Nada normal (2002)

La rutina mata

Elia Albert

La añoranza sirve mientras te reconoces en lo que habías podido ser.
Cuando esa sensación desaparece, desaparece también la añoranza.

Jaime Gil de Biedma


Afortunadamente estoy bien. Ella lo ha querido así. Podía haber otra solución pero así ha sido. No hay marcha atrás. Sí. Definitivamente me está mirando. ¿Cuántos años tendrá, 22? No muchos más de 20, eso seguro. Esa piel que pide ser lamida y ese gesto de dulzura y provocación no perdura más allá de 20. Luego creen sabérselas todas y eso se nota. Pero podía haber esperado un poco más. Tal vez en un par de años yo habría encontrado una solución. Los niños se están haciendo mayores y Ana terminaría cansándose de tener un marido infiel, por que ella lo sabe, seguro. No, no puedo dejar mi casa en estos momentos. Estaría contenta Ana, sin ronquidos, toda la cama para ella. Va a preguntar algo, algo sobre las conexiones neuronales, mi explicación no ha estado suficientemente clara, año tras año utilizo este truco para ver si realmente entienden mis explicaciones. Año tras año encuentro lo mismo, la bioquímica no les interesa para nada, todos se ven con su bata blanca salvando vidas, realizando el transplante más llamativo, a un niño, a mister X, al Rey. Mira, parece que esta se entera de verdad. Tenía que haber elegido la otra camisa, me mira con demasiada insistencia. Pero, ¿cómo pretende que deje a mi mujer? Mi padre toda la vida fue a tomar café a casa de su gran confidente, Ariadna, y mi madre se sentía tranquila sabiendo que el peso de ese hombre, ese hombre, estaba siendo compartido con otra mujer. Una mujer que seguramente la entendería a ella mejor que su propio marido. ¡Qué complicadas son las mujeres! No las entiende ni dios, seguramente porque es hombre. Y ahí tienes la prueba, 22 años y quiere líos con un hombre como yo, 50 años y fama de haberse tirado a las alumnas más despiertas de cada promoción. Y por qué tenía que razonar de esa manera, siempre y constantemente: esa mujer no se ocupa de ti, si la engañas es por que no la quieres... qué tontería, cómo no voy a quererla si llevamos juntos desde primaria, si he estado en los tres partos, si es la madre de mis tres hijos, si hasta se ofreció a vender la casa cuando yo quería tomarme un año sabático. Claro que me quiere, claro que sí, ella sabe que yo necesito un espacio libre, que los hombres necesitamos momentos nuestros, ir al gimnasio, de copas con los amigos, nos gustan las mujeres y deberían de estar orgullosas de ello. Qué sería de ellas sin nosotros. Son bobas. Y la llamada de Inés a las cinco, cuando salía ya de la facultad, la llave en la cerradura de la puerta del despacho y el teléfono sonando, no debería de haberlo cogido, ¿quién iba a ser si no?, teníamos que hablar, pero, ¿hablar de qué?, si todo está ya requetehablado. Puede estar bien quedar con ella en el despacho, como la primera vez que quedamos Inés y yo. Qué asco de vida y qué complicadas son las mujeres, deberíamos poder vivir sin ellas, pero al mismo tiempo es tan agradable estar con ellas. Llamaré otra vez a Inés, tal vez quiera cambiar de opinión, aunque esta vez está muy terca, es la novena vez que lo dejamos. ¡Pero si no hace más de un año que estuve cambiando la moqueta de la habitación de Marieta! ¡Cómo me gusta que me coja de la mano mientras me llama papi y me cuenta lo que le ha ocurrido en el colegio ese día! Yo necesito estar en mi casa cada noche, oír por la mañana a los niños cuando toman el desayuno, salir a cenar con mi mujer, porque Ana es mi mujer, no tengo nada en contra de ella y seguramente ella no sabría estar sin mí. No, no merece la pena volver a hablar con Inés, al fin y al cabo hay muchas mujeres en el mundo. ¡Qué se habrá creído, que es la única! Mejor quedo con la nueva alumna, que si me mira será por algo, me cambio de camisa y quedo con ella en el despacho, seguro que esta vez voy a conseguir no echarla tanto de menos, un clavo saca a otro clavo. Con el tiempo todas las relaciones son iguales, la rutina mata.

Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro