Nada normal (2002)

El gallo

Mª Encarnación Jaca Uriarte

A Venancia Orbe y Anastasio Uriarte

Me acuerdo del gallo que tenían mis abuelos. Un día estaba jugando sola con la pelota en la parte trasera de la casa. Era verano y había dejado de llover. Mi abuelo pasó por mi lado y se dirigió hacia el gallinero. Abrió la puerta. Yo seguía lanzando la pelota contra la pared. Las gallinas salieron alborotadas empujándose las unas a las otras, como si estuvieran compitiendo en una carrera. Me fijé en ellas. Al rebotar, la pelota se me escurrió de las manos y fue a parar entre el grupo de gallinas. Golpeó a una de ellas. Enloquecidas, las gallinas cacarearon y aletearon huyendo de la pelota. Yo, con tranquilidad, fui a recogerla. Entonces vi al gallo. Corría hacia mí con las alas extendidas y el pico entreabierto. Parecía enfurecido. Me quedé quieta, estaba asustada. Él se elevó un palmo del suelo. Con las uñas de las patas me arañó en las piernas y me picoteó en los muslos. Recuerdo sus ojos redondos mientras yo gritaba. Mi abuelo vino enseguida y a patadas consiguió apartarlo de mí. Me llevó dentro de la casa. Limpió las heridas de las piernas con agua oxigenada y las pintó de mercromina. “No es nada”, dijo con una sonrisa.

Por la noche, antes de acostarme, le oí hablar con la abuela en la cocina. Ella le decía que si me hubiera caído al suelo el gallo podría haberme picado en la cara y arrancado los ojos. “Habrá que hacer algo”, añadió mi abuela. Mi abuelo guardó silencio.

Apenas pude dormir esa noche pensando en el gallo. En los días sucesivos me cuidé de no jugar a la pelota en la parte de atrás de la casa, sobre todo a la hora en que mi abuelo soltaba a las gallinas. Las veía salir del gallinero a distancia y buscaba con la mirada al gallo pero no lo volví a ver.

Pasó bastante tiempo hasta que un día le pregunté a mi abuelo. Él asintió varias veces con la cabeza pero no dijo nada. Me cogió de la mano y juntos fuimos al interior de la casa. Abrió la puerta del comedor nuevo. Allí, colocado delante de la ventana sobre una peana de madera, estaba el gallo. ¡Lo habían disecado! Miré horrorizada a mi abuelo y éste, muy serio, me dijo: “No nos lo podíamos comer, era un gallo muy valiente”.

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