Nada normal (2002) |
Laura |
Marta Perlado |
Hace tiempo que dejé de pensar en España y en mis últimos años allí, en la cárcel y hasta en mi familia. Me duele pensar en ello y prefiero no hacerlo. Sin embargo, hoy en la playa me ha reconocido ese periodista de El Mundo. No llevaba cámara, o por lo menos no me he dado cuenta, pero ya no tiene remedio, tarde o temprano saldrá. Mi historia es atractiva todavía, y él lo sabe y, aunque ya no me pueden hacer nada ahora, sólo quiero vivir tranquilo, ser un absoluto desconocido.
Desde que llegué aquí casi lo había conseguido, sólo en otra ocasión, hace un par de años, alguien me reconoció y me preguntó, pero no pasó de ahí. Lo de hoy es diferente. Este tío ya habrá llamado al periódico y estará dispuesto a quedarse hasta que consiga información, un buen artículo para el dominical, pero me niego a pasar otra vez por eso, volver a remover la mierda. La mierda que me hizo perderlo todo, o en el fondo ganarlo... quién sabe... Hay poco viento hoy, no está buena la tarde para salir a navegar. Me pregunto cómo habrá dado con el sitio. Los putos periodistas están por todas partes... Bah, qué más da. Está aquí y me dará la lata... Tendré que volver a esos asuntos: el banco, los viajes, las juergas de entonces, Laura... Eran los ochenta, la cultura del pelotazo, años de trincar lo que podías... España estaba de moda y aunque no fui consciente hasta mucho después, iba a vivir uno de los capítulos de aquella película de yuppies, de negocio fácil, de dossieres y de condenas. Yo trabajaba en Banesto, en la sucursal de la calle Montesquinza. Todavía no era director, pero me faltaba poco. Había entrado con 20 años y llevaba ya 12 en la empresa. Había pasado por caja, seguros, créditos... Estaba claro que en un par de meses me iban a cambiar de puesto, pero los acontecimientos se precipitaron y mi vida dio un giro un 9 de septiembre. El director no estaba aquel día. Se había puesto enfermo por una mala digestión, según creo, así que me encargué de los asuntos más urgentes. Recuerdo la hora porque era el momento en que siempre volvíamos de tomar café. Las 12:30. Loli me comentó que un cliente me estaba esperando para un asunto de una hipoteca. Nada de particular, pensé. Lo recibí enseguida en el despacho del director. Era Manuel Tejada. Su nombre me resultó familiar. Tejada era un pez gordo de la dirección, y en seguida conectamos. No sé si fue la coincidencia de edad o qué, pero me cayó simpático desde el principio. Aparentemente solicitaba una hipoteca para una casa en Mallorca. Seguimos charlando en la comida y después tomando algunas copas en algún lugar que ahora no recuerdo. Me contó su vida, sus trabajitos, sus relaciones con Mario y claro, me propuso también, ya entrados en materia, un negocio que no rechacé. Nunca consideré a Manolo un chorizo de verdad, ni un delincuente, como decían, aunque tampoco un tipo honrado, claro está. Era un listo de los de entonces, de los que aprovechan la oportunidad como sea y a costa de quién sea. Pero en definitiva me ayudó a su manera. Cuatro meses después tenía mi propia oficina en la Castellana, un apartamento en José Abascal, una secretaria bilingüe a mi disposición y una cuenta corriente que duplicaba lo que había ganado en siete años. Uno de los pocos, o de los muchos, que pertenecíamos a un círculo en el que se disfrutaba de verdad, o al menos eso creíamos. Estaba soltero y no tenía novia, así que hacía y deshacía a mi antojo. No quería ataduras. Mis padres no vivían en Madrid, y pensaron que por fin me habían ascendido y que, como siempre había sido un tipo trabajador, me había llegado el momento. Únicamente mi hermana Merche, que vivía en Alcalá con su marido y su hija, comenzó a sospechar algo y preguntaba de vez en cuando por mis cosas. Les frecuentaba poco y me despreocupé de las apariencias. Llevaba una vida de millonario, hoteles de lujo, golf, squash, cenaba en el Club 21 los lunes, los veranos en Andratx, y cuando me ponía me iba a D´Angelo a follarme alguna puta de doscientas mil pesetas. Allí fue donde conocí a Laura. Al principio, ni me fijé en ella. Aunque era y es una mulata de escándalo, y los años le han tratado mejor que a mí, en aquel momento las mujeres eran como todo lo demás, un triunfo, una forma de vida. ¿Que a quién más conocí entonces? Ya te imaginarás, a todos los chorizos del país de apellidos compuestos, a políticos recién llegados con ganas de dar el pelotazo, a camellos... Incluso a gente de la tele, presentadores y eso, pero muy pasados. No te digo nombres. Ya no los recuerdo. Conocí todo ese mundo, pero no te confundas, yo no era drogadicto ni nada parecido. Me tomaba, sí, mis raciones de coca nocturnas con los amigos, pero controlé ese asunto. Uno de los pocos. Con Laura hablaba de vez en cuando, cuando la invitaba a casa a alguna juerga. Era dulce, sensual, pero no la escuchaba... Realmente no escuché nada durante aquel tiempo. Ni veía ni quería ver lo que tenía delante. Era una huida, un suicidio perfectamente planificado. Yo no supe que Laura me quería hasta mucho después, cuando empezaron la investigación y Manolo Tejedor ya estaba en Alcalá Meco. Creo que era por el 93 o así. Le pidieron 18 años. Ya habrá salido. ¿Que si pensé en largarme entonces? Claro, como todos, pero ya estaba atado. Mis cuentas bloqueadas y todo lo demás, no sé, paralizado. Me fui a Córdoba, a una finca que tenía un amigo, un buen amigo, durante un par de meses. Cuando las cosas se tranquilizaron volví a Madrid hasta que me trincaron una noche en Los Remos, un restaurante de la carretera de La Coruña. Fue apoteósico. Las chicas gritando y pegando a la poli. Los camareros haciendo fotos... un escándalo. Lo demás, ya te acordarás, el juicio y todo eso... Me echaron 15 años. Cuando me di cuenta realmente de la situación, ya estaba en preventiva. Intenté recoger el dinero de la fianza, pero los que suponía amigos y la gente con la que me relacioné durante aquellos años habían desaparecido. Nadie quería saber nada. Estaba solo. ¿Mi familia? Es difícil hablar de eso ahora. Mi madre murió hace dos años y no pude asistir al entierro. Tardé en aceptarlo. Ella siempre pensó que era inocente, hasta que empezó a salir en los periódicos mi tipo de vida, un golpe duro que no me perdonó, aunque me seguía queriendo. Siempre fui muy especial para ella. Merché me comentó después que enfermó de pronto, que no salía de la casa y que los vecinos la machacaron con rumores y chismes sobre mí. Mi padre dejó de hablarme y no sé nada desde hace años. Para un honrado bedel de instituto fue también un disgusto terrible. De Merche, pues nada tampoco, y lo entiendo. Hemos hablado en alguna ocasión. Le escribí cuando se casó su hija, pero no hay relación. Es normal, yo tampoco quiero saber nada. ¿Qué si estoy bien aquí? Mucho. Vamos, creo que sí. Vivo tranquilo. Laura es mi... norte, mi compañera de verdad. Es una mujer muy dura, fuerte, ha hecho de todo por mí. Imagínate, la única persona que me fue a ver a la cárcel, la única. Todos los días de visita aparecía, me echaba una sonrisa de las suyas y me decía: ¿Qué hay, papito? Ya no sufras, ya estoy aquí. Nunca le pregunté de dónde había sacado el dinero de la fianza. Mucho, créeme, y tampoco cómo pudo conseguir los pasaportes. Pero consiguió que saliéramos de España sin problemas, que dejara la coca y que fuera de nuevo un trabajador, y eso sí fue un gran logro. A veces la miro en el barco y me preguntó cómo pudo fijarse en mí. Qué le ofrecí yo. La quiero de verdad. Nos casamos aquí, hace ocho años. Ahora tenemos el restaurante de la playa. Es pequeño, ya lo has visto, y por aquí viene poca gente, pero vivimos bien. Al principio nos ayudó su familia. Vinimos con una mano delante y otra detrás. ¿España? No, no volveré. Hace dos años que ha prescrito mi caso y podría hacerlo, pero no he perdido la vergüenza. Aquí me respetan, soy el españolito de Laura y me gusta. Laura tampoco volvería, creo, ya no... Y ahora tengo que dejarte. Nos despidamos aquí. Ya te he dado lo que buscabas y no quiero seguir con esto, se me hace tarde para abrir el restaurante. ¿El restaurante? Sí, se llama D´Angelo, aunque en la isla nadie sabe el porqué. |
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