Nada
normal (2002)
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¡Ojalá! |
Teresa Mª Sotillos Rubio |
La habitación de Jorge estaba en penumbra. Todavía no se había levantado de la cama. Escuchaba a Héroes del silencio con la mirada perdida en el techo. El teléfono comenzó a sonar repetidas veces.
¡Mamá, Eva, queréis cogerlo de una vez! gritó Jorge. Salió al pasillo y cogió el auricular a tiempo de oír como colgaban. Dejó caer el teléfono y fue hacía el salón. Abrió la puerta con ímpetu. Se van a enterar, pensó, pero al entrar se quedó mudo. Su hermana Eva estaba subida a una silla junto a la ventana chillando. ¡Mamá, dame el dinero! ¡Maldita sea! ¡Dame el dinero o te juro que salto! Su madre, inmóvil, la miraba con la cara desencajada. Apenas con un hilo de voz le suplicaba a Eva que se bajara de aquella silla. A Jorge se le crispó la cara. ¡Drogata de mierda! gritó, y con los puños apretados se abalanzó hacía su hermana, que al verlo bajó de inmediato de la silla. Jorge la agarró fuertemente del cuello y comenzó a apretarlo ajeno a sus jadeos y espavientos. Su madre corrió a separarlos. Los ojos de Jorge se cruzaron con los de su madre. Estos le rogaban que no lo hiciera. Jorge soltó a Eva y sin decir palabra salió de la casa pegando un portazo. Bajó los escalones de dos en dos hasta llegar a la calle. Comenzó a andar hacia la playa. ¿Qué había estado apunto de hacer?, pensó con angustia. El olor a pescado frito de los chiringuitos le revolvió el estómago. Caminó por la orilla, sin importarle que las olas le mojaran los pies. Sintió como las piernas le temblaban. Dejó caer su cuerpo en la arena, y volvió el rostro hacia el mar. Una barca pintada de azul y blanco llamó su atención. Pensó en su padre. No dejaba de repetirse qué todo sería diferente si él aún viviera, pero la mar se lo había llevado. ¿Por qué no se habría llevado a Eva en su lugar? Se preguntó con rabia. Tenía que hacer algo, él era ahora el hombre de la familia, se dijo con decisión. Lo único que se le ocurría era matarla y eso su madre no se lo perdonaría nunca, a pesar de que estaba seguro que ella deseaba su muerte tanto como él. Recordaba con claridad las líneas de aquella carta que dejó su madre en un descuido sobre el escritorio: ¡Ojalá que la muerte se la lleve! Jorge no podía olvidar aquellas palabras escritas con trazo firme. Desde entonces había sentido un nudo en su interior. Él había matado a Eva tantas veces en su mente... pero nunca imaginó que su madre pudiera pensarlo, y no sólo pensarlo sino materializarlo en una frase, sobre un papel. ¡Eva, maldita sea! ¿Por qué has tenido que volver?, se lamentó. Apenas habían pasado nueve semanas de la última vez que recordara a su madre riéndose a carcajadas en aquella cena que hizo en casa con sus amigos. Eva, entonces, todavía no había vuelto del centro de rehabilitación. Pero desde el día que puso de nuevo los pies en casa, las ojeras no abandonaban el rostro de su madre. Un crujir de tripas le recordó que aún no había comido nada. No quería volver a casa. Se sentía todavía furioso con Eva. No dejaba de pensar en la escena que había montado a su madre. Esta vez había ido demasiado lejos. Jorge alzó su cabeza hacía las olas y gritó con fuerza: ¿Por qué no te metes una maldita sobredosis y te mueres de una puta vez? Tan solo obtuvo por respuesta el ruido de las olas. Cerró los ojos y respiró hondo. Se tumbó en la arena y dejó que las olas y el sol le adormecieran. Jorge volvió a casa al anochecer. Al pasar por delante de la habitación de Eva, vio que salía luz del interior. Buscó a su madre. La encontró sollozando en silencio, sentada en el sofá, a oscuras. Jorge se sentó a su lado y la abrazó. Ella comenzó a acariciarle su pelo rizado, mientras mojaba su rostro con las lágrimas. Hueles a agua salada, a algas y a brea, como tu padre le dijo en susurro. Prométeme. Prométeme que no volverás a hacer daño a Eva. Jorge le besó en la frente Te lo prometo. Ella le retiró el pelo de la cara y le miró a los ojos. Nada me dolería más que perderte a ti. ¿No lo entiendes? Jorge dejó que lo estrechara junto a su pechó hasta que ella paró de llorar. ¡Ojalá que la muerte se la lleve! Jorge no dejaba de pensar en ello mientras daba vueltas en la cama. Se había acostado tras preparar una tila a su madre y darle una pastilla para dormir. Pensó que él también debería tomar una, no podía conciliar el sueño. Saltó de la cama y salió al pasillo. Al dirigirse a la cocina pasó por delante de la habitación de Eva. La puerta estaba entre abierta y la luz encendida. Se paró ante ella, le pareció que Eva le estaba llamando. Jorge se asomó y vio a Eva retorciéndose en la cama, pidiendo ayuda. Había varios frascos vacíos sobre la mesilla. Jorge dudó unos momentos antes de cerrar despacio la puerta. Se dirigió hacia el teléfono, pero su mano no llegó a coger el auricular para pedir ayuda. Volvió sobre sus pasos y se quedó de guardia en el pasillo, en alerta por si se despertaba su madre, esperando que las voces de Eva dejaran de oírse. |
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