Nada normal (2002)

Las hermanas

Estela Noemí Once

—¡Huele a lluvia! —dijo Jimena. —Hace dos años que no llueve —comentó Claudia.

Jimena dejó sobre la mesa el gran mantel que estaba bordando. Abrió la puerta y caminó hacia el final de la finca. Olía a lluvia.

Los sembrados estaban secos, la poca agua que quedaba en el pozo se estaba agotando.

Al llegar al alambrado que dividía sus tierras de las del vecino, vio con asombro el verdor de los sembrados, y cómo caía agua desde el cielo, sin que una sola gota cayera en sus terrenos, volvió los ojos hacia la casa y un paisaje ocre la puso en alerta.

Se dirigió hacia el otro lado de la finca, para saber qué ocurría con su otro vecino. Mientras se acercaba, olía a lluvia. Y al llegar al perímetro, supo que también allí la lluvia era generosa. Entonces regresó corriendo a la casa, comenzaron a temblarle las piernas y la respiración empezó a faltarle, cuando supo cómo el sol abrasaba sus campos.

Le contó a Claudia lo que sucedía y la tomó del brazo, para apoyarse en ella y arrastrarla hacia los límites de la finca. Olía a lluvia. Y seguía lloviendo con tal intensidad que un río bordeaba la hacienda. Se tomaron de las manos y ambas traspusieron la división de su terruño, se miraron a los ojos y en un mismo gesto llevaron su mirada hacia las nubes, para que al menos un par de gotas chocaran en sus mejillas. Pero la lluvia ni siquiera rozó sus costados.

Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro