Nada normal (2002)

Eugenio

Elena del Hoyo

Josefa entró en la cocina dejando la puerta abierta. Puso la labor de ganchillo, siempre por el medio, encima de la nevera. Subió el volumen de la radio y cortó la campana extractora. Troceó y echó las patatas y el chorizo a las lentejas. Miró al salón. Eugenio seguía sentado, en pijama y sin afeitar, viendo la televisión. Era el tercer día que no se duchaba.

Josefa suspiró, se secó las manos en el delantal y sacó el bote del pan rallado del mueble y los filetes de pollo de la nevera. Empezaron a dar las noticias y bajó la radio.

Eugenio alargó la mano hacia el reposabrazos del sofá y cogió el tapete de ganchillo calado que lo cubría. Hizo un rebuño con él, se lo llevó a la nariz y se sonó. Después restregó los dedos, llenos de mocos, por la pernera del pantalón del pijama. Con la otra mano se rascó los genitales. La sintonía de la cadena de televisión que estaba viendo se oía en toda la casa.

—¡Mama, ven, mama, que ya sale Paula Vázquez! —gritó, incorporándose para coger el mando de la mesita y subir el volumen de la televisión.

Josefa miró de nuevo al salón y vio a Eugenio, restregándose las manos, entre las que sujetaba el tapete de ganchillo, contra el pantalón del pijama.

—¡Eugenio! —gritó Josefa intentando imponer su voz sobre la de Paula Vázquez—, ¡otra vez! ¡Te he dicho que no te suenes con los tapetes de ganchillo, guarro, que eres un guarro! ¡Y métete ahora mismo en la ducha que hueles como un marrano!

—¡No! —dijo Eugenio gritando también—. ¡No me ducho porque no me da la gana! Y bajando el volumen de la televisión, añadió—: me tengo que quitar la ropa y hace frío, mama.

—Pero si está la calefacción puesta. Yo no puedo más contigo. Van a llegar tus hermanos y todavía estás así ¿no te da vergüenza?

—No, mama, si son mis hermanos. Y mira cómo huele la cocina de mal, no sé por qué me dices nada a mí. Qué buena está Paula Vázquez, mama, mira. Eugenio jugaba con el tapete de ganchillo, metiendo el dedo índice a través de uno de los agujeros.

Josefa se dio cuenta de que olía a quemado.

—¡Ay, las lentejas! Como se hayan agarrado, Eugenio, te dejo sin comer, te lo juro como que soy tu madre.

—Si me dejas sin comer no eres mi madre, mama, porque una madre no deja sin comer a su hijo, aunque sea un guarro.

Eugenio se frotó la nariz con el tapete de ganchillo y sorbió los mocos. Con el dedo índice hurgaba en un pequeño descosido del sofá. Paula Vázquez hizo una broma sobre el escote palabra de honor de su camiseta, que se le caía. Eugenio hurgó en el descosido, clavando la uña en él. Sonrió con la boca medio abierta y siguió viendo la televisión con aquella sonrisa bovina hasta que se acabó el concurso. Cuando sonó la sintonía del telediario se levantó del sofá dejando la televisión encendida.

—¡Sólo ha ganado nueve euros, qué tonto! Voy a poner a Metallica, mama.

Josefa había cambiado las lentejas de perol y ponía a remojo la olla donde se habían agarrado. Los filetes de pollo, empanados y listos para freír los había colocado en el mismo papel en el que venían del mercado.

—¡No! por favor, hijo, Metallica no. Ponte a ver la tele otra vez si quieres, mira a ver si está Terelu Campos, que también es muy guapa, anda hijo.

Eugenio cruzó el salón con la cabeza gacha y arrastrando los pies, con el tapete de ganchillo en la mano izquierda. Se paró en la cocina para contestar:

—No me gusta Terelu Campos, voy a poner a Metallica —Eugenio retorcía el tapete de ganchillo con fuerza—. Mama, ¿tú has dicho por la radio que soy retrasado?

Josefa levantó la vista de la olla por un momento.

—No, hijo, he hablado de los hospitales donde tienes que ir tú a curarte —Añadió un poco de agua a las lentejas sin mirar a Eugenio, que se había acercado a la mesa de la cocina sin dejar de retorcer el tapete de ganchillo entre las manos.

—Mama, yo no quiero ir a ningún hospital. Yo quiero quedarme aquí contigo.

—Ya lo sé, si yo no quiero que te vayas a ningún sitio —Josefa dejó por un momento de atender las lentejas y miró a Eugenio.

—Bueno, mama, me ducho. Pero no me lleves a ningún sitio que no estés tú, ¿eh? —Eugenio dejó de retorcer el tapete de ganchillo y se lo pasó de nuevo por la nariz. Vio la labor de ganchillo encima de la nevera y colocó el tapete a su lado.

—Sí, hijo, no te preocupes —Josefa le miró. Dejó en la olla la cuchara de madera con la que estaba removiendo las lentejas y abrió la ventana tirando con fuerza de la manija. Toda la cocina olía a lentejas quemadas. Sacudió la cuchara contra la olla. Las lentejas formaban otra vez una costra en el fondo de la olla y al removerlas, se iban haciendo puré. Josefa quitó la olla del fuego y vació las lentejas en el cubo de la basura. Cogió el tapete de ganchillo para meterlo en la lavadora. El sudor lo había oscurecido dándole un tono marrón y tenía restos de mocos pegados al hilo blanco. Tiró el tapete a la basura y con un suspiro cansado, abrió el cajón de las servilletas para empezar a poner la mesa.

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