Nada normal (2002)

Vida horizontal

Macarena Mena Santos

A Carlos, coautor de las maravillas de mi vida

—Siempre te había divertido hacerlos. A mí también pero aún tenía sueño. Aquel día amaneció el diagrama del mundo descolocado. Yo sobre la cama cansada sin poder moverme y tú zascandileando desde las nueve. Cualquier otro día hubiese sido yo la que: “¡Venga, arriba, vamos a dar una vuelta!”. Pero aquella mañana como yo no te hacía caso, “Autodefinidos Orión” se vio sacudido violentamente. Así es que donde de izquierda a derecha iban y venían serblos horizontales ahora desorientados permanecían junto a aquellos que decían venir de tierras extrañas. Eran serblos verticales que envueltos en confusión también buscaban su sitio. Todo se había paralizado menos la información que llegaba atropelladamente a las casillas del mundo. Nada era más importante que esperar a ver nuevas soluciones, definiciones que facilitaran la correcta ubicación de cada uno de ellos.

Hasta entonces los serblos horizontales habían destacado por su estatismo y por la costumbre que tenían de alinearse. Los verticales en cambio tenían agilidad en los juegos de equilibrio y adquirían formas incomprensibles para el reino horizontal. Nunca habían convivido juntos en la misma cuadrícula hasta ese día en que llegó el bic azul y fue soltando allí nuevos serblos.

La entrada de todos aquellos serblos verticales y horizontales mezclados provocó un colapso universal de sentidos. Sabían que la normalidad no volvería a imperar hasta pasado bastante tiempo, cuando se reorganizaran todos los cuadraditos del planeta; sin embargo, tanto unos como otros estaban impacientes por entrelazarse, por experimentar una nueva existencia y no vieron con malas tintas el aterrizaje compartido en aquel nuevo mundo. Era el diagrama perfecto para la convivencia de los dos reinos.

Antes de lo previsto empezaron a verse resultados. No había pasado media hora desde que se inició el pasatiempo cuando ya aparecía el caso de un serblo que se había afincado allí verticalmente. Lo habían encontrado cerca del lugar donde aterrizó el bic, a una casilla de distancia, casi en la frontera con la sopa de letras. Era un serblo alto, joven, de aire desgarbado y aspecto inteligente, que tan pronto podía descansar sobre una mesilla y soñar con piratas y princesas, como subirse a la montaña más alta y jugar con monstruos de las nieves. Se llamaba “libro” y se había apoderado de cinco casitas blancas que había colocado una encima de otra.

Después de aquel primero encajado entre dos serblos horizontales, “elogia” y “bonita”, se produjeron más mestizajes. Horizontales y verticales unieron lazos gracias a variados significados, compartieron consonantes y vocales, se repartieron acentos y dividieron tildes.

“El chino es un idioma que nunca lograré entender”, pensé para mis adentros, mientras tú seguías debatiéndote entre cruces.

Desde arriba el bic, moviendo circularmente su alargada urna de cristal, seguía soltando despacio serblos nuevos que se colocaban siguiendo tus instrucciones. Tu boca era la nave nodriza que dirigía y abducía el desgastado bic azul.

En ocasiones aparecía alguno despistado que tenía que ser recolocado por sus compañeros. También había quienes se equivocaron de planeta y no encontraban superficie donde poder establecerse. Entonces otra nave blanca y rectangular los recogía aspirando poco a poco, sin dejar rastro, cada una de sus partes.

—Pasar el tiempo llevaba su orden —me dije.

—Cariño, ya lo he terminado, ya está. ¿Quieres dar una vuelta?

Yo te miré sorprendida. Cómo, ¿no estabas cansado?, ¿por qué te habías despertado tan pronto?, ¿por qué me proponías salir a dar una vuelta? Casi nunca te apetecía cuando yo te lo decía.

Hasta entonces habíamos existido en dos tipos de vidas bien diferenciadas: una de cama y de sofá cuando nos veíamos, y otra vertical el resto del día. La inquietud me separaba de ti aquellas mañanas de domingo mientras tú eras capaz de permanecer más que nadie en el mundo entre una sábana y un colchón. Tú eras de vida horizontal y yo en cambio vertical.

Como ellos que, acomodados en sus casas blancas, veían a través de las finas paredes negras de la cuadrícula cómo a su alrededor los compañeros horizontales y verticales se mezclaban entre sí, yo veía a través de las delgadas persianas de tus pestañas tu cara y sabía que nuestras vidas se habían unido en ese instante. El mundograma cambió definitivamente aquel día. Nuestras vidas horizontal y vertical unidas en un experimento lingüístico.

Fue el día en que mundo de “habas” con “riel” que “barrían” para la “manipulación” de un “pierrot” en el “Ontario” cerca del “Taj”, surgió en un “pub” con “coros” que “elogian” el “ocapi”, la “oda” y a “Napoleón”.

El día en que tumbada soñé tus manos, tu boca, tus ojos, descansé sobre la tranquilidad del momento con pedacitos de calma que me arropaban y tú a mi lado volabas sobre campos blancos y salvando obstáculos corrías en un tablero movedizo.

Y así, después de ordenar el crucigrama del mundo, dejaste a los serblos en el revistero y nos fuimos a dar una vuelta.


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