Nada normal (2002)
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El primer sueño de la humanidad |
Mariana Torres |
Sé que mientras estoy escribiendo no puedo morir.
Eloy Tizón Matt no había trazado ningún plan especial para las próximas horas. Lo sabía todo el mundo, lo decían las noticias, los periódicos. A las nueve de la mañana, se acababa el mundo. Matt no se preocupó mucho por las causas. Había oído algo de una fuente exterminadora. Llevaban semanas con la única noticia. Era el hombre o la Tierra. Los japoneses afirmaban que sus dioses se lo habían comunicado a través de los agraciados. Los árabes anunciaban varios enviados de Alá. El Papa declaró en todos los medios que Dios se lo había dicho en persona. Matt fue hasta la cocina, faltaban sólo dos horas para las nueve. En la calle se oían gritos, frenazos, disparos. Esa noche ni siquiera había intentado dormir. Su esposa, Anne, llevaba una semana en cama con una fiebre muy alta. Matt cogió un par de tazas grandes y las llenó de leche. Un minuto en el microondas con algo de café y el doble de azúcar. Las llevó al dormitorio, dejando el pasillo con sabor a café recién hecho. Cerró la puerta para aislarse del mundo. Apoyó el café menos cargado en la mesilla de Anne. Se sentó en la cama, con cuidado de no destapar a su esposa. Se acomodó el portátil sobre las piernas antes de volver a encenderlo. Llevaba horas intentando retomar el hilo de una novela que había dejado muy abandonada. En ese momento, Anne se desperezó. Abrió los ojos, con un bostezo y una sonrisa. ¿Vas a escribirme algo bonito? le preguntó. No lo sé aún. Tengo muchísimas ganas de escribir. ¿Sabes? Tiene gracia. Ahora que se va a acabar el mundo me doy cuenta de que realmente no escribo para que alguien lo lea. Lo necesito, escribo para mí. Anne terminó el café y se volvió a arropar con las mantas, apoyó la cabeza en el hombro de Matt. Le dio un beso en la mejilla. Alguien dijo una vez que mientras estaba escribiendo no podía morir Matt seguía tecleando mientras hablaba. No sé si será verdad. Lo que sí sé es que le doy parte de mi vida a estos dichosos personajes. Son tus creaciones, tienen tu mismo espíritu dijo Anne. Si tú mueres, ellos mueren contigo. Tienes poder para darles y quitarles la vida. No, no puedo quitarle la vida al que la tiene. Pasaron las nueve. Cuando Matt terminó el párrafo en el que estaba inmerso, hizo un descanso para tomar el café, ya frío. Se quedó escuchando, no se oían más gritos, ni frenazos, ni disparos. Sólo silencio. Recostó a Anne y se levantó para abrir la ventana. Fuera, donde solían descansar unos contenedores de tres colores para reciclar basura, se levantaba un árbol. Un árbol grande y hermoso. Rodeado de más árboles en un césped verde musgo que olía a lluvia. Como si hubieran estado allí desde siempre. Un bosque enorme se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Ningún edificio más. Ni coches. Ni personas. Ni siquiera pájaros. Matt quiso echar un vistazo fuera. Cuando abrió la puerta del dormitorio no encontró el resto de la casa. Solamente vio más bosque, y quizás eso de allá lejos fuera un lago. Nada más. Nadie más. Matt cerró la puerta. Anne seguía con fiebre, pero no estaba dormida del todo y le sonrió. Matt se metió en la cama y la abrazó. Se quedaron dormidos. Matt soñó que lloraba. Al despertar, no recordaba el sueño. Llamó a Anne, quería presentarle el bosque. Salieron de la habitación. Alguien había tenido la delicadeza de colocarles una escalera. |
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