Entonces
el tipo sale
de la discoteca; lleva una borrachera considerable y respira hondo para
tomar aire. El local imita una enorme casa ibicenca de paredes blancas
y está situado junto a una amplia explanada, separada de la playa por
unos doscientos metros. Son cerca de las cuatro de la mañana. Sobre
él resplandece una oronda y pálida luna de junio. Se apoya, sin soltar
el gin tonic, sobre el capó de uno de los coches allí aparcados. Oye
que alguien le llama a voces. Gira la cabeza y nota un ligero mareo
por lo brusco del movimiento.
—Menudo
pedo llevo —murmura.
El
de las voces es su primo Jaime, también beodo, aunque no tanto como
él. Se le acerca con paso tranquilo, dando algún tropiezo. Con una mano
en el bolsillo y la otra sosteniendo un vaso, le dice:
—Esta
noche metemos, Jaime.
Jaime,
que cumplirá en breve los veinticinco, se encoge de hombros y mira a
su primo Jaime, que hoy festeja su trigésimo aniversario. Lo cierto
es que han quedado para festejar los dos cumpleaños. Ambos llevan horas
ahí dentro, en la falsa casa ibicenca, rodeados por docenas de chicas.
Han intentado entablar relación con las que más les gustaban, sin éxito
alguno. Las que no estaban acompañadas les ignoraban y las que no les
ignoraban tenían que irse a saludar a una amiga. Jaime querría decirle
a su primo mayor algo así como “más nos vale, porque estamos al límite
de la desesperación”. Pero no puede pensar con demasiada claridad. Intenta
hablar y la lengua le pesa como un trapo mojado. Al final consigue articular
unas palabras.
—Vale,
esta noche follamos, pero ¿con quién?
El
otro levanta el brazo muy decidido, señala un coche rojo que hay frente
a ellos, no muy lejos, apartado de los demás vehículos en la explanada
del parking.
—Con
esas de ahí —contesta.
Dentro
del coche rojo hay tres chicas escuchando música. Los primos se acercan
a él y el Jaime menos borracho, el que ha salido después (que, en realidad
ha bebido el doble que el otro, sólo que al ser más mayor y más experto,
controla mejor la borrachera), golpea suavemente con los nudillos en
el parabrisas del coche.
—¿Qué
quieres? —pregunta la rubia en el asiento contiguo al del conductor.
Después hace bajar un poco el cristal de la ventanilla. Su voz suena
natural, como si no hubiera advertido la mirada rijosa del hombre. La
música que escuchan es tranquila, relajante.
—Nada,
es que os hemos visto tan guapas que le he dicho a mi primo Jaime, vamos
a acercarnos a ver a esas chicas, a ver si son tan guapas como parecen
de lejos.
—¿Y
qué, somos o no somos tan guapas? —pregunta la morena de pelo liso;
es la que está sentada al volante, y lía un porro con gran pericia.
—Guapísimas.
Sois la hostia de guapas —asevera impresionado el Jaime treintañero—.
Las más guapas de la comarca. Me voy a presentar: me llamo Jaime, y
este de aquí detrás es Jaime también. Es mi primo. Y hoy es nuestro
cumpleaños. Jaime no habla porque se ha tomado un par de copas y está
piripi; pero no os preocupéis, porque ha vomitado hace un rato.
—Bueno,
pues felicidades. ¿Y a nosotras qué? —interviene la morena con trenzas
que está en el asiento trasero.
—Pues
nada, que como os hemos visto tan guapas nos hemos preguntado... nos
hemos dicho, fíjate qué casualidad, tres chicas tan guapas, solitas,
las tres, en un coche. Y claro, como nosotros somos dos, pues está claro,
hemos dicho, pues como nosotros somos dos y estamos solos también, aunque
seamos primos, nos acercamos, les decimos que si quieren follar y todos
contentos.
Jaime calla y se hace un silencio tenso dentro del coche. Se escucha
a una rana que canta en una acequia próxima. Enseguida lo que parecía
el punto final del pequeño monólogo se convierte en un simple punto
y seguido.
—Ah,
y no os preocupéis si entre todos formamos un número impar. Yo puedo
follar con dos si es preciso.
—Eso
—acierta a decir como puede el Jaime veinteañero, que ha arrimado también
su cabeza al hueco de la ventanilla.
—El
plan nos parece fantástico —responde la morena de pelo liso. La verdad
es que estamos impresionadas. —Esto lo dice risueña, mirando a sus compañeras,
primero a la de trenzas y después a la rubia que se encuentra a su lado.
Luego se lleva el porro a los labios, se aparta un mechón de la cara
y cierra los ojos mientras da una calada profunda. Una pequeña tromba
de humo surge enseguida de su boca. Se vuelve hacia su compañera y le
pasa el cigarro.
—Entonces,
¿os venís con nosotros? —balbucea repentinamente el Jaime más joven.
—Lo
haríamos encantadas. Pero hay un problema —objeta con cierta teatralidad
la rubia; su semblante es serio.
—Eso
tiene arreglo —le interrumpe el Jaime más viejo—, ya sé lo que me vais
a decir. Está bien. Perdonadme si he sido un poco brusco.
—Tienes
razón —dice la morena con el pelo liso apoyándose lánguidamente sobre
el volante—, quizá si te disculpases como es debido y empezáramos todo
esto de cero... Aunque hay otro inconveniente, y éste sí es grave. Porque
a mis amigas y a mí, antes que cualquier otra cosa, nos gustan las chicas.—Y
dicho esto, mirando fijamente a su interlocutor, deja que asome la punta
de la lengua por sus labios semicerrados. Ahora la mirada rijosa está
en sus ojos.
—Claro
que de vez en cuando —agrega la rubia después de haberle pasado el porro
a la amiga del asiento trasero—, para variar nos gusta follar con algún
que otro hombre y montarnos un numerito colectivo. Para serte franca
era en eso en lo que estábamos pensando cuando os hemos visto ahí, hablando
junto a aquel coche, porque la verdad es que no estáis mal.
—Lástima
que el encanto se haya esfumado nada más has abierto la boca —interviene,
regodeándose, la morena de pelo liso.
—Lo
peor no es eso —asegura la de las trenzas cambiando de posición para
bajar la ventanilla y sacudir la ceniza fuera del coche. Lo peor —prosigue—
es que ahora os vais a pasar toda la noche pensando en lo que podíamos
haber hecho juntos. Vosotros con nosotras. Los cinco.
Y
al posar sus ojos en la parte de ella que se deja ver entre los respaldos
de los dos asientos delanteros, el Jaime mayor se da cuenta que va desnuda
de cintura para abajo y la sombra de su vello púbico le toma desprevenido.
En ese instante la muchacha rompe a reír, contagiando la carcajada al
resto de sus compañeras, y la risa se funde con el ruido del motor de
arranque. Se oye el derrapar de las ruedas sobre la gravilla del parking,
y el coche sale disparado en dirección a la carretera. Atrás quedan
Jaime y Jaime, solos, mudos. Transcurren unos segundos de silencio que
pesan como plomo.
—¿Tú
crees que era verdad todo lo que nos han dicho? —pregunta perplejo Jaime
al primo mayor.
Éste
se encoge de hombros y le da un último trago al poco gin tonic que le
queda. Luego, sin violencia, con un gesto limpio y ágil, lanza el vaso
vacío en dirección a los hierbajos que crecen junto a la explanada.
—Me
han puesto muy caliente, Jaime —sigue el veinteañero, reprimiendo una
arcada—. Estoy calentísimo, te lo juro. ¿De verdad crees que se acuestan
juntas y se follan entre las tres a algún tío para variar?
—No
lo sé —contesta el otro como si nada de lo que acababa de ocurrir tuviera
importancia. Y lo cierto es que ya no la tiene. Pasa más de media hora
de las cuatro de la mañana. Es el día de su cumpleaños. Y sería capaz
de hacer cualquier cosa con tal de follar—. ¿Ves a esas dos tías que
salen de la discoteca? —le dice entonces al otro Jaime— Vamos a acercarnos.
Éstas no se nos escapan, primo.
—¿Por
qué estás tan seguro?
—Tú
haz lo que yo te diga. ¿Quieres follar o no?
Jaime
anda ya en dirección a las dos muchachas y ni siquiera se detiene cuando
le dice al Jaime más joven:
—No
podrán resistirse ante la exótica posibilidad de ligar con una pareja
de primos que se acuestan juntos y, de vez en cuando, para variar, follan
también con mujeres.
El
Jaime más mayor no sabe que sus palabras son en parte proféticas. Porque
esa misma mañana, presos de una lujuria incontrolable, borrachos y desesperados
al no haber conseguido llevarse a la cama a ninguna chica, los dos primos
acaban enculándose.
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