El tarro de Nescafé
Begoña Carrera 

 

A ti, calvo

María vivía sola y suspirando. Deseaba pasar sus tardes acompañada, pero siempre estaba sola. ¡Le gustaría tanto tener visita e invitarlos a tomar café con pastas! Pero su timbre nunca sonaba.

Una mañana como tantas otras María fue al Sabeco para hacer la compra y casi se olvidó de lo que más le gustaba, así que fue hasta la estantería de los cafés y los chocolates y cogió un tarro de Nescafé: “¡Qué suerte!”, pensó, “¡Está de oferta!”.

Después de comer y lavar los platos se puso su leche caliente en la taza azul. Cuando fue a abrir el tarro de Nescafé notó algo raro. Su aroma era distinto y los gránulos algo más gruesos. Se le derramó un poco en el suelo y aquello comenzó a rugir y a desprender un humo cegador. De pronto, ¡plof!, un señor la mar de elegante apareció frente a ella.¡No podía creer lo que estaban viendo sus ojos!

El hombre, muy educado, comenzó a hablar. Dijo que era el premio de Nescafé para toda la vida.—¿Pero no era un sueldo de 100.000 pesetas? —preguntó María.—No. A usted le he tocado yo para toda la vida.

En un principio creyó que era un lote en mal estado y que podría devolverlo, pero se lo pensó mejor: “Si me lo quedo ya no estaré sola y podré tomar un café con pastas con alguien, aunque sea con el premio de Nescafé”.


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