Nada normal (2002)

El aperitivo

Flor Moral

Era domingo y, como todos los domingos, Carlos y yo habíamos quedado para tomar el aperitivo en el bar de Sánchez. El día estaba soleado y, a pesar de ser febrero, hacía calor. Busqué una mesa frente a la cristalera que cubría la fachada, me senté y, mientras hojeaba el periódico, podía ver a la gente que paseaba sin prisa. Una pareja cruzó la calle y miró hacia mí. Supuse que querrían saber si había mesas libres en el interior. Me llamó la atención porque iban muy serios y no parecían muy felices. El hombre, con las manos en los bolsillos, le dijo algo; y ella, detrás, con el bolso fuertemente agarrado, asintió.

Un momento después les volví a ver. La pareja que miraba por la cristalera seguía al camarero que les indicó una mesa libre cerca de la mía. El camarero vino a mi mesa con mi caña de cerveza y un platito con patatas fritas. Desde mi sitio, y tras el periódico, podía verles a los dos. El hombre era muy alto, debía medir cerca de dos metros, llevaba un pantalón muy claro y una cazadora rojiza, tenía los ojos azules y la nariz aguileña. No era guapo, pero se le veía muy atractivo. La mujer tenía los labios pintados de rosa y unas marcadas ojeras violáceas, llevaba un vestido gris con adornos negros y un bolso de mano negro.

El camarero se acercó a la mesa y después de algún titubeo la mujer pidió una cerveza y el hombre un zumo de tomate.

—Estoy contenta —dijo la mujer—. Hacía mucho que no salíamos a tomar el aperitivo.

—Bueno, tú me has llamado. Había quedado para ir a ver una exposición en la Fundación Mapfre y he tenido que aplazarlo.

—Yo... —la mujer hablaba y se miraba las manos—, sólo quería verte, he pensado mucho estos días. Ha sido una tontería y un malentendido. Creo que tenemos que olvidarlo todo, al fin y al cabo no tenemos que dar explicaciones a nadie y nosotros estamos bien juntos.

—No, no, no empieces a liar las cosas —dijo el hombre—. Yo creía que ya estaba claro. A ti te interesan unas cosas y a mí otras. Los dos somos mayorcitos. No hay más que hablar. Se acabó, grábatelo bien, se acabó.

—Por favor, no te enfades —la mujer ahora se retorcía las manos con fruición—. Todo es por mi culpa. Escucha, podemos darnos un respiro, podemos seguir como antes. Yo, yo... lo siento, creo que he metido la pata y lo siento, no sabes cuánto lo siento.

—Deja de decir “lo siento”. No soporto que siempre te estés disculpando.

El camarero se acercó con una bandeja y sus bebidas, y ambos guardaron silencio. La mujer apretaba las mandíbulas y le miraba. Me pareció ver ira en sus ojos. El hombre había dejado la cazadora en el respaldo de la silla y doblaba las mangas de su camisa con parsimonia.

Carlos no solía ser muy puntual pero yo estaba a punto de terminarme la cerveza y empezaba a dudar que me hubiera entendido bien. “A la una en el bar de Sánchez”, eso es lo que le había dicho. No tardaría en llegar.

—No sé para qué me has llamado —dijo el hombre mientras se servía el zumo de tomate.

—Escucha, podemos darnos un respiro —la mujer parecía realmente empeñada en arreglar la situación—, podemos seguir como antes. Mira, yo sólo quiero que sepas que por mí no es necesario que cambie nada. Nosotros estamos bien juntos, y eso es lo que importa.

—Ya... mira, lo que tú quieras es tu problema. Las cosas son así, hemos tomado una decisión y no hay vuelta atrás. Tú fuiste quien lo planteó, ¿o es que ya no te acuerdas? Lo único que tienes que hacer es metértelo en la cabeza.

La mujer empezó a llorar. El hombre buscó en el bolsillo de su cazadora, sacó un paquete de pañuelos de papel y se lo entregó. Ella se limpió los ojos y se sonó la nariz. Por un momento pareció recobrar el aplomo, le dijo algo que no llegué a oír, cogió su bolso y se fue hacia la puerta. El hombre llamó al camarero con una señal y le entregó un billete. Frente al sitio que ocupaba la mujer el vaso de cerveza parecía intacto. El hombre se tomó de un trago su zumo de tomate y cogió su cazadora, se la puso, se estiró el pantalón y salió del bar.

Miré el reloj. Eran las 2. Carlos no tardaría en llegar.

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