La grieta
Elena Gómez Aguilar

 

Nuestra casa se desmorona y es por culpa de la grieta. Todo empezó en nuestro dormitorio y en cuanto me di cuenta se lo dije a mi marido: “Fíjate, Paco, qué grieta está saliendo. Tendremos que hacer algo”. “Será la pintura que se resquebraja”, dijo él sin hacerme mucho caso. Y yo me lo creí, porque en ese momento sólo parecía un pelo negro, pegado allí, junto a la ventana.

Desde entonces la miro todos los días. Cada vez crece un poco más y va engordando. Ya casi cruza la pared.

Volví a hablar con mi marido, pero como siempre se quedó sentado, mirando el fútbol en la tele. No me hacía mucho caso, pero insistí, me puse pesada y creo que para que me callara, me dijo que le echaría un vistazo en cuanto tuviera tiempo.

Ha pasado una semana y aún no se ha levantado para coger la caja de herramientas, como hacía antes, en cuanto surgía el más mínimo problema. ¿Por qué se habrá vuelto así? A veces, cuando me acuesto a su lado y lo miro dormir, me entra una especie de pudor, siento la impresión de que me meto en la cama con un desconocido y me tengo que repetir diez veces que es mi marido para no salir corriendo hacia el sofá. Después lo oigo roncar, tan feliz, ajeno a mis preocupaciones, mientras yo no me atrevo ni a apagar la luz, porque la grieta cada vez me parece más profunda y temo que en la oscuridad, crezca tanto, que se abra la pared por el medio.

Cada vez pienso más en marcharme de casa, cerrar la puerta y no volver. Que se quede sólo con la grieta. Estoy tan cansada de repetir todos los días lo mismo... “Paco, que esta grieta cada vez es más gorda, que tenemos que hacer algo para arreglarla”. Casi nunca se digna contestarme, pero cuando lo hace es para decirme que exagero, que no pasa nada, que ya llevaba mucho tiempo allí, cuando me fijé en ella.

Entonces me entran ganas de llorar por no haberme dado cuenta antes. Ahora vivo obsesionada. No puedo dejar de pensar en esa maldita grieta, que crece y crece, a pesar de que todos los días la lleno de esa pasta blanca parecida a la escayola, que ella absorbe tan deprisa, que hasta creo que le gusta y le sirve de alimento.

Mientras, Paco, sigue tirado en el sofá, sin hacer nada para que esa grieta no desmorone nuestra casa. Yo, lo único que puedo hacer ya, es entrar constantemente al dormitorio, con el metro en la mano, para medir la grieta.

 
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