Eufóricos
Cristina González Álvarez

A mi padre, por sus consejos

El día que Julio terminó la carrera estaba tan eufórico que al pasar al lado de Corina, la chica más fea de la facultad, le dijo que estaba guapísima. Corina no se lo pensó dos veces y le propuso ir a tomar una cerveza. Él como estaba tan eufórico aceptó, después fueron a bailar y él seguía eufórico, luego en casa de Corina todavía continuaba eufórico. 

Sin embargo, un mes después, cuando Corina le dijo que estaba embarazada, a Julio se le pasó la euforia. Corina se puso a llorar y le dijo que si quería verla sonreír de nuevo tendría que casarse con ella. Julio no estaba tan seguro de querer verla sonreír otra vez, sobre todo porque a Corina le faltaba un diente, pero como era un hombre bueno, pensó que no podía dejar a su hijo solo en manos de una mujer tan fea. Así que haciendo de tripas corazón Julio dejó a Marisa, su novia, y se casó con Corina. Marisa no se lo podía creer. 
—¿Cómo me has hecho esto? —le preguntaba al que era ya su ex-novio. 
—No lo sé —decía él llevándose las manos a la cabeza—, aquel día estaba eufórico. 

Semanas después Marisa todavía lloraba tumbada en su cama, su madre le acariciaba el pelo y le decía:
—No llores, hija, encontrarás otro chico, eres muy guapa. Lo que tienes que hacer es buscar a un hombre serio, que no le den ataques de euforia. 

Marisa pensó que su madre tenía razón y decidió que nunca más volvería a salir con un eufórico. Comenzó a buscar chicos serios por todos lados, pero ninguno pasaba de la primera cita. Detrás de cada sonrisa, de cada gesto de amabilidad, Marisa veía a un hombre eufórico. Estaba a punto de desistir cuando conoció a Roberto. Fue en Tropic dance, una discoteca de ritmos caribeños. Marisa se pasaba las noches en el centro de la pista. A Roberto le convenía ir allí, sabía que podían ascenderle en la oficina, pero para eso tenía que ganarse a su jefe, y nada mejor que saliendo de copas con él. 

A pesar de que Marisa sólo quería bailar, no pudo evitar fijarse en Roberto que en el centro de la pista, sin mover un dedo destacaba sobre el resto. 
—¿No bailas? —le preguntó Marisa. 

Él sin mirarla contestó:
—No, soy muy serio. 

Ella dejó de bailar en el acto, por primera vez en su vida tenía delante a un hombre serio, no le dejaría escapar. Empezaron a salir. 

Cada noche Marisa iba a buscarle a la oficina. Roberto, como era muy serio, trabajaba mucho y salía muy tarde, por eso siempre estaba muy cansado y sin ganas de hablar. Marisa se sentía segura, Roberto no era un eufórico, había encontrado al hombre que buscaba. Todo iba sobre ruedas, ¡por fin empezaba a ser feliz!

Hasta que un día Roberto tuvo una reunión en el despacho de su jefe. Cuando terminó, abrió la puerta gritando:
—¡Estoy eufórico!

Roberto iba por toda la oficina dando saltos de alegría. Acababan de ascenderle. Entonces al pasar al lado de Rosana, la secretaria de la nariz de gancho, le dijo que estaba guapísima. 

Cuando Marisa fue a buscarle a la oficina, el jefe le dio la noticia:
—Roberto ha salido con Rosana, estaba eufórico. 

 
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