A
mi padre, por sus consejos
El
día que Julio terminó
la carrera estaba tan eufórico que al pasar al lado de Corina, la chica
más fea de la facultad, le dijo que estaba guapísima. Corina no se lo
pensó dos veces y le propuso ir a tomar una cerveza. Él como estaba
tan eufórico aceptó, después fueron a bailar y él seguía eufórico, luego
en casa de Corina todavía continuaba eufórico.
Sin embargo, un mes después, cuando Corina le dijo que estaba embarazada,
a Julio se le pasó la euforia. Corina se puso a llorar y le dijo que
si quería verla sonreír de nuevo tendría que casarse con ella. Julio
no estaba tan seguro de querer verla sonreír otra vez, sobre todo porque
a Corina le faltaba un diente, pero como era un hombre bueno, pensó
que no podía dejar a su hijo solo en manos de una mujer tan fea. Así
que haciendo de tripas corazón Julio dejó a Marisa, su novia, y se casó
con Corina. Marisa no se lo podía creer.
—¿Cómo me has hecho esto? —le preguntaba al que era ya su ex-novio.
—No lo sé —decía él llevándose las manos a la cabeza—, aquel día estaba
eufórico.
Semanas después Marisa todavía lloraba tumbada en su cama, su madre
le acariciaba el pelo y le decía:
—No llores, hija, encontrarás otro chico, eres muy guapa. Lo que tienes
que hacer es buscar a un hombre serio, que no le den ataques de euforia.
Marisa pensó que su madre tenía razón y decidió que nunca más volvería
a salir con un eufórico. Comenzó a buscar chicos serios por todos lados,
pero ninguno pasaba de la primera cita. Detrás de cada sonrisa, de cada
gesto de amabilidad, Marisa veía a un hombre eufórico. Estaba a punto
de desistir cuando conoció a Roberto. Fue en Tropic dance, una discoteca
de ritmos caribeños. Marisa se pasaba las noches en el centro de la
pista. A Roberto le convenía ir allí, sabía que podían ascenderle en
la oficina, pero para eso tenía que ganarse a su jefe, y nada mejor
que saliendo de copas con él.
A pesar de que Marisa sólo quería bailar, no pudo evitar fijarse en
Roberto que en el centro de la pista, sin mover un dedo destacaba sobre
el resto.
—¿No bailas? —le preguntó Marisa.
Él sin mirarla contestó:
—No, soy muy serio.
Ella dejó de bailar en el acto, por primera vez en su vida tenía delante
a un hombre serio, no le dejaría escapar. Empezaron a salir.
Cada noche Marisa iba a buscarle a la oficina. Roberto, como era muy
serio, trabajaba mucho y salía muy tarde, por eso siempre estaba muy
cansado y sin ganas de hablar. Marisa se sentía segura, Roberto no era
un eufórico, había encontrado al hombre que buscaba. Todo iba sobre
ruedas, ¡por fin empezaba a ser feliz!
Hasta
que un día Roberto tuvo una reunión en el despacho de su jefe. Cuando
terminó, abrió la puerta gritando:
—¡Estoy eufórico!
Roberto
iba por toda la oficina dando saltos de alegría. Acababan de ascenderle.
Entonces al pasar al lado de Rosana, la secretaria de la nariz de gancho,
le dijo que estaba guapísima.
Cuando Marisa fue a buscarle a la oficina, el jefe le dio la noticia:
—Roberto ha salido con Rosana, estaba eufórico.
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