Nada normal (2002)

Una cuestión de principios

Álvaro Acevedo Tarazona

¿Qué esperaban? Ese día salimos como siempre a buscar lo del día. La verdad es que nos habíamos convertido en unos líchigos. Una cadena, un balón, una cartera... Qué vaina, incluso la gente de la gallada ya nos había perdido el respeto. Lo sabíamos, pero no lo decíamos.

Quintero ya estaba montado con sus lucas. ¿Quién lo creyera?, la policía era el lugar más seguro para robar. Chápax jugaba como un Dios al fútbol, y estaba en el equipo de la punta del campeonato; y además con todos los figurones del barrio. Cocolilo se había luqueado con el asalto de la joyería y se abanicaba con sus nenas en el carro, además de haberse mandado a la Diana, la más hermosa de la 31. Hasta el feo y cojo de Trapero se había ganado el respeto en la cuadra. Y nosotros, como unos pobres líchigos hasta con la gente del barrio. ¡No, la cosa ese día iba a cambiar!

A las dos ya teníamos una bicicleta; poca cosa, pero la teníamos y la paseábamos por la cancha de fútbol. El lugar estaba a reventar por lo del campeonato; por supuesto, los de la gallada ya sabían que no nos iban a dar ni siquiera el décimo de su valor. La sangre nos empezó a hervir a los dos. Y claro, ahí estaban los de la 9ª, en la mamadera de gallo; mientras los de la 31 de zafa, abriéndonos del parche.

No sé cómo empezó la gresca, pero lo cierto es que el Oswaldo intuyó que me le había adelantado y que lo de la bicicleta ya estaba bareteado. Por algo debía empezar a limpiar el nombre, y sí señor, en plena jeta, por la nuca le había dado.

Alguien de la gallada debió lanzarle el anzuelo. El caso fue que sacó su cuchillo y se me vino de lado. Así que todas las miradas se me juntaron y no tuve otro remedio que enfrentarlo. La pelea duró una eternidad; bueno, la eternidad de unos quince minutos agujereándonos como locos por todo el campo de fútbol. Nadie se metió. Ya éramos el show. Estaba claro que nos teníamos que matar. ¿Qué esperaban? Era la mía, o su reputación.

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