Nada
normal (2002)
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Pánico |
Pepe Morell |
Entró en la recepción de Urgencias tan blanco como las paredes del hospital. Era un hombre maduro, alto y de fuerte complexión, con al menos noventa y cinco kilos.
?Señorita ?dijo?, parece que no me encuentro muy bien, creo que tengo cincuenta de tensión mínima y hago las heces muy negras. En esos momentos su nerviosismo era más por encontrarse en un hospital que por la posible gravedad de su estado. Tenía verdadero pánico a que le ingresaran, sería como encerrarle. La recepcionista, sin pensárselo, y aunque más bien parecía que iba colgada de él, le cogió por un brazo y le introdujo en una pequeña habitación, box lo llamaban, obligándole a tumbarse en una camilla. De inmediato aparecieron dos enfermeras ?eran monas, pero más serias que un ajo?, y como si les pertenecieran tomaron cada una un brazo clavando sendas agujas en una mano y en la muñeca contraria, enganchándolas a la clásica botellita. ?Ya me han atado, a ver ahora cómo salgo de aquí?, pensó, ?y todo por la manía de las mujeres de tomar una copa en Oliver porque suelen ir los famosos. En esos locales pidas lo que pidas te dan garrafón y luego viene el ardor de estómago?. Volvió la enfermera con el médico. ?¿Cómo se encuentra? ?Bien, yo creo que es un ardor de estómago por tomar unas copas anoche. Estaba un poca mareado, pero ya me encuentro bien. ?Pues el tema es más grave ?dijo el médico?. Los análisis indican una gran pérdida de sangre; y por los otros síntomas va a tener una hemorragia digestiva. Tendremos que hacerle un lavado de estómago y una endoscopia para ver la causa. ?Ya, pero después podré irme a casa, ¿verdad? ?¿Cómo te vas a ir a casa? ?intervino la hija, que entraba en ese momento, y dirigiéndose al médico?: Hola, soy su hija y tu colega. Mi padre es especialista en escaparse de los hospitales. Por dos veces ha dejado la mesa del quirófano, pensando en que después tendría que estar encerrado, como él dice, en la cama. Se volvió hacia él y dijo: ?Esto no es un problema de columna ni de garganta para que puedas marcharte. Si no haces lo que te mandan en menos de veinticuatro horas estás en el cementerio. ?Parece mentira?, pensó, ?mi niña tan rubita y con esa cara tan linda, qué mala leche ha sacado con los temas de su profesión. No sé a quién habrá salido.? Cuando la enfermera llegó con la sonda estaba más tranquilo. Le habían sedado. Al llegar la goma a la garganta evitó el lavado de estómago. Vomitó, las bocanadas de líquido negro inundaron todo: ropa, sábanas, camilla... Era como una fuente de líquido negro. ?Es sangre digerida?, dijeron. Y sintió que cada vez se le ponía más difícil el marcharse. Como no había camas libres llamaron a una ambulancia para trasladarlo a otro hospital en Madrid. ?Maldito garrafón?, pensó, ?la que me está liando. La próxima vez que vaya a Oliver pongo una bomba?. ?¿No podríamos ir en un coche? La ambulancia me da pánico; a veces se estrellan y mueren todos los ocupantes. La hija solo le miró y él se calló, pero no dejaba de pensar en los dos camilleros tratándole como un fardo, enganchado a las botellas sin casi poder moverse. La ambulancia se paró en la carretera antes de entrar en Madrid. ?¿Qué pasa? ?preguntó su mujer, que le acompañaba?. ¿Por qué paran si aún no hemos llegado? ?No conocemos bien Madrid, somos de Móstoles, y estamos mirando la guía. Lo que le faltaba, no era bastante estar tumbado en una camilla y encerrado en una furgoneta con las puertas cerradas; además no sabían cómo llegar. ?¿Qué haces? ?le espetó su mujer?. Han dicho que no te muevas. ?Aquí me voy a quedar, atado a las botellas... Déjame sitio que voy a indicarles por dónde se va. Se sentó en el asiento interior. En vez de entrar suero en la sangre las gomas se iban volviendo rojas. ?Mire ?le dijo al conductor?, eso es la Moncloa. Siga recto y métase en aquel túnel. Parece mentira que les manden a ustedes... Ahora tuerza a la izquierda; allí se ve ya el sanatorio. Le metieron en la habitación número 9. Al menos la habitación era bastante amplia, y tenía una ventana. Además, al ver un sofá y una mesita pensó que iba a poder levantarte, comer, recibir visitas etc. En una palabra, podría amoldarse a la situación. Pero se equivocaba, aunque le dopaban y estaba muy débil, los nervios le mantenían continuamente excitado. Sólo pensaba en cómo largarse de allí. ?¿Qué podía pasar si me quitase las agujas y me fuera a casa??, pensó. ?Si todo consistía en estar tumbado y con las medicinas adecuadas, podría seguir el tratamiento en mi casa?. Se negó rotundamente a utilizar la cuña; iba al retrete, bajo su responsabilidad, le dijeron, con la botella de suero pinchada en un brazo y la bolsa de sangre en el otro. No era fácil circular y sentarse en esas condiciones, pero le servía para salir de la cama. Tampoco resultó sencillo soportar las dos ?penetraciones? que le hicieron, tragarse un tubo para que le revisaran el estómago, y meterle otro para revisar el colon. Tuvieron que dormirle, el Valium no era suficiente. Total, para que no encontraran nada que justificase las hemorragias. ?El garrafón?, pensó, pero cuando lo decía no le hacían caso. Una enfermera, buena y caritativa, viéndole en tal estado, le facilitó un mechero para que fumara un pitillo que tenía en su chaqueta. ?Que no se entere nadie ?dijo?. Me despedirían. Su mujer había salido a comer. Una tarde su hija, que estaba de acompañante, salió a charlar con las enfermeras. Cuando volvió él estaba sentado en el alféizar de la ventana con las piernas hacia fuera. ?¿Qué haces? ?gritó. ?No puedo aguantar más. Prefiero salir aunque sea tirándome. ?¿Has pensado que tendremos que meterte en una caja y tapiarte en un nicho? Al oírla, puso cara de pánico, se bajó de la ventana y se tumbó muy tranquilo en la cama. |
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