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Enrique
Páez visto por sí mismo
Enrique Páez seen by himself
Una aproximación personal
Me gusta disfrazarme. A todos los escritores nos gusta. Lo que pasa es que no siempre es Carnaval, y no siempre estamos invitados a una fiesta de disfraces, así que nos escondemos en los libros detrás de los nombres de todos los personajes. Yo puedo ser Juanjo en Un secuestro de película, Flipper en Devuélveme el anillo, pelo cepillo o Pablo en El Club del Camaleón; pero también me convierto en el pirata Patapalo, en la abuela Metralleta, en la sobrina de una bruja, en la bruja Gertrudis y hasta en el búho de Renata y el mago Pintón. En realidad, cuando escribo, me convierto en todos los personajes, me meto dentro de su piel, respiro a través de sus narices y pienso con sus sesos. Alguna vez alguien me preguntó que qué era escribir, y recuerdo que dije: "Escribir es mentir despacio", y me quedé tan ancho. Lo cierto es que si mentir es inventar, urdir, novelar, tramar, fabular o crear una ficción que no es cierta, pero que tal vez pudiera serlo, en ese caso los escritores somos unos mentirosos patológicos. Y además "vivimos del cuento". Mentimos despacio, porque escribir es algo que se hace lentamente (hay que imaginar la historia con mucho detenimiento, verla con los ojos de la imaginación tan vivamente como si fuera real), y luego hay que escribirla y corregirla varias (muchas) veces, hasta que sea igual a la que teníamos en nuestra cabeza. Nací en Madrid, el 17 de marzo de 1955, a las diez de la mañana (nunca me ha gustado madrugar). Recuerdo que cuando aún vivía en casa de mis padres aquello era como un campo de batalla. éramos diez hermanos (ocho chicos y dos chicas) y mis padres tuvieron que poner cristales blindados en las ventanas para que aguantaran los balonazos de mis hermanos mayores (sobre todo los de Nacho, que era un bestia). No teníamos televisión, mis padres no quisieron comprarla hasta que todos estuviéramos viviendo fuera de casa, así que en vez de ver la tele nos dedicábamos a construir con papel de periódico flotas de barcos que navegaban por el pasillo, o circuitos de trenes que cruzaban por todas las habitaciones. Mi padre se encerraba en un su cuarto con tapones de cera en los oídos y nosotros ocupábamos el resto de la casa. Mucho antes de que me gustara escribir me gustó leer. Lo leía, y lo leo, todo. Hasta los anuncios de fontaneros y pizzas a domicilio. Cerca de casa había un pequeño quiosco en el que vendían pipas, caramelos y regaliz. También cambiaban libros y tebeos. Cada semana, los jueves por la tarde, salía corriendo del colegio y cambiaba mi último tebeo del Capitán Trueno, que ya me había leído diez o doce veces, por el otro recién aparecido. Yo tenía ocho años. La señora del quiosco me cobraba 50 céntimos (dos reales, en una moneda plateada y agujereada muy parecida a las de 25 pesetas de ahora). El metro costaba una peseta. Después empecé a leer libros de aventuras de Julio Verne, Emilio Salgari y Alejandro Dumas. Y cuando me hice socio de la primera biblioteca, a los doce años, cambiaba también los jueves el libro que me acababa de leer por otro diferente. Aún recuerdo casi todas las historias escritas por Enid Blyton, pero las de Los siete secretos y El Club de los cinco fueron mis favoritas. Cuando terminé la carrera de Literatura Hispánica en la universidad me puse a trabajar. De camarero, librero, periodista, fotógrafo, contable, informático, maestro y hasta astrólogo. Al mismo tiempo escribía. ¿Por qué cambié tanto de trabajo? Pues porque todos los trabajos terminaban por aburrirme. Todos menos uno: escribir. Y por eso lo sigo haciendo, porque es como mejor me lo paso. ¿A ti no te ocurre que cuando lees un libro que te gusta te identificas con el personaje y vives sus aventuras a su lado como si fueras tú el verdadero protagonista? Pues eso, pero multiplicado por mil, es lo que nos pasa a los escritores cuando estamos escribiendo un libro: que lo vivimos de verdad-verdad. De todos mis libros, creo que Abdel es el más necesario. Es el único que he escrito en primera persona, y es con el que más me identifico. Me avergüenza que los españoles tratemos a los inmigrantes como lo hacemos, cuando siempre hemos sido un país de emigrantes. También me parece que sobran, siempre sobraron, todos los ejércitos. Soy anarquista (no me importa decirlo), y nunca he llevado una bomba bajo el sombrero. Desde que gané el Premio Lazarillo de creación literaria, me dedico únicamente a escribir y a dar clases en el Taller de Escritura de Madrid. Cada semana mis alumnos tienen que inventarse una historia (de misterio, de amor, de ciencia-ficción, de terror...), y luego las leemos en voz alta y las corregimos entre todos. A escribir se aprende escribiendo; y a vivir, a pensar y a ser libres, leyendo. © Enrique Páez, Madrid, 1997 |
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A Personal Approach I like disguising. All writers like to do it. But it happens that Carnival is not everytime, and we are not always invited to a fancy dress party, so we hide ourselves into the books behind the names of all the characters. I can be Juanjo in "A Kidnapping Movie", Flipper in "Give Me Back the Ring, You Pinky Hair", or Paul at "The Chameleon Club", but also I become the Pirate Pegleg, the grandmother Machinegun, the niece of a witch, Gertrude the witch, and even the owl in "Renata and Pluto the Magician". In fact, when I write, I become all the characters, I get into their skin, I breathe through their noses and I think with their brains. |
Enrique Páez
enrique@enriquepaez.com
www.enriquepaez.com
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