María
mira frecuentemente,
desde su mesa de trabajo en las oficinas del Banco a Martín, el jefe
de sección, parapetado tras una mampara de cristal. Su mirada muestra
a las claras que se siente atraída por él.
Dos
filas más atrás, Marta mira con frecuencia a Martín, con el mismo descaro
que lo hace María y por la misma razón.
Martín
parece encantado con esta situación. Ha dejado de salir con Margarita,
Marcela, Mari Mar y otras chicas de la oficina, y se dedica en exclusiva
a María y Marta.
María
sabe con seguridad que le gusta a Martín. No tiene la menor duda de
que, si no fuera por Marta, Martín se habría decidido por ella. Hasta
el propio Martín se lo ha dicho muchas veces:
—María, me gustas muchísimo, eres tan atractiva, tan simpática, tan
transparente, que no puedo dejar de pensar en ti.
—Entonces, ¿por qué sales también con Marta?
—No tienes porqué ponerte celosa, María —le contesta invariablemente
Martín.
María
no sabe cómo romper esta situación, hasta que un día ve a Martín y Marta
en una cafetería, y, sin que ellos la vean, observa cómo Martín parece
fascinado por la nariz respingona de Marta, que no deja de besársela
y mordérsela. En cuanto puede se mira a un espejo y observa descorazonada
su nariz recta y un poco larga. En ese momento decide aprovechar las
próximas vacaciones de Semana Santa para tener una nariz respingona.
El
mismo Lunes Santo va a una famosa clínica de cirugía plástica.
—Doctor, quiero tener una nariz como ésta —le dice al cirujano enseñándole
la nariz de Marta en una foto sacada en la comida de empresa de las
navidades últimas.
Apenas
unas horas más tarde, en la misma clínica, Marta, que está harta de
que Martín le diga que se siente vivamente atraído por una chica tan
simpática, atractiva y natural, como ella, pero que ha visto, más de
una vez, cómo besa con pasión los labios carnosos de María, saca una
foto idéntica a la que había llevado poco antes María y dice:
—Doctor, quiero tener unos labios como éstos —señalando los de María.
A
la vuelta de las vacaciones, Martín, al entrar en la oficina, ve a María
en su mesa de trabajo, la saluda, la mira y sonríe. Dos filas más atrás
ve a Marta, la saluda, la mira y sonríe.
Al
día siguiente Martín comienza a salir con Margarita, una chica atractiva,
simpática y natural, de nariz recta y labios finos.
Transportes
Singulares
Pedro
y Juan se habían especializado
en transportar los materiales más delicados y extravagantes. Para ello
disponían de un camión perfectamente pertrechado de toda clase de instrumental
y accesorios de la más alta tecnología. No en vano Juan había cursado
estudios de ingeniería industrial.
Con
tan especial camión, su empresa, Transportes Singulares, S.L., no tenía
competencia. Cuando alguien necesitaba transportar un par de jirafas,
sabía que Transportes Singulares lo hacía con gran rapidez y eficacia.
Unos sensores activaban un mecanismo que abrían unas compuertas en el
techo del camión por donde las jirafas sacaban sus inacabables cuellos.
Si se trataba de una ballena, una cámara de T.V. captaba su contorno
y esta señal, tratada por un sistema de reconocimiento de imagen, adaptaba
la caja del camión hasta convertirla en una confortable piscina. Si
había que llevar una bomba de hidrógeno, el camión se convertía en un
contenedor antiatómico con un dispositivo infalible para neutralizar
cualquier reacción en cadena. Hasta disponían de lo que Pedro y Juan
habían patentado con el nombre de “Ambulancia Activa”, que era un auténtico
quirófano, con un robot programado para operar, en pocos minutos, de
cualquier dolencia de corazón, hígado, estómago o huesos. La mayoría
de las veces el ingreso en el hospital se hacía para dar de alta al
enfermo.
Tal
era el prestigio de Transportes Singulares S.L. que Pedro y Juan recibieron
una oferta muy tentadora de Mr. J. Jackson, uno de los productores de
la serie James Bond. Pero ellos le dijeron que no pensaban venderla
ni por todo el oro del mundo; que lo suyo era vocación y continuarían
con su camión hasta el final.
Un
día Transportes Singulares recibió el encargo de llevar unos agujeros
a una fábrica de tubos de gaseoducto de gas natural. Eran unos agujeros
circulares de cerca de tres metros de diámetro. Pedro y Juan prepararon
unos embalajes de aire comprimido para sujetar los agujeros y los subieron
al camión.
La
fábrica de tubos estaba situada a media ladera de una montaña para cumplir
con las exigencias de las normas del Ministerio del Medio Ambiente.
La carretera era empinada, estrecha y llena de baches. Había placas
de hielo en algunas sombrías, y por todo esto Pedro y Juan llevaban
el camión con mucho cuidado.
Quedarían
un par de kilómetros para llegar a la fábrica, cuando sintieron un golpe
seco. Pedro, que iba conduciendo, paró el camión y le dijo a Juan:
—Juan, echa un vistazo, a ver qué ha sido eso.
Juan
bajó del camión. Sorteó como pudo las placas de hielo a su paso para
llegar a la parte trasera del camión. Comprobó que la puerta de atrás
se había abierto y un agujero se había caído a la carretera. Con los
baches el aire comprimido había rozado la puerta y, con su enorme presión,
ésta se había abierto súbitamente.
—¡Malditos baches! —dijo.—¡Juan, echa un poco para atrás, que se ha
caído un agujero!
Y Juan echó para atrás, pero no pudo evitar que el camión resbalara
por el hielo unos centímetros más de lo previsto. En un segundo el camión
arrastró a Pedro, y los dos juntos desaparecieron por el agujero.
Allí
terminó Transportes Singulares, S.L. Nadie, desde entonces, se ha atrevido
a seguir los pasos de Pedro y Juan.
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