A
ti, calvo
María
vivía sola y suspirando. Deseaba
pasar sus tardes acompañada, pero siempre estaba sola. ¡Le gustaría
tanto tener visita e invitarlos a tomar café con pastas! Pero su timbre
nunca sonaba.
Una
mañana como tantas otras María fue al Sabeco para hacer la compra y
casi se olvidó de lo que más le gustaba, así que fue hasta la estantería
de los cafés y los chocolates y cogió un tarro de Nescafé: “¡Qué suerte!”,
pensó, “¡Está de oferta!”.
Después
de comer y lavar los platos se puso su leche caliente en la taza azul.
Cuando fue a abrir el tarro de Nescafé notó algo raro. Su aroma era
distinto y los gránulos algo más gruesos. Se le derramó un poco en el
suelo y aquello comenzó a rugir y a desprender un humo cegador. De pronto,
¡plof!, un señor la mar de elegante apareció frente a ella.¡No podía
creer lo que estaban viendo sus ojos!
El
hombre, muy educado, comenzó a hablar. Dijo que era el premio de Nescafé
para toda la vida.—¿Pero no era un sueldo de 100.000 pesetas? —preguntó
María.—No. A usted le he tocado yo para toda la vida.
En
un principio creyó que era un lote en mal estado y que podría devolverlo,
pero se lo pensó mejor: “Si me lo quedo ya no estaré sola y podré tomar
un café con pastas con alguien, aunque sea con el premio de Nescafé”.
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