Microcuentos

 Enrique Riaza



La cifra y el signo (La cifra). Alguien dedicaba parte del día a calcular el grado de necesidad de su absoluta indigencia. Multiplicaba el tiempo lampante por el rédito de su miseria y al resultado de esta operación le añadía la cantidad siempre variable de la suma total de las telarañas de sus bolsillos. La cifra resultante le indicaba que lo que ahorraba en tiempo lo perdía en espacio al abarcar el hambre el más vasto continente de su existencia.



(El signo). Alguien entra dentro de sí mismo sin pedir permiso a nadie. Es descubierto y denunciado. Llaman a la puerta de su intimidad y es finalmente detenido. Los gestos y la mirada de incredulidad que mostraba el rostro del sujeto al ser detenido (según los apresores) le implicaban directamente en el asunto, demostrando al mismo tiempo la gravedad de los hechos que se le imputaban. Juzgado y sentenciado fue crucificado, muerto y sepultado. Aunque al tercer día no resucitó, tras la revisión del caso al cabo de doscientos años después, un Tribunal Superior decidió poner en libertad a su espíritu por falta de pruebas.





Canción de cuna de la memoria breve. Recuerdo cuando de pequeñito, por aquellos entonces de la niñez, se me introdujo en la boca un mosquito, poco antes de yo nacer; una vez instalado mi huésped, hizo uso de sus derechos de autor, adquiriendo mi hablar una tonalidad estridente de caruso zumbador. Con el paso del tiempo, un buen día, el zumbido de mi lengua de repente desapareció, surgiendo ante mi muda sorpresa, de forma simultánea en la trompa del insecto el sonido de mi propia voz.



El ascensor. Casa de una sola planta. Algo acontece en su interior. El dueño de la casa lee un periódico mientras se introduce distraídamente en el ascensor. Por la prensa se entera del insólito caso de alguien que durante la lectura de las noticias de un diario quedó atrapado en el ascensor, entre no se sabe qué piso de una casa de una sola planta.



La violación. Maniquí de escaparate brutalmente violada por un deseo insano que por allí casualmente pasaba en el momento de los hechos. Un eunuco recién salido del convento fue testigo presencial de tan libidinoso ultraje. El violento y singular forcejeo que mantuvieron durante el asalto la bella sintética, el deseo violador y el castrado mirón fue magistralmente arbitrado por el Sr. D. Hecho Causal del ilustre colegio de árbitros de Violacity.



Gasterópodo-saurius. Mi tío el caracol jamás sube ni baja los laberínticos peldaños de su concha, y aún teniendo la vía de emergencia de sus escaleras de caracol prefiere, no obstante, trasladarse en sentido ascendente o descendente a través del húmedo ascensor de su baba.



El abandono. El perro de un recién fallecido ha presentado denuncia —sin omitir ladrido de queja alguno— ante las autoridades competentes contra su difunto dueño por abandono. Ni en la palabra de los muertos se puede uno ya fiar.



La sonrisa de metal. Decidido de una vez por todas a acabar con su gravedad habitual, en un rapto de buen humor sin precedentes, el hombre más serio del mundo vomitó la sonrisa por la boca.



Mini-átomo-manía-leída-de-un-tirón. «Sirva un simple estornudo como causa-detonante del estallido nuclear-nasal de tu nariz así como el hecho precipitado de la huida de los seres próximos a tu entorno radiactivo-viral ante el justificado y humano temor de compartir con el rigor invernal los átomos-bacilos recalcitrantes que moran a su libre albedrío en el desolado erial de tu neutrónico cuerpo para encontrarte finalmente solo ante tu propia desolación atómico-cósmica-resfriada.»

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