Nada normal (2002)

Un café y una napolitana

Roberto Insignares

Usted no me conoce y de seguro se preguntará por qué la invité esta tarde de otoño a tomar un café con napolitana. Sucede que necesitaba hablarle como tantas veces papá lo hizo.

Sabe que nunca hasta el día de su funeral vine a conocerla de vista. Nunca imaginé que fuera tan joven y discúlpeme, tan bella. Fue precisamente esa tarde en la sala de velación, cuando la vi sentada en aquel rincón llorando desconsolada que termine de comprender su papel en la vida del viejo.

El viejo siempre fue un hombre callado. Al principio quienes lo conocieron en su juventud, como el tío Esteban o su amiga Juanita, hablan de él como un hombre extrovertido. Decían que solía ser el de la iniciativa para las reuniones y que buscaba siempre una disculpa para estar con sus amigos. Sin embargo, parece que el tiempo lo cambió. Claro que a decir verdad, no creo que hay sido solo el tiempo, creo que en ello influyó un poco su afán por querer hacerlo todo tan rápido. Eso lo llevó a sufrir mucho. Hay quien dice que el mundo no está preparado para tanta espontaneidad. Le faltaba reflexión a mi parecer, era muy impulsivo. ¿Sabía usted que el viejo tenía cuatro carreras a su haber? Claro que lo sabía, a papá se le notaba la cultura no solo en la forma de expresarse, sino en la forma de tratar, ¿usted me entiende? Sí, en eso, en la forma de mirar a las personas y perdóneme, hasta de tratar a las mujeres. Por eso algunos dicen que era un mujeriego, yo no lo creo, más me parece que esos comentarios son fruto un tanto de la envidia y otro tanto de la doble moral de la gente. Si papá fuera tan malo no hubieran asistido tantas personas a su funeral, especialmente exnovias. Imagínese que hasta una que tuvo en la primaria se enteró y ahí estaba llorando la pobre. Él sabía querer, pero no dejaba que lo quisieran. Por eso creo que mi viejo nunca fue feliz por un largo periodo de tiempo, creo que lo fue solo por tránsitos, por instantes, por momentos muy fugaces, más parecidos a ilusiones que a realidades. Él siempre iba demasiado rápido y cuando llegaba la felicidad él ya se había ido.

A papá le gustaban mucho los jueves. Usted se preguntará por qué, aunque sospecho por su sonrisa que sí lo sabía. Resulta que una vez una adivina le dijo que su mejor día era el jueves y su mejor hora las 5 de la tarde, por ello y aferrado a esa ridiculez él solía estar en esos días más alegre que de costumbre. Cuando yo era pequeño y estábamos en la casa de la playa me ponía en su regazo y decía: “Mira, Nicolás, ya son casi las cinco, es hora de la fiesta”. Yo le preguntaba confundido qué festejábamos, y él me respondía que simplemente celebrábamos el estar vivos. Yo siempre fui muy unido al viejo, más que mi hermana que por muchas razones se solidarizó con mama. Si, sé que usted lo entiende.

Cuando empezaron a andar mal las cosas con mamá, el viejo se puso muy mal. Fue de unos diez años para acá. Un día, lo invité con mi hermana a comer y le dije que nos hablara del distanciamiento. Yo era un adolescente, un poco menor que mi hermana, pero aún así no olvidaré nunca su respuesta. La explicación que nos dio era que el amor entre un hombre y una mujer es como una planta delicada, que hay que cuidarla, rosearle agua dos veces al día y sacarla al sol para que le dé calor y que tanto él como mamá habían hecho un viaje largo sin darse cuenta y la planta se había quedado sola y cuando regresaron —también sin percatarse— ya estaba medio muerta, que intentaron salvarla por todos los modos, le echaron agua, la asomaron al sol y otras cosas, pero que nada resultó y que por ello había dejado de crecer. Mi hermana al terminar de escucharlo dijo que la botánica no se le daba bien y se marchó, yo por mi parte le sonreí al viejo. Papá tenía una forma poética de expresar las cosas, ¿no cree? ¿Por qué llora?

¿Sabe algo?, lo que más me entristece es que su aparición haya sido tan tardía. Cuando usted llegó a su vida él ya estaba algo cansado. Como imaginará, las decepciones y los problemas nos enseñan una teoría que cuando tratamos de poner en práctica a veces es demasiado tarde.

No obstante, creo que mi viejo fue feliz en un largo espacio y ese fue precisamente el último que vivió. Sí, no se sorprenda. El que vivió con usted. Alguien dirá que por estar con la amante de mi padre no respeto a mi madre. Sin embargo, me importa poco. La gente que diría ello nunca conoció a papá. Es más, me duele reconocerlo, pero tal vez mamá tampoco lo hizo. Por ello es que siendo hoy jueves decidí invitarla a tomar este café con napolitana, porque sé que papá quisiera celebrar con nosotros la llegada de las cinco de la tarde. El motivo no se lo cuento, ya lo sabe usted, ahora que mi viejo está muerto...

Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro