Nada normal (2002)

El cuco de Alberto

Jose Antonio Gutiérrez

Primer acto

(Se levanta el telón. Clara y Alberto se abrazan sentados en un sofá de dos plazas, situado en el centro del escenario. Completan la decoración: un reloj de cuco en la pared de la derecha y una ventana que apunta al puerto. Esta se abre y se cierra violentamente. El viento silba impetuoso y se oyen las olas romper con fuerza. Clara corre hacia la ventana y la cierra; luego se acerca a él).

Clara: Cariño, no deberías salir a faenar esta noche. Las previsiones son malas; el temporal no aminorará hasta pasados tres o cuatro días.

Alberto: Clara, ya sé que el tiempo no acompaña, pero llevamos así una semana y tenemos que pagar el barco; además, debemos ahorrar para que no le falte de nada a Albertito cuando nazca. Por cierto ¿ya se lo has dicho a tu madre?

Clara: No, quería que se lo dijéramos juntos. ¿Vamos a comer con ella y aprovechamos para decírselo? Se alegrará de vernos. ¡Está tan sola la pobre! Desde que murió papá el año pasado no levanta cabeza.

Alberto: Sabes que me encantaría, pero lo hemos preparado todo para salir a las nueve de la noche. Es una decisión que hemos tomado toda la tripulación.

(Clara enfurecida camina hacia la ventana y desde allí mira al horizonte. Rompe a llorar. Alberto se le acerca para consolarla).

Clara: Suéltame, egoísta; déjame en paz. ¡Dios no lo quiera!, pero si te pasase algo ¿qué sería de nosotros dos? Cada vez que sales a faenar no puedo pegar ojo hasta que vuelves. ¡Odio la pesca, los barcos y el mar!

Alberto: Tranquila (la abraza y con una mano le acaricia el pelo). No nos va a pasar nada. Vamos a faenar por el Levante. Allí el temporal es menor. Además nuestra embarcación es muy estable y es imposible que se hunda. Y lo mejor de todo es que nadie faena hoy, así que capturaremos el doble o el triple; estoy seguro.

(Él, sonriente, frotándose las manos pensando en su pesca abundante; y ella, desconsolada, se sientan en el sillón. El reloj de cuco canta las nueve menos cuarto).

Alberto: Maldita sea, tengo que irme. (Besa en la frente a su mujer y desaparece por la puerta mientras cae el telón).

Segundo acto

(Sube el telón. En el puerto, el viento zarandea las embarcaciones a su antojo. Llueve con fuerza. Alberto camina apresuradamente hacia la entrada del puerto, donde se encuentra su pesquero y su tripulación. Sin embargo, por el camino se encuentra con Victoria, una vecina de toda la vida).

Victoria: Me han dicho que vais a salir. No es cierto, ¿verdad?

Alberto: Sí, ahora mismo.

Victoria: Demonios, sois una familia de locos y de pescadores testarudos. No cambiaréis hasta que ocurra una desgracia. ¡Dios mío! Si te pasara algo Alberto, yo no sabría...

Alberto: Tú también no, por favor. Perdóname, me están esperando.

(Intenta esquivarla, pero ella, más rápida, se pone de frente mirándole fijamente a los ojos).

Victoria: Estoy embarazada. He repetido las pruebas dos veces y han dado positivo. Estoy de dos faltas.

Alberto: (Arquea las cejas, abre los ojos hasta más no poder y su rostro desfigurado adquiere un color rojizo). Pero... eso no puede ser. Dijiste que tenías todo controlado. No puedes hacerme esto ahora. ¡Joder, joder!

Victoria: Mira haz una cosa: anulas la salida y nos vamos a mi casa; allí tranquilamente hablamos y decidimos lo que vamos a hacer.

(Alberto se echa las manos a la cabeza, mira a Victoria y sin mediar más palabras sale corriendo como si el mismísimo Satanás le persiguiera. Baja el telón).





Tercer acto

(Medio año más tarde, en la misma habitación donde Clara y Alberto se despedían, aparecen Victoria y Clara sentadas en el sillón. Ambas visiblemente embarazadas).

Victoria: Tú dirás, ¿para qué me llamaste?

Clara: ¿Qué va a ser? (Señala con la vista la barriga de su invitada).

Victoria: Niño.

Clara: ¿Ya habéis decidido el nombre? ¡Uy! Quería decir que ya sabrás cómo le vas a llamar.

Victoria: Sí, se llamará Alberto.

Clara: ¡Alberto! Vaya, qué original. (Se levanta, frunce el ceño y resoplando se dirige a la ventana. Clava la mirada en el horizonte). Mira, Victoria, voy a hacer honor a mi nombre y te seré sincera. Pensarás que a mí no me importa, pero necesito saberlo. ¿El padre de tu hijo, de Alberto (lo pronuncia con cierta burla) es mi marido, mi Alberto? (Emocionada se le saltan las lágrimas). Dime que no. Dime que no es más que otra mentira de las lenguas de este maldito pueblo. Dime que mi Alberto nunca hubiese sido capaz de hacer algo así. ¡Dímelo!

(Victoria sigue sentada en el sillón. Cabizbaja intenta reprimir las lágrimas que se le resbalan por las mejillas. Se levanta con energía).

Victoria: Odio a la gente que calumnia y humilla sin reparar en el daño que hacen; me dan asco. El padre de mi hijo no es Alberto. Reconozco que fuimos novios de mozos; pero nada más. Su padre... ese desgraciado se marchó y no he vuelto a saber nada de él. Son todos iguales. (Silencio). Ahora me vas a perdonar pero estoy muy cansada. Me voy a casa.

(Victoria abre la puerta y cuando va a salir se detiene. Busca con la mirada a Clara como queriéndole descifrar el misterio más grande del mundo).

Victoria: Clara.

Clara: Dime.

Victoria: Lo siento de veras. Tu marido era un buen hombre.

(Lentamente cierra la puerta y se va. Clara desde la ventana observa la figura de Victoria alejarse por el puerto. Cae el telón).

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