Festín de amotinados (2000)

Candela

Lourdes Rivera

You shall be forgiven

Ben Harper


“Este paquete es aún más oscuro que aquel otro, y más incómodo, vamos todos arrebujados”. Todo comenzó en el escaparate de aquella tienda. Hacía poco que acababa de llegar. Él se paró, me miró y supe que sería suya al instante. Apenas una noche juntos, después de escribir una nota, en sus ojos pude ver un atisbo de ilusión. Me envolvió con cuidado y me encerró en aquel paquete oscuro.

Cuando salí de entre los pedazos de papel de periódico lo primero que vi fueron sus ojos color miel atravesada por un rayo de sol, tan dulces... y su pelo... imaginé cuánto debía ser hermoso brillando con mi color anaranjado lanzando destellos de fuego. Me acogió entre las manos con una sonrisa y tras alguna vacilación me colocó en un lugar preferente de la estantería entre los libros y los discos, entonces leyó: “Para que en mi ausencia la luz de esta vela brille en tus noches espantando el fantasma de la soledad”.

Oh, qué bonito, es un artista mi chico, esto se merece una canción. Puso I wanna give you my love de Led Zeppelin, bailó y cantó con la nota apretada contra el pecho hasta caer en la cama con los ojos brillando de emoción fijos en algún punto del infinito.

Los días pasaban tranquilos, iba llegando el invierno. Un día él la llamó, dejó un mensaje en el contestador “te volveré a llamar”, ella lo repetía en voz alta como una cantinela, pero no ocurría. Del rock and roll fuimos decayendo al pop un poco romántico.

En Navidad entró con un sobre grande entre las manos. Emocionada lo abrió. Había un colgante que según leyó daba buena suerte. Se lo puso enseguida y continuó a leer y a cantar las palabras de él: “Cuándo, cuándo estaremos nosotros cantando y bailando sobre los tejados de la ciudad como los gatos”. De ahí caímos en picado en los boleros. Se compró un disco de Luis Miguel y no se escuchaba otra cosa que Contigo en la distancia. Sus ojos se estaban velando, tomando el color de la miel condensada por el frío.

Iba, venía, paraba poco en casa. Llegaba, cambiaba cosas del bolso o se cambiaba ella misma y volvía a salir. Siempre seria, con un aire nostálgico. A veces faltaba varios días, pero nunca parecía satisfecha. A veces llegaba llorando ponía música a todo volumen y escribía a velocidad de vértigo en el diario. A veces, llegaba alguna postal “¿Quién sabe si será Madrid mi próximo destino?” Ella suspiraba. Decía: “Ojalá”, y se bebía los versos de Benedetti. Pero a pesar de todo caímos en la canción de autor, un tal Ismael Serrano: “Recibirás postales del extranjero, tiernas y ajadas, besos, recuerdos. ¿Cómo están todos? Te echo de menos. Cómo pasa el tiempo”. Divertido, ¿eh?, ¡lloraban hasta las paredes!

Últimamente trabajaba demasiado, fumaba demasiado, entraba y salía demasiado, le echaba de menos demasiado, y por mucho que yo me esforzara en alumbrar su ausencia, la mecha se me iba quedando pequeñita, se nos iba consumiendo a las dos el tiempo. Una noche estábamos escuchando a Mª Dolores Pradera cantando Amor de mis amores, hacía al menos dos meses que no sabíamos nada, entonces el cordón del colgante se rompió y cayó al suelo. “Es una señal”, dijo. A los cinco minutos sonó el teléfono. Eran las 12:30 de la noche. Sólo la oí decir: “Ah, que estás en Londres”. Cuándo volvió estaba sonriente pero su mirada divagaba entre todos nosotros. Me encendió, apagó las luces y dijo como en un conjuro: “Ilumina el camino de regreso, le espero, pero la confianza se me acaba, desespero...” y una lágrima rodó por su mejilla izquierda. Entonces se compró un single y cantaba a voz en grito You stole the sun from my heart, la amargura se reflejaba en sus ojos huidizos.

Así hasta anoche. Estaba escribiendo en el diario cuando sonó el teléfono a la hora habitual, pasada la medianoche. No alcancé a oír nada, pero volvió a oscuras y la oí llorar hasta las tantas.

Esta mañana se levantó. Lo primero que hizo fue buscar una cinta en el fondo del armario y poner la cancion Loser de Beck. Luego pasó al punk con Greenday, She. “¿Te sientes como una herramienta social sin uso? Grítame hasta que mis oídos revienten”. Luego cogió los sobres, las postales, las notas, el colgante y los metió en una bolsa. Después me cogió a mi, me estampó contra el suelo varias veces, se fue. Pensé que el suplicio había terminado pero volvió con un cuchillo, se arrodilló ante mí y con los ojos húmedos, hinchados, fuera de sí comenzó a decir:

“Si fuera una bruja y tuviera poder, desgraciado, te haría una magia negra y así como ahora corto en pedazos esta vela, se te rompiera ese asqueroso corazón de piedra. Bastardo.”

Lo último que oí fue La despedida de Manu Chao: “Ya estoy curado, anestesiado, ya me he olvidado de ti, hoy me despido de tu ausencia, ya estoy en paz...” He recuperado el conocimiento en este paquete oscuro, presiento que rodeada de postales. Lo que más me duele no es de haber hecho de chivo expiatorio, sino el sacrificio vano, porque conozco el final de esa canción: “Te espero siempre, mi amor, cada hora, cada día, cada minuto que yo viva; no te olvido y te quiero, sé que un día volverás...”

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