Mis viajes al interior / EL METRO
Javier Arranz 


El cuerpo de bomberos

En el tercero de mis viajes me di cuenta de lo paradójica que puede llegar a ser la conducta humana. Decidí explorar más allá de las fronteras del pueblo de los danone. Recordará el lector que fue en mi primer viaje cuando descubrí a estas curiosas gentes. Un pueblo atleta, sano y bien formado. Siempre preocupado por su físico, por el deporte y la buena alimentación. La adoración que hacen del cuerpo es tal que todo lo fabrican forrado de espejo. Las fachadas, los muebles, los coches, cada imagen se reflejaba, decenas, cientos, miles de veces. Se mueven con asombrosa rapidez por ese laberinto de espejos en el que yo, irremediablemente, acababa pegándome un batacazo contra mi propia imagen en cualquier esquina. A pesar de su agilidad y reflejos, recordará el lector que me costó muchísimo esfuerzo obtener información de esta gente pues son extremadamente simples.

Bien, el caso es que en este tercer viaje crucé sus fronteras y me encontré con un pueblo al borde de la extinción: los zippo. Tras realizar varios estudios sobre modificación de hábitat, cambios en el ciclo biológico, epidemias y limpieza étnica, no logré averiguar la razón de este extraño fenómeno. Decidí dejar de estudiar el entorno y comencé a buscar la raíz del problema entre sus gentes. Después de unos meses de investigación descubrí la causa por la que este curioso pueblo no puede tener descendencia. Los zippo son una gente “de mechero fácil”, como ellos se definen, es decir, que se encienden con facilidad. Averigüé que desde diez años atrás las sequías estaban siendo tan fuertes y continuadas que dejaban los bosques totalmente áridos, y la más mínima chispa los hacía arder. Así que en cuanto un zippo se encendía un poco se declaraba un incendio. Aquello llegó a ser un infierno: uno se declaraba inocente, otro declaraba la renta, el de más allá declaraba su amor..., los zippo no podían vivir entre tanto incendio declarándose.

Ante la gravedad del problema decidieron salir en busca del mejor cuerpo de bomberos que pudieran encontrar, y el lugar más indicado era sin duda el país de los danone. Allí consiguieron un estupendo cuerpo con brazos, piernas, pecho y espaldas fornidísimos, pero, como es habitual entre los danone, con escasa cabeza. Los zippo le dieron unas instrucciones muy claras que, curiosamente, comprendió a la primera, y se le exigió la máxima rapidez en sus intervenciones, pues la situación era desesperada. “Debes acudir en el acto”, le ordenaron. Desde aquel día ningún incendio se ha vuelto a declarar y, desde aquel día, no hay pareja que pueda consumar el acto, pues en cuanto comienzan, allí se presenta el cuerpo de bomberos.

 

Los ludos

En mi cuarto viaje decidí cruzar las cordilleras del sur. Tras ellas me encontré con los ludos. En el primer contacto con ellos perdí el reloj, en el segundo la mochila, y en el tercero el resto del equipo. No había hecho más que llegar y ya sólo tenía lo puesto. Preguntar algo a un ludo puede salir muy caro, pues ellos siempre contestan con otra pregunta, como “¿pares o nones?”, “¿piedra, papel o tijera?”. Lamentablemente, me di cuenta de su afición al juego cuando ya lo había perdido casi todo. Los ludos apuestan constantemente; siempre están jugando. Los que han perdido todo mendigan una partida de póquer o un mus. Las apuestas son tan fuertes que muchos se juegan hasta su propia persona. Así la organización social ha pasado a ser casi un régimen feudal, pues existe un señor que posee casi toda la riqueza obtenida en el juego y además tiene a su servicio grupos de personas que se han perdido a sí mismas y han pasado a ser sus vasallos. Evidentemente, la mayoría de estos señores son auténticos tahúres que dominan el arte de las trampas. Sin embargo, la ley es muy severa con los tramposos, aunque es muy difícil encerrarlos pues las leyes han sido creadas por los propios señores feudales, y en todas ellas se establece que la condena debe jugarse a las cartas.

Es muy posible que se me haya quedado algo en el tintero; todo esto lo he tenido que escribir de memoria, porque perdí la libreta y el lápiz cuando pregunté la hora a un ludo.

 

Babel

De mi quinto viaje no puedo decir gran cosa, porque me fue francamente difícil poder comunicarme con la gente que me encontré y profundizar en sus costumbres y forma de vida.En todo el tiempo que llevo viajando he podido comprobar que, entre gente que habla la misma lengua pero vive en distintos países, se suele aplicar diferentes significados a idénticas palabras, como ocurre por ejemplo con “coger”, que en algunas zonas se interpreta como “hacer el amor”, o “concha” que puede ser “vagina”. Sin embargo, en Babel la comunicación se hace particularmente complicada, porque las diferencias de significado son enormes.

Allí, por ejemplo, hablar de algo anómalo es referirse a las hemorroides, un camarón es un aparato enorme para sacar fotos, un barbarismo es una colección exagerada de barbies, referirse a endoscopio es preparase para todos los exámenes excepto para dos, o decir manifiesta es anunciar una farra con cacahuetes. La falta de entendimiento era tal que todos me trataban como si fuera tonto y me acabaron apodando el nuevamente, es decir, el del cerebro sin usar.Termino ya el relato de este singular pueblo porque no tengo más datos que aportar y porque además se me acaba el babel.

 

El Metro

El metro se detuvo en el andén. Arturo aferró la manilla de la puerta empujando con fuerza hacia abajo. Varios pasajeros, desde el interior del vagón, miraban extrañados a Arturo mientras tiraban de la manilla hacia arriba. Cuanto más empeño ponían los pasajeros en moverla hacia arriba, más presión hacía Arturo para abajo. Sonó el pitido del cierre de las puertas. El metro se puso en marcha y se introdujo lentamente en el túnel. Arturo se quedó mirando cómo se alejaba mientras intentaba averiguar por qué en ese vagón tampoco le habían dejado subir.


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