oficinas del Banco a Martín, el jefe de sección, parapetado tras una mampara de cristal. Su mirada muestra a las claras que se siente atraída por él.

Dos filas más atrás, Marta mira con frecuencia a Martín, con el mismo descaro que lo hace María y por la misma razón.

Martín parece encantado con esta situación. Ha dejado de salir con Margarita, Marcela, Mari Mar y otras chicas de la oficina, y se dedica en exclusiva a María y Marta.

María sabe con seguridad que le gusta a Martín. No tiene la menor duda de que, si no fuera por Marta, Martín se habría decidido por ella. Hasta el propio Martín se lo ha dicho muchas veces: 
—María, me gustas muchísimo, eres tan atractiva, tan simpática, tan transparente, que no puedo dejar de pensar en ti.
—Entonces, ¿por qué sales también con Marta? 
—No tienes porqué ponerte celosa, María —le contesta invariablemente Martín.

María no sabe cómo romper esta situación, hasta que un día ve a Martín y Marta en una cafetería, y, sin que ellos la vean, observa cómo Martín parece fascinado por la nariz respingona de Marta, que no deja de besársela y mordérsela. En cuanto puede se mira a un espejo y observa descorazonada su nariz recta y un poco larga. En ese momento decide aprovechar las próximas vacaciones de Semana Santa para tener una nariz respingona.

El mismo Lunes Santo va a una famosa clínica de cirugía plástica. 
—Doctor, quiero tener una nariz como ésta —le dice al cirujano enseñándole la nariz de Marta en una foto sacada en la comida de empresa de las navidades últimas.

Apenas unas horas más tarde, en la misma clínica, Marta, que está harta de que Martín le diga que se siente vivamente atraído por una chica tan simpática, atractiva y natural, como ella, pero que ha visto, más de una vez, cómo besa con pasión los labios carnosos de María, saca una foto idéntica a la que había llevado poco antes María y dice:
—Doctor, quiero tener unos labios como éstos —señalando los de María.

A la vuelta de las vacaciones, Martín, al entrar en la oficina, ve a María en su mesa de trabajo, la saluda, la mira y sonríe. Dos filas más atrás ve a Marta, la saluda, la mira y sonríe.

Al día siguiente Martín comienza a salir con Margarita, una chica atractiva, simpática y natural, de nariz recta y labios finos.

Transportes Singulares

Pedro y Juan se habían especializado en transportar los materiales más delicados y extravagantes. Para ello disponían de un camión perfectamente pertrechado de toda clase de instrumental y accesorios de la más alta tecnología. No en vano Juan había cursado estudios de ingeniería industrial.

Con tan especial camión, su empresa, Transportes Singulares, S.L., no tenía competencia. Cuando alguien necesitaba transportar un par de jirafas, sabía que Transportes Singulares lo hacía con gran rapidez y eficacia. Unos sensores activaban un mecanismo que abrían unas compuertas en el techo del camión por donde las jirafas sacaban sus inacabables cuellos. Si se trataba de una ballena, una cámara de T.V. captaba su contorno y esta señal, tratada por un sistema de reconocimiento de imagen, adaptaba la caja del camión hasta convertirla en una confortable piscina. Si había que llevar una bomba de hidrógeno, el camión se convertía en un contenedor antiatómico con un dispositivo infalible para neutralizar cualquier reacción en cadena. Hasta disponían de lo que Pedro y Juan habían patentado con el nombre de “Ambulancia Activa”, que era un auténtico quirófano, con un robot programado para operar, en pocos minutos, de cualquier dolencia de corazón, hígado, estómago o huesos. La mayoría de las veces el ingreso en el hospital se hacía para dar de alta al enfermo.

Tal era el prestigio de Transportes Singulares S.L. que Pedro y Juan recibieron una oferta muy tentadora de Mr. J. Jackson, uno de los productores de la serie James Bond. Pero ellos le dijeron que no pensaban venderla ni por todo el oro del mundo; que lo suyo era vocación y continuarían con su camión hasta el final.

Un día Transportes Singulares recibió el encargo de llevar unos agujeros a una fábrica de tubos de gaseoducto de gas natural. Eran unos agujeros circulares de cerca de tres metros de diámetro. Pedro y Juan prepararon unos embalajes de aire comprimido para sujetar los agujeros y los subieron al camión.

La fábrica de tubos estaba situada a media ladera de una montaña para cumplir con las exigencias de las normas del Ministerio del Medio Ambiente. La carretera era empinada, estrecha y llena de baches. Había placas de hielo en algunas sombrías, y por todo esto Pedro y Juan llevaban el camión con mucho cuidado.

Quedarían un par de kilómetros para llegar a la fábrica, cuando sintieron un golpe seco. Pedro, que iba conduciendo, paró el camión y le dijo a Juan:
—Juan, echa un vistazo, a ver qué ha sido eso.

Juan bajó del camión. Sorteó como pudo las placas de hielo a su paso para llegar a la parte trasera del camión. Comprobó que la puerta de atrás se había abierto y un agujero se había caído a la carretera. Con los baches el aire comprimido había rozado la puerta y, con su enorme presión, ésta se había abierto súbitamente.
—¡Malditos baches! —dijo.—¡Juan, echa un poco para atrás, que se ha caído un agujero! 

Y Juan echó para atrás, pero no pudo evitar que el camión resbalara por el hielo unos centímetros más de lo previsto. En un segundo el camión arrastró a Pedro, y los dos juntos desaparecieron por el agujero.

Allí terminó Transportes Singulares, S.L. Nadie, desde entonces, se ha atrevido a seguir los pasos de Pedro y Juan.

 
Volver al índice