Festín de amotinados (2000) |
La abuela Mari Paz |
Paloma Jover |
Para Kike, que me trae
el pan todos los domingos Ayer fue un domingo especial. En realidad, todos los domingos son especiales. Rita y Mateo me traen a los niños para que coman en casa. Mi hija dice que les hago un favor porque así pueden ellos salir solos un ratito, pero a mí me encanta. Desde que murió el pobre Wences no me queda más alegría que mis nietos. Toda la semana la dedico a preparar su visita; me gusta que estén contentos y que lo pasen bien. Así, los lunes paso la mayor parte del día pensando el menú. No es que a mí me guste mucho cocinar, pero con ellos es distinto. Me encanta verlos rebañar el caldito de la carne, repelar el aliño de la ensalada, o devorar en tres minutos las croquetas que he tardado horas en preparar. Los martes los reservo para elegir algún cuentecico para Chusco, el pequeñín, que pasa los domingos en mi regazo devorando las lecturas que yo elijo para él. Los miércoles paso todo el día memorizando los resultados de la jornada futbolística para comentarlos con Rubén, el mayor; se sabe de memoria los nombres de los jugadores de todos los equipos de primera división, la lista de máximos goleadores..., en fin, que necesito mi tiempo de estudio para estar a su altura ¡y mi memoria no es la de antes! Los jueves revuelvo armarios para sacar algún viejo collar y ordenar los bolsos del dormitorio reservado para los juegos de Ana; le encanta pasear por la casa con mis zapatos de tacón, mis pañuelos y mis vestidos. Los viernes empleo todo el día en elaborar un horario detallado para el siguiente domingo. No me gusta que falle nada: quiero que esta casa sea el paraíso de mis nietecitos. ¡Y los sábados...!, los sábados me limpio toda la casa, incluidos azulejos y techos, plancho, friego y coso, sacudo las alfombras y limpio los armarios. Así lleno los días, cada vez más largos, de mi vejez. ¡Si no fuera por los pequeñines! No sé qué haré el día que crezcan, a veces me asusta pensarlo. Ahora lo importante es mimarlos mucho para que nunca puedan vivir sin los domingos en casa de la abuela Mari Paz. Llevo dos horas sentada en este sillón paladeando la visita de ayer. Los lunes me sobra mucho tiempo después de pensar el menú del domingo siguiente, así que paso largos ratos recreándome en el recuerdo del día anterior. Ayer, después de la misa de doce fui a la panadería dispuesta a comprar las dos barras que devoran los angelitos. Allí siempre me encuentro con alguien. Estaba Sandra, la del 7, y Toña, la del cuarto A. Estaban también los hijos de Joaquín comprando chucherías y Catalina, la mujer del portero. Quedaba poco pan, pero nunca pensé que la muy egoísta de Toña se llevaría el último par de barras. ¡Habrase visto! Se nota que no tiene nietos. Hay gente que sólo piensa en ella misma, y eso que Toña vive sola. ¿Para qué necesitará dos barras, digo yo? Pobres Rubén y Ana, pobre Chusco, ¿cómo iban a rebañar el caldito de la carne y el aliño de la ensalada? Salí de la panadería visiblemente enfadada, procurando que todos advirtieran mi justo enfado. No estaba dispuesta a darles a mis nietos un pan que no fuera el de Benito, la mejor panadería del barrio. Ya en casa, con la mayor angustia di vueltas pasillo arriba y pasillo abajo, buscando soluciones a la tragedia. ¿Pan de molde? No, no, Rubén lo detesta. ¿Tostas?, ni hablar, ¿cómo van a rebañar el caldito del filete? ¡Esa estúpida de Toña, ególatra y maleducada! Yo que me deshago por mis nietos, que no tengo otra alegría en la vida que los tres pequeñines, y viene ella a estropearlo todo. No vi otra solución que hablar con ella y pedirle, rogarle, suplicarle que me diera el pan que se había llevado; se lo compraría, estaba dispuesta a comprárselo. No quería entretenerme con aburridas visitas a su casa, así que le pedí con una llamada rápida que pasara un momento a la mía. Como yo ando con bastón es ella la que suele venir; aunque es mayor que yo, se mantiene ofensivamente joven. Toña respondió a mi llamada con hipócrita amabilidad diciendo que vendría inmediatamente. Estoy segura de que no deseaba en absoluto venir a verme, ¡la muy falsa! Su puerta es contigua a la mía y enseguida sonó el timbre. Tardé un minuto en abrirle, pero miré el reloj y me di cuenta de que no tenía tiempo de explicarle mis problemas panaderos. Además, tampoco estaba dispuesta a comprarle el pan; había decidido dar el dinero a los niños para que pudieran comprar chucherías como los hijos de Joaquín. Me incliné por la solución que me pareció más rápida y más justa. Abrí la puerta y le propiné un fuerte golpe en la nuca con la empuñadura de mi bastón. ¿Qué se había creído? Nadie deja a mis nietos sin pan así como así. Eché un rápido vistazo al descansillo. La puerta de su casa estaba abierta, así que pasé a la cocina, cogí las dos barras de pan y cerré. Imaginé a mis nietecitos mojando el pan de Benito en la salsa con la mayor felicidad y una dulzura infinita me recorrió todo el cuerpo. Cuando pienso en ellos me dan escalofríos como los que sentía cuando de joven veía a Wences esperarme a la vera del portal de la casa de mis padres, y es una sensación deliciosa. De nuevo en casa, recapacité: quizá alguien podría decir que yo le había robado las barras de pan a Toña, pero no eran para mí, eran para mis nietos. Por si acaso, decidí que yo no comería pan. Tomaría Bimbo. No quise dejar a Toña estampada en el suelo, sería un espectáculo terrible para los tres pequeñuelos. La arrastré como pude hasta el baño y me di cuenta de lo difícil que resultaría esconderla. ¡Esta Toña parece gozar dando problemas a los demás! Tuve que meterla en la bañera y, con ayuda de un estupendo cuchillo eléctrico que me había regalado Rita en mi último cumpleaños, no dejé enteros ni los dedos. Estos aparatos modernos son una maravilla. Este cuchillo lo mismo corta la carne, que pela patatas, que rebana dedos. De todas maneras, ya empezaba yo a ponerme un poco nerviosa, la muy inoportuna de Toña me estaba retrasando una barbaridad. Las dos menos diez y yo con todo el baño empantanado. Como no tenía tiempo para limpiarlo todo tuve que atascar la puerta del servicio para que los nenes no pudieran entrar. No soporto que vean la casa sucia. Hoy he sacado algunos pedacitos de la bañera y los he metido en el congelador. Creo que el domingo que vienen haré una fondue de carne. |
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