A
mi madre
En
el centro del Pacífico existe
una isla cuyo nombre desconozco donde no hay ni un anciano. Los hijos,
en cuanto sus padres cumplen una edad determinada —de la cual no me
recuerdo— los matan y se los comen. Los padres experimentan felicidad
al imaginar que sus hijos van a zampárselos. Están convencidos de que
es el mejor modo para adquirir la inmortalidad. Los hijos, después de
haber masticado a sus padres, se sienten fuertes. Piensan que han absorbido
la vitalidad paterna.
Mi
padre falleció hace años y, después de su muerte, aunque no solía tratarlo
mucho, me sentí bastante debilitada. A lo mejor no me hubiera ocurrido
esto de haberlo comido, sino todo lo contrario. Mi madre todavía vive.
Tiene 93 años. ¡Seguro que ha pasado la edad límite de la isla del Pacífico!
La verdad es que la cuido lo mejor posible para que cumpla los 100.
Lo hago porque me daría lástima verla morir cuando todavía está con
ganas de hacer tantas cosas. Pero seguramente me sentiría mejor si me
la pudiera comer. Ha sido una mujer de muchos éxitos. Fue la primera
en subir con esquís al Mont-Blanc. Durante la Segunda Guerra Mundial
participó en acciones fuera de lo común. Un ejemplo: atravesó las líneas
alemanas conduciendo un camión lleno de nada menos que 3000 pares de
calcetines para calentar los pies congelados de los soldados de la Brigada
Alsace-Lorraine que estaban liberando Estrasburgo. ¿Quién sabe si hubieran
ganado la batalla con los pies fríos?
Quisiera
yo probar la carne que ha vivido tantos acontecimientos... Como eso
no se hace, he decidido conformarme con escribir su vida. Es un método
de comérmela a mi modo, algo diferente del de los isleños del Pacífico.
El primer capítulo es el hígado que sirvo en un lecho de ensalada. El
segundo una chuleta crujiente. El tercero un filete tiernecillo...
Lo
que más me gusta es redactar una y otra vez el mismo episodio, desde
puntos de vista distintos. Es como si el filete lo pudiera saborear
con varias salsas, de tomate con ajo, de crema sin ajo, de champiñones...
A la Española, a la Francesa o a la Suiza... Eso es una ventaja que
les saco a los de la isla del Pacífico: yo puedo repetir.
Volver al índice