Nada normal (2002)

El globo

Sonia Aldama Muñoz

Recuerdo tu sonrisa y todo lo que me enseñaste que sigue
dentro de mí. Gracias, papá, te quedaste para siempre.
A mamá, Vanessa, Guadalupe, Carlos,
Laura... y a vosotros, que seguís a mi lado.

El sol brillaba y el cielo era más azul de lo habitual, las miradas de los curiosos contemplaban el globo aerostático que partiría en busca de la aventura.

La luz era intensa y el corazón de Manuel latía con fuerza, esperando que los minutos pasaran y que llegara la hora de partir. El día parecía propicio para el viaje, el anticiclón haría que las nubes estuvieran lejos y que cuando llegara la noche, la Luna guiara el camino de Manuel, el joven que realizaría la hazaña de dar la vuelta al mundo.

Por fin llegó la hora y el globo subió y subió. Ahora ya no podía arrepentirse. Elena, su esposa, lloraba viendo la escena, porque a ella le hubiese gustado compartir ese viaje con su marido, ¿Sentía envidia? Tal vez sí, porque siempre ocupaba un lugar secundario, mientras que su marido vivía todas las aventuras maravillosas con las que ella soñaba despierta cuando no podía dormir.

Habían pasado nueve horas y la noche había cubierto el cielo de estrellas, Manuel respiró hondo y se encontró volando por lugares extraños. Desde el cielo, la tierra parecía un puzzle con piezas inacabadas, los bosques, las montañas, las praderas, todos los rincones del planeta se confundían y lograban que todo fuera misterioso.

Mientras tanto, Elena llegó a casa y decidió acostarse, se quedó dormida muy pronto, lo que no era habitual porque padecía insomnio. Para ella comenzó también la aventura, como si de un viaje astral se tratara, apareció subida en un globo, era de día y poco a poco iba pasando por muchos países: la India, Ecuador, Malasia, Escocia, Méjico... casi podía oler a curry, mango, arroz hervido, haggis o tacos. Pero estaba sola, Manuel no la acompañaba. Cuando despertó comprendió que no todas las personas tienen la oportunidad de realizar sus sueños, pero nadie les podía quitar la ilusión de realizarlos con el pensamiento, nadie podía impedir que viajara por mundos llenos de colores y fantasías.

Cuando Manuel regresó le contó mil anécdotas sobre todo lo que había contemplado, y ella sonreía y le miraba, esta vez sin envidia, porque ella había vivido una historia paralela llena de emociones.

Pasaron nueve años y Manuel decidió que daría la vuelta al mundo en un barco de vela. Cuando el viaje estaba preparado, tuvo un sueño extraño en el que su mujer estaba afligida sentada en la orilla del mar. Despertó y le dijo:

—Elena, tengo un regalo que te sorprenderá.

—¿Me regalas el Sol y la Luna? —contestó ella con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Te regalo mis sueños, quiero compartirlos contigo y que me acompañes en mi próximo viaje.

Elena aceptó y aunque nunca le habló de sus sueños, por fin pudieron contemplar juntos el atardecer.

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