Nada normal (2002)

Canales

Alberto Gallego-Casilda

Don Orosio Lázaro Mayoral se quitó la vida el 23 de septiembre, el día siguiente a su jubilación. Contaba 65 años y había pasado su vida trabajando como funcionario en El Ministerio. Tras su muerte, el personal de El Ministerio encontró nueve novelas, manuscritas por don Orosio en viejos cuadernos de tapas azules, fabricados con papel de árboles olvidados.

Durante años don Orosio fue diligente en su trabajo. Pasaba la jornada en un despacho del segundo sótano, a la luz de una lámpara de latón oxidado. Recibía informes de gastos y revisaba los cálculos, después realizaba tres copias, para finalizar debía visar el informe. Tras este proceso dejaba el documento en la mesa del ordenanza y éste lo introducía en el distribuidor de informes, para que continuara su vida administrativa a través de la canalización documental.

Su vida cambió una mañana de abril. Ese día se encontraba indispuesto y se ausentó un instante de su despacho del segundo sótano, en ese momento el ordenanza pasó por su mesa y en lugar de esperar a que un informe fuera visado, lo retiró, introduciéndolo en el distribuidor de informes. La gravedad de lo sucedido le preocupó tremendamente, e intentó en vano rescatar el informe de las tuberías de la canalización documental. Tras su fracaso, abrumado, se dedicó a esperar el correspondiente correctivo disciplinario por tan lamentable suceso. Además, abandonó toda esperanza de conseguir una comisión de servicios que premiara su hasta ahora intachable labor. Lamentó que un error ajeno mancillara su irreprochable trayectoria como empleado de El Ministerio. Don Orosio se dedicó a esperar que el distribuidor de informes actuara, emitiendo el inevitable expediente sancionador.

Esperó. Y esperando pasó un día, una semana, un mes... El distribuidor de informes no emitía nada. Parecía que el fallo no había sido detectado. Sorprendido, decidió comprobar las posibles fugas en la canalización de documentos, para ello puso de forma voluntaria un informe sin visar en la mesa del ordenanza. Sucedió lo mismo que con el anterior: nada. La sorpresa fue en aumento y don Orosio comenzó a incrementar el número de informes no visados que dejaba en la mesa del ordenanza. De nuevo nada era detectado. Ante la gravedad de los hechos decidió informar por escrito, esperaba que su error de diligencia con el primer informe fuera compensado al descubrir el incorrecto funcionamiento de la canalización documental. No hubo respuesta. La desolación llegó al descubrir que los años pasados en su despacho del segundo sótano de El Ministerio, a la luz de una lámpara de latón oxidado, habían sido entregados a cambio de nada a las agallas del tiempo.

Triste, decidió en lo sucesivo no visar ningún informe y dejarlos de la misma forma que los recibía en la mesa del ordenanza. Sin trabajo que efectuar, el hueco del tiempo empezó a entrar en su despacho del segundo sótano de El Ministerio, succionando su pensamiento. Las horas antiguas, gastadas visando informes, se habían convertido en espacios vacíos, tan vacíos como la canalización documental. Don Orosio pensaba en el pasado, en el tiempo olvidado, en los amores perdidos y en los amores inexistentes. Desesperado, quiso recuperar sus recuerdos y sus sueños para que no fueran devorados por la canalización documental. De esta forma empezó a escribir en un cuaderno pequeñas historias sobre cosas que no vio y amores que no tuvo, amores imposibles con finales muy trágicos, que sucedían en lugares cuyo nombre sólo conocía por haberlos escuchados en películas en blanco y negro.

Durante el resto de sus días en El Ministerio, don Orosio escribió recuerdos falsos de historias no vividas, hasta que un día, el distribuidor de informes emitió un documento, que tras su viaje por la canalización documental, le anunciaba la inmediatez de su jubilación.

Jamás nadie leyó lo que escribió don Orosio.


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