Nada normal (2002)

El gramófono

Mariana Torres

Todas las noches el gramófono del viejo Sam en sus sueños viajaba por el desierto. Todas las noches, antes de irse a dormir, el viejo Sam le daba cuerda al gramófono y sonaba la misma melodía. Lustraba con un pañuelo celeste el cuerpo de madera de nogal, y la orgullosa campanilla metálica. Mientras, el gramófono tocaba la misma melodía. Todas las noches durante nueve años. Y el viejo Sam se metía en la cama con la misma melodía en la cabeza y el nombre de Val en los labios. Al gramófono lo tapaba con una sábana blanca, para que pudiera conciliar el sueño a pesar de los destellos de las luces de la calle. Y el gramófono, todas la noches, dormía y en sus sueños viajaba por el desierto. Recorría el desierto a lomos de su camello. Gracias a la sábana blanca protegía sus oxidados mecanismos del sol, y gracias a su amigo subía y bajaba a lo largo de dunas y más dunas. Algunas veces encontraban un cactus en el camino. El gramófono intentaba la comunicación con el único lenguaje que conocía, la misma melodía, pero la planta no daba muestras de entenderle. Otras veces encontraban lagartijas tomando el sol en rocas aisladas. Tampoco ellas entendían la melodía. Una de esas noches en que el gramófono soñaba con el desierto, a pesar del sol abrasador ninguna sábana blanca le protegía, y ningún camello le acompañaba. Estaba el gramófono en las dunas, y los granos de arena arrastados por el viento le hacían cosquillas en los engranajes. No podía hacer nada más que tocar la misma melodía. Y empezó a tocarla. A lo lejos entre las dunas creyó ver algo distinto, unas palmeras altas, un lago en el centro, una maravilla. Y de ese oasis salió un hombre que caminaba pesadamente hacia él. Era el viejo Sam, que intentaba acercarse arrastrando los pies, muy lento. Al llegar al lado del gramófono, se desplomó en el suelo. Se quedó allí, con los ojos cerrados, el pañuelo celeste queriendo limpiar los granos de arena de su engranaje, la melodía de fondo, y el nombre de Val danzando.

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