Nada normal (2002)

Sereno

Enrique Valladares

El primer día de insomnio fue cuando mi mujer me dejó, llevándose los niños con ella. Para poder pasarles la pensión empecé a trabajar turnos dobles en la fábrica y todos los fines de semana que podía.

Al llegar a casa apenas cenaba y me acostaba temprano. Me dormía de inmediato, despertando a las pocas horas. Entonces me levantaba en la penumbra de la noche, me preparaba un vaso de leche tibia y recorría, prácticamente a oscuras, las dos habitaciones ya vacías, el dormitorio, el baño y luego me sentaba en el centro del comedor frente a un gran ventanal que daba a la calle, iluminado únicamente por la luz de las farolas. Allí permanecía en silencio, muy quieto. Cubierto con una vieja manta de cuadros buscaba la Luna y luego observaba los muebles y las paredes del comedor donde había marcas de cuadros descolgados, todo bañado por una luz entre gris y violácea.

Normalmente estaba así durante un par de horas y luego volvía a la cama sin que me costara, entonces, dormirme de nuevo hasta el día siguiente.

Una noche, al despertar, me encontré con que había estallado una fuerte tormenta y los relámpagos iluminaban, intermitentes, el comedor. Esa noche no me preparé el vaso de leche. Recorrí, sin embargo, durante horas toda la casa, entrando una y otra vez en las habitaciones vacías, en el baño, en el dormitorio.

En la penumbra rota a veces por la tormenta escudriñaba cada rincón de la casa, andando muy erguido y concentrado, esperando a que terminara la lluvia y de vez en cuando me detenía para decir en voz alta, por ejemplo: Las tres y media y lloviendo.

Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro