Nada normal (2002)

Fortunato

Carmen Narbarte

El hombre puso sobre la mesa una pequeña caja de cartón. Abrió el primer cajón y comenzó a sacar todos los objetos que de forma desordenada se encontraban en él. Eran cosas que durante más de cuarenta años había ido guardando: una carta de amonestación por haber llegado tarde, una arañada copa de plástico de un lejano fin de año que le tocó hacer guardia, incluso el reloj chapado en oro, regalo de sus veinticinco años en la empresa y que ya había perdido su amarillo brillante. Las metió todas en la caja intentando que no quedase fuera el espeso polvo que las cubría y se aseguró de que la tapa no se abriera rodeándola varias veces con una cuerda.

Después se dejó caer sobre la destartalada silla; nunca la pudo cambiar por otra. Era una de esas sillas con ruedas que casi siempre le llevaba al lado contrario de donde quería ir y con la que había mantenido violentas batallas.

Se puso sus gafas de lejos y miró fijamente la portada de un calendario que colgaba de un clavo en la pared cerca de una ventana, cegada por un enorme archivador que se encargaba de corregir el amanecer de cada día. Había mirado tantas veces esa foto que casi podía oler el agua de la playa en la que aparecía un hombre sentado en la orilla, dejando que las olas mojasen sus pies. Se quitó los zapatos, después los calcetines y arrastrando la silla se dirigió hacia la pared. Arrancó el clavo que sujetaba el calendario y con las palmas de sus manos intentó alisar las arrugas de la vieja cartulina. Se levantó y se fue al baño. Cubrió el espejo con la foto. La miró de reojo, luego de frente y se reconoció en aquel hombre.

Volvió al despacho, cogió la caja y se encaminó a la salida. Por primera vez en cuarenta años decidió no coger el ascensor. Su cuerpo, apuntalado por un bastón al igual que su alma, bajó la escalera peldaño a peldaño sintiendo en las plantas de sus pies la agradable frialdad de las losetas. Ya en la calle, tiró la caja en un contenedor de basura y comenzó a caminar. Al doblar la esquina, le pidió a un hombre que regaba la calle que le mojara los pies.

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