Viernes noche
Begoña París Garcés


No sabía lo que hacía allí. Eran las cinco y media de la madrugada, y todavía estaba en ese antro, llamado “sitio de moda”, rodeada de gente superficial.

Para superficial, mi vida. Toda la semana trabajando en la sección de perfumería del Corte Inglés, soportando marujas que se echaban medio frasco de perfume encima del suyo, y al final se iban dejando una peste casi peor que la del tío que llevaba media hora intentando entrarme, y hablando de no sé qué finca a la que quería que fuésemos a pasar el fin de semana.

Fin de semana, fin de semana. Cinco largos días esperando el fin de semana y mira como lo malgasto. Con lo bien que estaría yo en la cama, pensé.
—¿Que si vamos a la cama? —me preguntó el pobre infeliz.
—No, no, perdona —le expliqué—, sólo pensaba en voz alta.
—A mí también me gusta la música alta —me respondió, el muy merluzo.
—No quiero ser borde, pero estás llegando al límite de mi paciencia —le digo a “grito pelao”.

Él va y me responde que también le encanta la ciencia. Que es físico nuclear.
—Ja —eso sí que tenía gracia—, si tú eres físico nuclear yo soy un mono.
—Gracias —dijo.

¡Joder!, se había creído que le llamaba mono.
—Lo siento, pero me voy —le dije con voz cortante.

En el coche de vuelta a casa no paraba de repetirme que como no cambiara de ambiente desperdiciaría mi vida. De pronto el coche se me paró en medio de la Castellana.
—¡El colmo, esto es el colmo! —grité casi fuera de mí.

La gente no hacía mas que pitar. Yo no entendía nada, hasta que noté unos golpecitos en la ventana. ¡No me lo podía creer! El merluzo en una Harley me sonreía desde el otro lado.
—¿A dónde te llevo, mi vida? —preguntó triunfante—. Sí, sí, no me mires con esa cara. ¡Te has quedado sin gasolina!

 
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