Porque siempre que me hablas, tengo la sensación de que las palabras que salen de tu boca necesitan muletas, que no se sostienen, que tendré que sujetarlas entre dos columnas, o entre dos tomos gruesos de enciclopedia, para que no se desparramen por el suelo, con el consiguiente peligro de que cualquiera tropiece con ellas, las pise y pueda resbalarse, o lo que es peor, que salgan volando disfrazadas de atractivos globos de colores, y alguna persona coherente, al intentar alcanzarlas, se les hagan añicos entre las manos, y estén de por vida intentando construir un crucigrama imposible por falta de definiciones, porque yo ya conozco el truco y sé que no quieren decir nada, que están desestructuradas, que son resbaladizas, y al intentar cogerlas se escurren entre los dedos, y caen al suelo haciendo un charco viscoso, en el que alguien inexperto puede quedar momentáneamente pegado, de hecho eso me ocurrió a mí, envuelta en palabras, atada a ellas gustosamente, hasta que intenté darles un sentido, colocarlas, ponerlas en orden, pero no tenían sentido, ni se podían colocar, ni ordenarlas, desde entonces intento desprenderme de ellas, pero siempre se me queda alguna pegada en la espalda, en el pelo, en un hombro, también he intentade ahogarlas en la bañera, pero alguna se me debió meter en un oído, he de buscar un cirujano que extirpe palabras engañosas.
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