Nada
normal (2002)
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Más allá |
Estela Noemí Once |
Un gran revuelo y unos gritos que venían de la calle me sacaron de la rutina diaria del trabajo de la tienda. Miré a través de la ropa colgada en el escaparate y no pude ver nada, así es que salí sin más a la puerta. Vi como la gente le abría paso y cómo avanzaba rápido. Como un profeta, sostenía en la mano izquierda un palo largo en forma vertical que le sobrepasaba más de nueve centímetros sobre su cabeza. Se paró frente a mí, instintivamente dejé caer la cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos. Unos ojos pequeños y grises que apenas mostraba, porque los cabellos caían revueltos y en forma de bucles sobre su cara. Estiró la mano libre esperando recibir algo que aún no había solicitado y con una voz seca y desesperada dijo: Quiero una hoja de papel. Entré en la tienda y con urgencia di vuelta a mi bolso, pero no hallé nada, así es que arranqué una hoja del cuaderno que estaba sobre uno de los mostradores y salí. Él seguía parado en el mismo sitio golpeando el palo contra el suelo como quien juega con un paraguas. Le tendí la hoja. Él la rechazó, negando con la cabeza, me miró con enojo. ¡No!, gritó, y luego agregó con suavidad: Preciso una hoja grande. Me sentí torpe. Volví a la tienda y busqué en el armario una de las cartulinas amarillas. Le tendí la enorme hoja y él la tomó por un vértice elevándola a la altura del hombro. Así se la llevó, convertida en un rombo. Me quedé parada mirándole desaparecer entre la multitud. Después del almuerzo volví a sentir los gritos y corrí hacia la puerta. Él estaba allí, parado en el mismo sitio, con el mismo palo, dando los mismos golpes y produciendo un compás que a mis oídos sonaban como una melodía: 1-2 / 1-2-3- / 1-2 / 1-2-3. Me tendió la cartulina y vi un dibujo. Lo sujeté e intenté decir: ¿Es para mí...?, pero no alcancé a terminar la pregunta, porque él ya estaba de espaldas y alejándose. Otra vez experimenté la sensación de torpeza. Había usado un crayón rojo para dibujar una pierna de la rodilla hacia abajo, un negro para la cadena que rodeaba el tobillo y un azul plateado para el candado que inmovilizaba el pie. Aquel dibujo no me dejó dormir por tres noches. Me despertaba la sensación del dolor que me producía el roce de la cadena en el tobillo derecho. Después de unos días volvió. Yo supe que estaba allí por los golpes que daba sobre el suelo. Salí a verle. Ya no gritaba, ni pedía papel, solo me miraba, ofreciéndome un nuevo dibujo y se volvió a perder entre la gente. Esta vez era un corazón rojo sangrando en azul, centrado en medio de la hoja. Yo aguantaba sólo por saber quién era él, pero tampoco pude dormir durante las tres noches siguientes y cuando lograba dormir despertaba con un fuerte dolor en el pecho y con la certeza de estar mojada en azul. Unos días después el ritmo marcado por su palo contra el suelo me llevó a su encuentro. Ésta vez al verme apoyó el palo contra su pecho. Con una mano sostenía la cartulina blanca y con la otra tomó mi brazo y lo acercó hacia el dibujo para dármelo. Y como si de un ritual se tratara desapareció. Me era difícil comprender con rapidez por qué había una boca abierta y un grito dibujado en toda la hoja, un grito naranja y verde que no dejaba margen. Pasé sin dormir muchas más noches. Me despertaba con mi propio grito y una fuerte opresión en la garganta. Había noches en que me sentía especial sobre todo cuando lograba comprender su locura, y eso me gustaba y me dolía. Y aunque cada vez me era más difícil navegar entre el cielo y el infierno, seguía resistiendo sólo por saber quién era yo. Necesitaba verlo, pero él tardo más de diez días en volver. Apenas podía controlar la angustia que me provocaba su ausencia. Y cuando ya no lo esperaba, volví a sentir el palo golpeando en el piso y corrí para verle. Me dio un nuevo dibujo. Apenas lo tomé entre mis manos, supe que era el último. Había dibujado un punto pequeño y una línea larga. Mientras él se dejaba tragar por la multitud, yo me sentía morir de sed en medio de un océano. |
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