Nada normal (2002)

La casa embargada

Flor Moral

Elo buscó la llave en el bolsillo interior del abrigo, la sacó y abrió la puerta. Tuvo que empujar con fuerza para abrir. Palpó la pared buscando la llave de la luz. Cuando la encontró comprobó que no funcionaba. Sacó una linterna del bolso. La luz mortecina iluminó el vestíbulo. Un espejo veneciano, rodeado de pequeños cuadros de caza, presidía la estancia. Bajo él había una cómoda antigua llena de cajones, cubierta por un paño de ganchillo, amarillento, y sobre éste la imagen de un santo. Ya se había acostumbrado al olor a humedad. Empujó una puerta a la derecha y entró en una sala grande, con un amplio ventanal en el frente. Al pie del ventanal había un sofá cubierto con una sábana blanca. Subió la persiana y la habitación se llenó de luz. Se sentó en el sofá y sacó de su bolso un papel arrugado que miró distraída. Sus ojos se posaron en la ventana. Eran verdes, como de gata. Conservaba restos de belleza a pesar de su piel ajada. El pelo canoso iba recogido en una coleta, se arrebujó en el abrigo color camel esperando que el sol le calentara. Sus zapatos negros, de charol, tenían un largo y afilado tacón. Parecía que hubieran estado largo tiempo en alguna caja esperando que alguien se los pusiera. Su teléfono móvil sonó. Elo buscó en su bolso.

—¿Sí?

—Elo, ¿cómo estás? —Elo reconoció la voz de su amiga Sonia.

—Hola, Sonia, mira, me pillas en casa de Carlos.

—Pero, ¿qué haces ahí? —la voz de Sonia sonaba asustada

—No te preocupes, sólo he venido para despedirme —Elo seguía mirando el papel arrugado que tenía en las manos—. Ya sabes que la casa está precintada. El juzgado tiene prevista la subasta la semana que viene. Aquí tengo el comunicado, dice que a las 9 de la mañana del próximo día 25. Tenía que venir por última vez.

—Chica, tú eres tonta, después de lo que te hizo... olvídate de ese cabrón y de su maldita casa.

—Sí, sí, es muy fácil decirlo —en el suelo se reflejaban curiosos y multicolores dibujos que hacía el sol al filtrarse por la persiana.

—Pero, Elo, y ¿cómo has entrado? —Sonia hablaba muy fuerte, parecía preocupada.

—La policía pone unos precintos un poco tontos, y yo conservo las llaves. Tranquila, tenía que venir por última vez. Además, chica, ya sé que hemos hablado muchas veces de ello y que Carlos se marchó y me dejó, pero yo creo...

—Elo, ya estás como siempre. Escúchame, Carlos no sólo te abandonó, también te dejó a esa vieja bruja que te tuvo en un puño hasta que se murió. Si te has pasado media vida cuidándola, y al final mira, ni siquiera has podido conservar la casa.

—Cuando te pones así es que no se puede hablar contigo. Yo tengo mi casa y esta ya no significa nada para mí. Pero lo que te decía es que no logro quitarme de la cabeza que a Carlos le pasó algo. Él no se iba a ir así como si nada. Si hasta había otra carta del banco en el buzón. Le han embargado hasta la última peseta. Algo le ocurriría.

—Mira, Elo, debes poner los pies en la tierra, él se fue hace muchos años. Chica, es que no te entiendo, tú me dijiste muchas veces que te decía que no le gustaba su vida, que iba a cambiar, y que algún día te iba a dar una sorpresa. ¿O es que ya no te acuerdas? Tú lo que tenías que hacer era llevarte los muebles que necesitas para tu casa. Si ni siquiera tienes una cama decente.

—Pero cómo puedes decir eso, si la casa está precintada. Además ya no quiero nada de esta casa, todo está rancio —Elo dejó la pelota de papel en la mesa.

—Debiste reclamar por todos los años que pasaste cuidando a la vieja, nadie tenía más derecho que tú.

—Eso ya no me importa. Yo estoy bien así, sólo necesito mi casa, mis cuatro paredes.

Elo ya no tenía frío. Miraba los alegres dibujos del suelo.

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