Nada
normal (2002)
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Agenda negra |
Inés Mendoza |
Tengo una agenda oscura, negra. Ahí organizo mi vida. Si no sería un desastre. Soy un tanto despistado, desordenado, decía mamá. Que me dejo las llaves pegadas en la puerta, que meto la pasta dentífrica en la nevera creyendo que es leche condensada, que me olvido de ponerme los calcetines y así. Esta vez me compré la agenda con hojas blancas, sin nada. La de antes tenía rayas, me sentía como preso, a mí me gusta hacer dibujitos de un trozo de cielo raso quemado en un bar, por ejemplo, o del ojo de una chica negra que vea en el metro. Tengo un amigo que se la pasa dibujando muñecos en las servilletas de los bares, pero a mí no me gusta, uno no para nunca. Y el servilletero se gasta todo. Yo no, yo mejor dibujo ahí, en las hojas blancas de mi agenda. Cuando quiero dibujar ya sé que el límite es la página, si quiero seguir, tengo que seguir en otra pero ya es otro dibujo. Además, no anda uno con un montón de servilletas dobladas en el bolsillo. Yo prefiero tenerlo todo ahí, dentro de mi agenda negra, así de paso me organizo, me acuerdo de las citas aunque siempre llego tarde anoto lo que debo hacer (como hacer la cama, llamar a Trini, ir al banco, sacar la basura) y aunque siempre se me olvidan muchas cosas de la lista, duermo tranquilo, porque ahí, en mi libreta, está todo anotado. Si no mi vida sería un desorden absoluto y muy convencional, pero con la libreta hasta organizo mis opiniones, que a cada rato se me olvidan. Como no lleve mi agenda ni me acuerdo de que no me gustan esas mujeres que parecen muñecos en las películas de Chaplin, y me muero de la risa con El gran dictador, y mis amigos me miran como si fuera verde. La cosa es que sin la agenda se me va la cabeza. No quise comprar mi agenda con años, porque como casi no me entero de los días, me dura más, y así de repente me alegro en diciembre cuando me encuentro un secreto de marzo, y ya no es un secreto o ya no me importa o me da risa por lo tonto. Pero también es triste, cuando me encuentro por ejemplo una F borrosa a la que quizá le ha caído una lágrima, una gota de agua oxigenada, no sé, me desilusiono, me ando tres días de lo más desanimado, y tacho esa hoja o la doblo o anoto en una página en blanco, la solución del asunto, porque no lleno la agenda por orden, si no al azar. A veces escribo al revés, no me doy cuenta y la abro por detrás, y me encuentro un teléfono de cabeza, que resulta ser de la tía de Trini o de otra chica con la que salí en abril o de un hombre que iba a conseguirme una tele barata, pero no me acuerdo y me divierto inventándomelo, y me río del 91 que quedó sobre el ojo de la chica negra que dibujé el otro día, dejándole la cara tan torcida. También anoto otras cosas: recetas que un día le pedí a un amigo chef por hablar de algo, o la habitación del hotel al que llegó mi tía Rosa, la que olía a rumores de vieja de pueblo, el nombre técnico de un deporte que nunca he practicado, o la frase más corta del libro que un día compraré en mi vejez. Por eso creo que mi agenda es tan importante, porque si no mi vida sería un desastre soberano, y no me acordaría de las cosas que realmente existen. |
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