Festín de amotinados (2000)

It's a beautiful day

Ana Macarrón Miguel

Ruslán se paseaba por la habitación con sus pasos cadenciosos. Se paraba y revolcaba juguetón, y a continuación se encaramó en la butaca, saltó al televisor y de allí, con un brinco leve y acrobático, se plantó en la librería, sacudiendo con la cola el estante donde estaban los viejos discos. Una avalancha de portafotos, libros, jarrones, cajitas, cayeron arrastrando algunos discos en su estampida. Uno de ellos, It´s a beautiful day que León había conseguido localizar en una tienda de Francfurt, salió de su funda rodando por el suelo. Las 45 revoluciones giraron en vertical hasta topar con el bote de la sacarina que Teresa siempre terminaba dejando olvidado en la estantería. Eso le hizo desviar su trayectoria, llegando a chocar con el marco de la puerta que daba al pasillo de la entrada, haciéndose añicos.

Los fragmentos de vinilo, como alas desgajadas, saltaron dispersos y su sonido interno enmudeció. Al oír el estruendo que se produjo, Teresa salió precipitadamente del baño. Chorreando y llena aún de jabón, corrió al salón y resbaló en las baldosas lisas del pasillo. A trompicones consiguió alcanzar la puerta, pero sin conseguir recuperar el equilibrio. Cayó y se golpeó la cabeza contra el terrazo, a la vez que un trozo de plástico saltaba: un puñal negro y brillante se le clavó en el cuello. La sangre empezó a manar como un río de lava roja, y enmarcó el rostro blanco e inerte de Teresa. Junto a ella, en el suelo, había un cuadrado azul turquesa con una dulce imagen: una mujer subida en la cima de una roca y acariciada por el viento. Miraba henchida un cielo azul salpicado de algunas nubes blancas sobre el que se leía It´s a beautiful day en letras amarillas. Ruslán, curioso y remoloneando, rozaba el brazo extendido de su dueña y olisqueaba por aquí y por allá, dejando a su paso pequeñas huellas rojas sobre el cuadrado azul turquesa.

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