Nada normal (2002)

Día de Reyes

Lara López

Estoy escuchando una canción en una lengua que no conocía. Tzotzil. Dice el disco que hay que pronunciarlo tzoh-tzeel, pero creo que eso es sólo si hablas inglés. O sea, que yo puedo leerlo de otra manera. Lo intento, pero sólo me sale algo parecido a tsosil o tchotchil. Tengo un mal día.

El disco es ése que me regalaste estas Navidades, el de los dibujos de colorines. Sale una chica vestida de rosa, como la del anuncio de Agatha Ruiz de la Prada. Aunque, en lugar de la escoba a lo Harry Potter, lleva un paraguas. Llevo una hora mirando la portada. He contado una jirafa, una abeja, nueve flores, un bastón de caramelo, un violín, un pájaro y tres corazones. Luego he pensado que la portada era como la vida misma: demasiado corazón.

Me gustan las canciones. Y quienes cantan. Me gusta sentarme al sol del invierno, protegida del frío con los cristales del ventanal de la cocina. Que se empañen y escribir mi nombre. El color rosa de la pared. Y el amarillo del mantel. Saber que al despertar van a seguir ahí los colores y los olores que hemos elegido. Me gusta elegir.

Cuando abrí el paquete, vi que el disco tenía canciones de un montón de lugares que me gustaría conocer. Trinidad, Canadá, Colombia, India, Jamaica, México... Mareada con tantos países te miré. Creo que, incluso, te miré sonriendo. Estaba segura de que me dirías, mira, te lo regalo para que decidas en qué lugar del mundo te gustaría pasar las vacaciones este año. Tú estabas hablando de lo bien que te quedaba la chaqueta nueva. Pero de las vacaciones nada. Creo que te miré, esta vez sin sonreír y te pregunté no recuerdo qué, aunque debí decir algo parecido a ¿y esto? ¿No quieres decirme algo? Y estoy segura de que añadí una sonrisa de esas que quieren decir, venga, hombre, suéltalo ya, dame una alegría, que no se diga. Y no se dijo. O sí, pero no sonó nada alegre. Lo que dijiste fue ¿te gusta? Son canciones de diferentes partes del mundo, ya que no vamos a hacer ningún viaje este año... Lo que pensé fue, el año acaba de empezar, pero tú (y ahora yo) ya sabes que no vamos a hacer ningún viaje.

Te lo pregunté. Te pregunté que cómo era posible que siempre supieras con tanta antelación lo que no iba a ocurrir. Y pusiste cara de no entenderme. Y cuando pones esa cara, yo ya sé que es mejor tener la fiesta en paz. Y como era el regalo de Reyes, todavía quedaba mucho domingo y mucho lunes a tu lado como para discutir. Y no discutimos.

Estuve cocinando los dos días. Hice crema de calabacín, pisto, lentejas con verduras y sin patatas, porque luego no se pueden congelar. Y no discutimos. Pensé que dirías deja de cocinar, mujer, que para dos días de fiesta que tenemos es mejor que salgamos a comer fuera. Pero no lo dijiste. Y entonces hice también pimientos asados y arroz con leche, aunque ya sé que tú prefieres el que hace tu madre, y me comí una tableta de chocolate y no bajé a por el periódico y ni siquiera me alegró recordar que la pared de la cocina está pintada de rosa.

El disco lo debí poner unas seis o siete veces. Seis o siete veces a lo largo de dos días es demasiado incluso para un disco nuevo. Pero no queríamos discutir. Así que no dijiste nada. Por lo menos en ese momento. Porque luego sí que discutimos.

El lunes por la noche, cuando ya sólo quedaban diez minutos para irme a la cama, fue cuando me lo dijiste. Yo había pensado acostarme. Me voy a acostar, te dije, ¿te importa? Y me miraste con cara de no tener nada que decir. Pero sí. Decidiste que sí tenías algo que decir. Así que me senté a escucharte, tal y como me pediste que hiciera. Y me dijiste que a mí no me gustaban las cosas nuevas. Que estabas cansado. Que hacía tiempo que querías decírmelo. Que la habías conocido en la oficina. Y que la chaqueta nueva te la quedabas. Creo que no fue en ese orden, pero eso fue lo que dijiste. Ya sé que en ese momento no contesté. O algo, pero poco. Creo que debí decirte, ah, o algo así. Por eso quería que lo supieras. Quería que supieras que me gustan las cosas nuevas. Y los atardeceres de invierno, encender la chimenea, inventarme palabras, que cambien las estaciones, acariciar a la gata, las piedras de colores, leer las cartas de mi amiga Berna, caminar descalza por la playa cuando el mar está vacío, disfrazarme de princesa por mi cumpleaños. Llorar cada vez que veo La delgada línea roja y ET. Saber que en tzotzil comenzar a crecer se pronuncia casi como comenzar a brillar. Chinichina likel. Chixojobin likel tana.

Y que este año me iré a México, la tierra de los mayas.

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