Nada normal (2002)

El belén

Elena Sanemeterio

Miraba embobada el belén de la Plaza Santa Ana. Refulgían los oros de la real cabalgata; despedían rayos de luz las estrellas colgadas en el azul profundo; me parecía oír los cencerros del ganado, el canto de los gallos, el ladrar de los perros. Imaginaba que percibía el olor a pueblo: a leña de acebo quemada, a cocido hecho en puchero de barro, a cagalitas de oveja, a leche de cabra, a requesón y a cuajada, a juncos y al cieno del río. Justo entonces, sentí algo cliente, blando y agobiante que se movía contra mis nalgas. Apretujada entre el gentío, apenas logré volver la cabeza. Vi la cara congestionada de un hombre, con ojos turbios y sonrisa babeante. Sentí mucha vergüenza. Intenté volver mi atención al belén. Todo había cambiado: el cielo era papel de envolver brillante, la estrella de Oriente, de purpurina de plata, los riscos y el castillo de Herodes, de cartón-piedra deslucido. Ahora lo veía artificial y rígido. A mi alrededor olía a ropa usada y a un vaho trastornante que salía de aquel sapo adherido a mis nalgas.

Escapé a codazos y empujones. Mis padres me esperaban apartados, junto a un puesto de castañas.

—¿Te ha gustado?

—Sí.

—¿No quieres verlo por aquel lado? Hay una cascada preciosa.

—No es una cascada, es papel de plata.

—Hija, pareces tonta.

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