Nada normal (2002)

La leyenda del español sin nombre

Javier Lara Expósito

A Oswaldo Berenguer

IX. Desde niño mi abuelo me contaba sus aventuras. Aun recuerdo aquellas tardes invernales en las que al calor del fuego de la chimenea, me relataba con emoción y entusiasmo contagiosos, todas y cada una de sus experiencias vitales. Plagadas de viajes y de contactos con las culturas más exóticas. Hablaba largo y tendido sobre las selvas del Orinoco y su relación con las tribus indígenas del lugar especialmente con los legendariamente caníbales yanonami. Mi abuelo aseguraba que todas aquellas historias sobre su naturaleza antropofágica, eran mezquinas patrañas difundidas por Napoleón Chagnon, un antropólogo norteamericano, que visitó aquellas selvas a principios de siglo. También me hablaba mucho de España y la diversidad de sus costumbres y sus gentes. La erudición de mi abuelo me atraía tanto como su lenguaje rico y magnético. Hasta tal punto, que demoraba durante horas las salidas vespertinas con mis amigos de la infancia solo para escuchar sus historias. “Oswaldo, deberías dejar que el abuelo descansase y salir un rato con tus amigos”, sugería mi madre al cabo de un par de horas de atenta escucha; “ya te contara todo lo demás más tarde”. Y yo, un tanto fastidiado, acataba sus órdenes y me marchaba con mis amigos. Cierto es que mi abuelo me repetía, una y otra vez, las mismas historias pero en cada ocasión las envolvía en un lenguaje distinto seductor y casi mágico, que parecía transformarlas por completo.

Nunca perdí la costumbre de escuchar a mi abuelo. Y ya, siendo adolescente, decidí salir de Buenos Aires y visitar España. Pero antes de marchar hacia allá, le pedí a mi abuelo que me contara algo más; algo que no supiese sobre España y los españoles. Y él satisfizo mis deseos. “Si quieres conocer verdaderamente ese país y a los nacidos en él, debes escuchar La leyenda del español sin nombre”, afirmó. Le miré frunciendo el ceño, jamás había oído hablar de esa leyenda. Y mi abuelo nunca me la había contado hasta ahora. Mi abuelo me dijo que dicha leyenda se la contó un gallego escritor, como él cuando todavía era joven, como respuesta a mis mismas inquietudes, previamente a iniciar su relato. Y pasados unos minutos comenzó:

El español sin nombre era un hombre que caminaba habitualmente, errante, por las costas azules y de aguas cristalinas de Babiesca, siempre ensimismado y ajeno a lo que ocurría a su alrededor. Hermético, rara vez le dirigía la palabra a alguien. Y, cuando lo hacía, tan solo intercambiaba unas pocas y triviales palabras con su interlocutor. Vestía humildemente, con camisa a cuadros y pantalones cortos, en verano y gruesos jerséys de lana verde oscuro en invierno. Siempre iba mal afeitado y con el pelo revuelto. Andaba, las más de las veces, con la cabeza gacha, pensativo y sin mirar; tropezando invariablemente con los turistas de la playa. Algunos habituales y otros no. Estos últimos le recriminaban despectivamente. Y, solo en ese momento, el español sin nombre parecía reaccionar, alzando la vista y mirando al frente. Nunca volvía la vista hacia atrás como si el pasado, incluso el más inmediato, le fuese indiferente. Aunque tras él hubiese alguien que le injuriase o maldijese, el jamás volvía la vista, y seguía mirando al frente, como hipnotizado. Antes de volver a agachar su cabeza y sumergirse de nuevo, en su propio mundo, al que nadie más accedía.

Los lugareños de aquel pequeño pueblo costero decían de él que era un hombre triste y solitario, que nunca tuvo esposa, y que, aunque sabían de buena tinta que no era mudo, lo cierto es que a veces lo parecía por lo parco en palabras que era, y cuando hablaba lo hacía con dificultad. Una vecina le traía el desayuno, la comida y la cena todos los días. Y siempre decía lo mismo: “Este hombre me preocupa. Come como un pajarito”. Aquella mujer se ausentó durante dos meses de Babiesca para ir a la ciudad por asuntos de papeles. Y cuando regresó descubrió al hombre muerto, tal vez de inanición, tendido plácidamente en su sofá, a solas consigo mismo y sus pensamientos en cualquier otro lugar, como lo había estado siempre a lo largo de su vida. Cuando preguntas a cualquier español sobre dicho personaje legendario, enmudece, molesto, y sigue caminando, mirando al horizonte sin volver, ni tan siquiera por unos segundos, la vista atrás.



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