Vendedores
Concha Márquez Olozagarre


El niño llegó corriendo con su mochila, sacó los botes de cristal y los colocó con suma delicadeza sobre la piedra del banco. Luego, desplegó una redoblada cuartilla donde se podía leer en letras de colores “Vendo pájaros de humo”. Alguien se paró.
—¿Qué vendes ahí?
—Son pájaros de humo —dijo señalando el cartel.
—No hay pájaros de humo.
—Sí los hay, yo los vendo.
—Y ¿cuánto valen?
—Cinco pesetas.
—¿No sabes que eso es robar?
—Yo no robo. Vendo pájaros de humo, están aquí dentro. Mire.
—Sólo veo pequeños botes de mermelada llenos de humo.
—Son pájaros.
—Ya, a cinco pesetas.
—Sí.
—Abre uno para que lo vea.
—Se escapará.
—Pero, si no lo veo... ¿cómo quieres que lo compre?
—Me ha costado mucho atraparlo. Si se escapa no me lo comprará.
—¿Te lo pago y lo abres?
—Me lo paga y se lo doy. Luego se lo lleva a donde no se le escape.
—Ya, ¿a mi casa tal vez?
—No sé.
—Y ¿qué come?
—Humo.
—¿Le tengo que meter humo en el bote?
—Sí.
—¿Y así no se escapa?
—No.
—Y ¿cada cuánto come?
—Cuando se le acaba la comida.
—Ya, si el humo se esfuma, hay que meterle más humo. ¿No es así?
—Sí.
—¿Y cuándo veo al pájaro? Porque así sólo veo el humo.
—Son pájaros de humo, aquí lo pone —dijo señalando el cartel.

Otro chaval de ojos relucientes y negros, más grandes tal vez, se acercó al banco.
—¿Me dejas un sitio?
—Sí.

Abrió su mochila y colocó sus frascos con mucho cuidado justo al lado de los pájaros de humo. Luego desplegó una redoblada cuartilla donde se podía leer en letras de colores “Vendo huevos de peces de colores”. Se restregó la nariz con la manga y levantó su mirada hacia el sombrero del comprador del abrigo gris. Contempló su bigote y le miró a los ojos dedicándole una sonrisa.
—Esto es el colmo del atraco. Y tú ¿qué vendes ahí?
—Huevos de peces de colores —dijo señalando el cartel.
—Pero, si sólo hay agua.
—No. Hay huevos de peces de colores.
—Ya, ahora son transparentes y luego se convierten en peces de colores.
—Así es.
—Y ¿cuánto valen?
—Cinco pesetas.
—¿No sabes que eso es robar?
—Yo no robo. Vendo huevos de peces de colores, están aquí dentro. Mire.
—¿Y cuánto tardan en nacer? ¿Eh?
—Depende del color.
—Claro, claro, ya entiendo y... ¿nace antes el rojo... tal vez?
—No sé, depende del cuidado y la comida.
—Ya, y tú vendes el alimento ¿no?
—No. Se vende tres bancos más allá —dijo señalando con el dedo.
—Sois una cadena bien organizada, bribones. Compro los peces y los pájaros, luego compro el humo y el alimento para peces...
—No todos los peces comen lo mismo.
—Ya me lo temía, depende del color ¿no es así?
—Sí.

Una señora mayor, de aspecto muy respetable se paró frente al banco, abrió su monedero, sacó un duro y lo dejó sobre la piedra. Luego, cogió un bote.
—Disculpe usted, señora. ¿Por qué ha comprado este pájaro de humo?
—Para que haga compañía al que me lleve ayer —contestó.

Y agarrando suavemente el botecillo entre sus manos, sonrió y se fue. 

 
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