Nada
normal (2002)
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La llave |
Carlos Sobrino |
Lucía descolgó el auricular y marcó el número de Eva. ¿Sí? contestó Eva.
Hola, Eva. Soy Lucía. ¿Qué tal, Lucía?, ¿cómo te va por la playa? Bueno, Eva, no te lo vas a creer. Estoy viviendo una aventura misteriosa. Al otro lado del teléfono se oyó un gritito. ¿Qué me dices? Venga, tía, suéltalo todo. Pues verás, el día que llegué era ya tarde. Me di una ducha y salí a la terraza del apartamento. Me eché en la tumbona y me puse los cascos. Al principio tenía puesta una toalla, pero luego me la quité. O sea, que te quedaste en bolas. Sí, pero ya sabes que el edificio más próximo es la torre del aparthotel y desde allí, como no sea con prismáticos, no me podía ver nadie. Bueno, ¿y qué pasó? Nada, estuve así un buen rato y luego me fui a dormir. Pues vaya una aventura misteriosa. Calla, que a la mañana siguiente abrí el buzón y ¿a qué no sabes que encontré? Venga Lucía, no te enrrolles y vete al grano. Una rosa roja. ¿Una qué? Ya te he dicho, una rosa roja. Pues vaya una cursilada. ¿Y había algo más?, ¿una nota o algo? Unas cuantas cartas del banco. Pero aparte de eso, nada más. Bueno, venga, sigue. Esa noche volví a salir a la terraza y, además de quedarme en pelotas me estuve acariciando con la rosa. Joder, tía, cómo te pasas. ¿Y había algo en el buzón al día siguiente? Sí, un frasquito. ¿Un frasquito?, ¿de qué? De perfume. ¿Y que hiciste esa noche? Pues muy despacio, para que se viera bien, me fui poniendo perfume por todo el cuerpo. ¿Y al día siguiente?, ¿había algo en el buzón? Otro frasquito, pero este era de crema. Y claro, esa noche montaste el espectáculo con la crema. Pues sí, la verdad es que la situación me parecía muy divertida. Me imaginaba a mi desconocido admirador poniéndose a cien mientras me observaba. Bueno, abrevia. ¿Te dejó algo más en el buzón? Un consolador. ¿Qué? Lo que oyes, al día siguiente tenía un consolador en el buzón. Hostia, tía, qué fuerte. ¿Y la montaste por la noche? Que va, esa tarde se levantó mucho viento y bajó la temperatura. Por la noche me quedé dentro viendo la tele. Vaya chasco que se llevaría tu admirador. ¿Y que pasó al día siguiente? Nada, el buzón no tenía nada. Esa noche tampoco salí, pues continuaba soplando un viento muy fuerte. ¿O sea, que no te pudiste lucir con el consolador? Sí, al final sí. Ayer cambió el tiempo otra vez e hizo un día de puta madre. Y por la noche estuve casi una hora haciendo diabluras con el consolador. Si el tío me estaba viendo se le debieron salir los ojos de las órbitas. Bueno, supones que es un tío y a lo mejor te llevas una sorpresa. Mira que si es una torti. Pues la verdad es que tampoco me importaría demasiado. Me estoy divirtiendo mucho y ya sabes que después de lo de Enrique necesito distracción. Ya tía, pero no es lo mismo. Bueno, no me interrumpas, que ahora viene lo mejor. Cuenta, cuenta. Pues esta mañana abro el buzón y ¿sabes lo que había?: una llave pegada con celo a un papel. Joder, tía. ¿Y decía algo el papel? Te espero esta noche y una dirección: Aparthotel Las Lomas, habitación 909. ¡Qué tope! ¿Y qué vas a hacer? Ir, por supuesto. Pero tía, ¿y si es un pirao? Esas cosas sólo pasan en las pelis. Además, sé defenderme solita. Entonces, ¿vas a ir? Pues claro que sí. ¿Ves como era una aventura misteriosa? Bueno, Eva, te voy a colgar, que quiero arreglarme para la ocasión. Mañana te cuento. Estaba empezando a oscurecer. Lucía se mira en el espejo y sonríe. Por si acaso, guarda un spray de autodefensa en el bolso y se dirige a la cita. Entra en el vestíbulo del aparthotel, elige el ascensor de la derecha y sube a la novena planta. Mientras busca la llave en el bolso, piensa fugazmente si no estará haciendo una locura. Coge la llave y abre la puerta del apartamento. Las luces están encendidas y en el espejo de la entrada hay una nota. Por favor, pasa al salón. Lucía saca el spray del bolso y se dirige al salón. Allí, junto a una enorme ventana hay un telescopio con una nota pegada. Se acerca y la lee. Por favor, mírame, dice. Lucía se inclina y mira a través del telescopio. Ve a un hombre que está de pie junto a otro telescopio. El hombre mira su reloj de pulsera y muestra un cartel con un mensaje: Desnúdate. Lucía sonríe y deja sobre el sofá el spray que aún tenía en la mano. Se desabrocha la cremallera del vestido y lo desliza despacio hacia el suelo, moviendo los hombros y las caderas. Debajo sólo lleva un minúsculo tanga amarillo. Luego se acerca otra vez al telescopio y mira. Ve al hombre de antes que habla a una mujer que mira por un telescopio. |
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