Nada normal (2002)

Recuerdos a Alicia

Belén Herranz

a Goyo

Nunca me ha gustado Ernesto. Mi madre decía que quería ser mi novio. De hecho, todavía lo sostiene. “¡Hombre, como que a mí no se me escapa una!”, dice. “A ver por qué, si no, venía aquí todos los días”. Lo sigue manteniendo cada vez que se acuerda, a pesar de que “todos los días” sólo fueron nueve días. Ernesto venía a nadar un rato por las tardes. Se lo había recomendado el traumatólogo y venía a nadar a la piscina de casa porque era gratis. Todavía no era novio de Alicia, aunque Alicia estaba deseando ser su novia, por lo menos eso dicen los que ya la conocían de antes. Todos los amigos de la pandilla vinieron a mi boda, menos él. No quise invitarle. Él solo tenía una lesión en el hombro y yo le dije que sí, que podía venir a nadar a casa por las tardes. Luego desapareció, por eso no le invité. Pero él sí me invitó a su boda un año después. De todos los amigos de la pandilla, Ernesto era el único que no me gustaba. Se casó con Alicia, claro. Ahora los vemos de vez en cuando, en algún bautizo o en algún cumpleaños. Mañana volveremos a verlos juntos, a Alicia y a él, en el cumpleaños de Rosa. Rosa siempre invita a Ernesto y Alicia. No ha celebrado antes su cumpleaños porque Alicia le había dicho que Ernesto tenía mucho trabajo. Nosotros le vimos anoche. Tiene una amante. Fue en el aparcamiento de la Plaza de París. Cuando les vimos besarse no sabíamos que eran ellos, Ernesto y la chica. Sólo vimos a unos novios besándose. Parecían más jóvenes. Mucho más que Ernesto. Pero eran Ernesto y la chica. Estaban detrás de nosotros, un poco apartados, esperando para pagar. No había nadie más en el aparcamiento, salvo el cajero. Cuando nos disponíamos a ir hacia el coche, fue cuando vimos de frente a la pareja de novios. Entonces vimos a Ernesto. Ya no se besaban, pero eran los novios. “Hola, Ernesto”, dijimos. Me daban igual Ernesto y su amante. Siempre que vemos a Ernesto le preguntamos por Alicia y los niños. “¿Qué tal Alicia y los niños?”, dije. Me daban igual Alicia y los niños. Y Ernesto. Ernesto no es un amigo.

—Qué guapos son los hijos de Ernesto —dijo ella.

—Ésta es Sonia —dijo Ernesto con la voz trémula—, la chica de Zaragoza.

Sonia olía a agua de rosas. Le dimos un beso.

—No puede ser que ni siquiera hayáis oído hablar de Sonia. Es restauradora. Ella es la que me proporcionó uno de los primeros relojes art decó de mi colección. Creí que ya os lo había contado.

Poco a poco, la voz de Ernesto iba ganando confianza. Me traía sin cuidado Ernesto con sus cambios de voz y su reciente interés por el art decó. Esperamos a que terminara en la caja.

—Mi marido se ha quedado en la tienda —dijo ella atusándose un mechón de pelo que le tapaba los ojos—. Tenemos una tienda de antigüedades en Zaragoza. Yo he venido con el tiempo justo de echar un vistazo a la feria. Mañana me marcho. ¿Vosotros la habéis visto?—dijo ella.

No me interesaba ella, ni su tienda de antigüedades, ni su marido. Por la tarde habíamos dado una vuelta a la feria y habíamos comprado un abrecartas. Pero no se lo dijimos.

—Tengo el coche en la planta de abajo —dijo Ernesto cuando terminó de pagar—. Un día tenéis que venir a casa para que os enseñe la colección. Alicia y los niños se pondrán muy contentos.

—Alicia es un encanto —dijo ella.

Hacía mucho que no veíamos a Ernesto. Se estaban besando. Él no nos vio mientras la estaba besando. No sabíamos que eran ellos, pero les vimos como se besaban, como si fueran novios. Parecían más jóvenes mientras se estaban besando.

—Mañana veremos a Alicia y a los niños en el cumpleaños de Rosa —dije.

—Por supuesto, mañana iremos todos al cumpleaños de Rosa —dijo Ernesto.

Les vimos alejarse delante de nosotros. Ya no eran novios. Parecían más viejos.


Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro