Nada normal (2002)

Casandra

Juan Carlos Márquez

Á Félix, Laude e Itziar



He conocido a una chica especial. Se llama Casandra, como un puente que daba título a una película de guerra que vi de niño en el cine de mi barrio. Casandra no es una mujer atractiva al uso. En realidad, ni siquiera un optimista se atrevería a considerarla guapa. Casandra no es una mujer grácil. Se mueve plácida y lentamente, como un paquidermo. Sus labios son rosas y finos, muy finos, como incompletos. Casandra se mira siempre en los espejos, hasta en los retrovisores de los coches, como si comprobara su existencia, como si despertara de un sueño. Casandra tiene una mirada lánguida que parece un bumerán. Si te alcanza te roba un pedazo del alma. A mí me ocurrió.

La conocí en la cafetería de la facultad de Medicina. Un amigo común me la presentó. Me dio un dulce beso en la mejilla y se me erizó el vello de los brazos. Desde entonces la espío por los pasillos y finjo encuentros casuales. Conozco todos sus movimientos, sus clases, sus prácticas en el laboratorio... Casandra está ocupada, como un asiento de autobús. Tiene un novio alto, guapo, educado e inteligente: un perfecto imbécil. Los he visto juntos paseando por el parque que circunvala el aulario. Se soban y se besan a espasmos. Los veo desde mi pupitre, por un ventanal.

Casandra huele a chicle sin azúcar y a coca-cola light. Lleva el cabello largo, como una enredadera rubia, lunes y miércoles. Martes y jueves se lo recoge en un moño. Los viernes nunca asiste a clase. Es de un pueblecito a las afueras de Boston, y el autobús le sale más temprano. Casandra lee a los clásicos rusos: Tolstoi, Dostoievski, Chéjov... Lo sé porque trabajo un par de horas por la tarde en la biblioteca y he fisgado sus fichas de lectura. También sé que se tiñe el cabello, porque he encontrado entre las páginas de El idiota algunos pelillos morenos y rizados, con olor a marisco.

Casandra ríe a borbotones, y cuando no puede parar se palpa los pechos instintivamente. Un día me senté tras ella en el autobús y pude ver su pezón inquieto por el resquicio de la manga corta de su blusa. Me pareció firme y arrugado como un garbanzo. Tuve una erección tan brutal que me pasé una parada por miedo a ser descubierto al incorporarme.

Casandra es una chica moderna: usa tampones para contener el flujo menstrual. El otro día, el martes, se le cayó uno cuando iba al baño. Estaba envuelto en un papel alegre, como de regalo de cumpleaños.

Casandra y su novio mantienen relaciones prematrimoniales una vez por semana. Desde el ático del observatorio de Ciencias veo oscilar el coche de su novio, con ambos dentro, en un descampado cercano a la facultad de Bellas Artes. Ocurre todos los jueves de 16:45 a 17:00. Luego bajo corriendo a la facultad de Medicina y la veo despedirse y entrar, camino de su aula, con el cabello revuelto y un brillo fulgurante en la mirada. Casandra viste a la moda retro. Se pone faldas hippies y chalecos de su abuelo y tiene una diminuta cicatriz en la barbilla, como el cierre de un signo de interrogación. Casandra es casi perfecta, salvo por un detalle: obvia que la amo. No se lo he dicho directamente porque me esquiva y me rehuye la mirada y mis conatos de conversación. Tengo que decirle que la amo. Me urge. Se lo diré el lunes, igual que se lo dije antes a Lucille, Rosalind, Sarah, Joan, Andrea, Cindy y Brooks.


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