Nada normal (2002)

Abandono

Carlos Sobrino

Viajábamos en un Opel Kapitan de los años cincuenta. Lo conducía mi tío Enrique. Junto a él, en el asiento delantero, iba mi tía Elena. Yo iba en el asiento de atrás, muy quieto, al lado de la hermana mayor de mi tío. Fita, que así se llamaba, torcía la boca cada vez que sonaban mis tripas. La borra del jersey me picaba en el cuello y no me atrevía a rascarme por no rozar a Fita.

En el bolsillo izquierdo de mi pantalón guardaba una barquita de madera de pino. La había construido la semana anterior, para cuando llegase al mar. Apretaba la barca con la mano y aguantaba los picores del jersey. Viajábamos en silencio. El sol del atardecer se filtraba por entre las copas de los árboles. Yo contaba los árboles de la carretera: treinta, cien... ¿cuántos faltarían para llegar al mar?

Llevaba otra barca en mi bolsa de viaje. En vez de madera de pino, la había hecho con juncos del arroyo. Imaginaba a mis dos barcas navegando por el mar. Mi madre me decía que el mar era tan grande, que si lo mirabas de frente nunca veías el final.

Mi tío había ido a recogerme esa mañana. Mi madre salió a despedirnos a la puerta de casa. Me apretó mucho al abrazarme y me dijo que era un niño afortunado, que era lo mejor para mí, que mis tíos me iban a llevar a un gran colegio y me haría un hombre de provecho. Al alejarnos en el coche, me asomé por la ventanilla y vi sus lágrimas. Pensé en otra despedida, el día que se fue mi padre. Sentí que yo también la abandonaba.

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