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El
libro de relatos Mentira cochina
escrito por los alumnos y alumnas del Taller de Escritura
de Madrid en el 2007, se presentará al público
el próximo sábado 16 de junio de 2007 en la sala Clamores
de Madrid, calle Alburquerque, 14, metro Bilbao, a las 19:30
horas.
Nadie duda del encanto de las mentiras, ni, por supuesto, del encanto de los mentirosos. Pero si, además, esas mentiras son cochinas, uno está dispuesto a perdonarlas de antemano. Las mentiras cochinas, frente a sus hermanastras, las mentiras piadosas, son más provocadoras y gamberras, se mueven en los límites del humor, de lo fantástico, copulan, van al baño y dicen palabrotas. Eso lo saben bien los sesenta siete autores mentirosos que firman este libro. Por eso no han dudado en contarnos secretos de familia, vicios inconfesables, muertes repentinas, infidelidades, asesinatos… convencidos de su capacidad para enredarlos, para convertir la ficción en pura realidad. Hay, en las cochinas mentiras, verdades como puños que también saben golpearnos. ¿Pero cómo no perdonárselo?, ¿No son, acaso, encantadoras? |
Prólogo de Milagros García Guerrero
El cochino catorce
Hace ya catorce años que el Taller de Escritura de Madrid existe. ¡Catorce! Es un buen número. De hecho releyendo a Borges descubrí que el número catorce representa el infinito. Así que me paré a pensar en toda la simbología que para un escritor está encerrada en este número. Resulta que el catorce representa el infinito porque Dios, el Creador, el primer mentiroso, trabajó durante seis días y al séptimo descansó. Es decir, durante seis días estuvo soñando con esas criaturas, creadas a su imagen y semejanza, dándoles un espacio y un tiempo que pudiera servirles para desarrollar sus conflictos, para justificarlos también. Descansó y, entonces ¿qué hizo Dios después? Probablemente, lo que cuenta Borges en su cuento Las ruinas circulares, volvió a soñar durante otros seis días con otras criaturas, hechas a su imagen y semejanza también, en otros mundos, en otro espacio, en otro tiempo. El séptimo día, que ya sería realmente el décimo cuarto, volvió a descansar. Esa es una de las razones por las que el catorce representa ese ciclo inagotable que supone soñar para imaginar seres, para imaginar otros mundos, a nuestra imagen, tan parecidos a nosotros que son nosotros mismos. Qué buen número entonces para un Taller de Escritura, para un escritor, para un mentiroso.
Así pues, no abandoné a Borges y me puse a buscar en cuáles de sus cuentos, además de en Las ruinas circulares, aparecía el número catorce, relacionado, ya no sólo con la idea del infinito, que ya ha quedado bastante clara, sino con la idea del creador. No tuve que indagar mucho. Allí estaba La casa de Asterión, ese magnífico cuento sobre el mito del laberinto de Creta y su monstruoso morador, el Minotauro. La propia bestia nos describe su casa y nos dice que catorce —infinitos— son los abrevaderos que la componen, los pesebres, los patios, los aljibes…, porque la casa es del tamaño del mundo que, a su vez, tiene catorce —infinitos— mares, templos… Sólo hay dos cosas que son únicas: el sol, arriba y él, Asterión, abajo. Por eso en su soledad, el monstruo se pregunta si habrá sido él el creador de las estrellas, del sol y hasta de su misma casa. ¡Pobre bestia!, que para ahuyentar su soledad está condenada a crear, a imaginarse que a veces no es él, que es otro, parecido a él, que recorre por primera vez los infinitos pasillos, las esquinas iguales, las bodegas que se bifurcan, esperando la llegada de un redentor.
Puede que a estas alturas uno no termine de entender qué tiene que ver el Minotauro con un Taller de Escritura, pero si seguimos pensando en el mito, ya no en lo que está dentro del laberinto, sino en los que están fuera, si pensamos en el héroe, en Teseo, que mata a la bestia después de que Ariadna le diera la solución: un ovillo de lana, un hilo capaz de introducir al héroe hasta el mismísimo centro del infinito y capaz de sacarlo de allí, las relaciones con el escritor, con el creador, empiezan a estar más claras. En muchas ocasiones, Ariadna ha sido relacionada con un prototipo literario que está en todas las culturas, la mujer capaz de con su ingenio, con sus mentiras, con su poder seductor, de salir airosa de las circunstancias más adversas. Y si pensamos en esto, pensamos en Sherezade, en la “encantadora”, la embaucadora por excelencia capaz de calmar la ira del sultán, Harun al-Rashid, durante mil y una noches, poniendo en sus manos otro ovillo, otro hilo, el de la magia de los cuentos.
Harun al-Rashid, como Asterión, también pide para calmar su monstruo interior un sacrifico de sangre, también mata doncellas. Pero Sherezade sabe, como lo sabe Ariadna, como lo sabemos todos los que escribimos, que sólo imaginando otros mundos, creando criaturas a nuestra imagen y semejanza, nos aproximamos al misterio de lo infinito, al misterio de nuestra propia existencia. No en vano, Ariadna recibió como premio, no el amor de Teseo, a fin de cuentas él sólo había sido otro de sus criaturas, sino el amor del mismísimo dios Dionisio-Baco, durante cuyas celebraciones, las famosas Bacanales, aprovechaban los dramaturgos para dar a conocer sus nuevas obras, ya que es un dios relacionando con la renovación, con el fruto, con la primavera. Ariadna, su ovillo, su hilo conductor capaz de guiar a Teseo hasta el infinito y destruir al monstruo, recibió la bendición del dios creador que todo lo baña en vino.
En fin, no quiero insistir más en lo importante que es para un escritor el número catorce y nuestra capacidad para soñar infinitos mundos, infinitos seres. Muchos han relacionado la mismísima existencia del ser humano con el sueño, la m entira y la posibilidad de que no fuéramos reales y sólo fuéramos criaturas que Alguien estuviera soñando. Se me viene a la cabeza Segismundo, el protagonista de La vida es sueño, pero si hay un héroe capaz de representar esta relación estrecha y conmovedora entre escritura, sueño, realidad e infinito y una mentira cochina, ese es el astronauta Buzz Lightyear de la película Toy Story. Me conmueve profundamente el conflicto de este personaje, un muñeco que no sabe que lo es, que no imagina que alguien lo soñó para que fuera sólo eso, una imagen de sí mismo, pero que, en realidad, no tiene origen, no tiene vida “real”. Desde que aparece en la película, uno no deja de sufrir intuyendo lo que sentirá el muñeco-hombre cuando descubra la mentira y vea que no hay una misión, que no hay una nave nodriza, que está sólo, con otros muñecos que como a él, también los soñaron. Cuando llega ese momento, conmovedor, el personaje se retuerce, no se resigna, lucha para tener una existencia real. Me gusta esa lucha, me parece que tiene que ver con lo que hacemos todos los escritores. Además, ¿cuál es el grito de guerra de Buzz Lightyear? Sí, lo adivinaron, no podría ser otro… “¡Hasta el infinito y más allá!, cochinos mentirosos”.
Milagros García Guerrero
Madrid, abril de 2007
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