Nada normal (2002)
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Carta de amor |
Berna Wang |
Primer premio del I Concurso Antonio Villalba
de Cartas de Amor Son las cinco y diez de la madrugada, está
a punto de pasar el primer autobús; entra una brisa fresca por
la ventana del estudio que me araña los hombros. Y suena Gershwin,
bajito y dulce: I want to stay here. Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras hablaba contigo por teléfono esta noche. He visto en la televisión dos películas
estupendas seguidas (La mujer del teniente francés y Manhattan),
me he tomado dos vasos largos de Havanna Club con mucho hielo. La vela
de jazmín que he encendido hace unas horas se ha consumido hace
un rato. De alguna manera (es absurdo, ya lo sé), estoy de guardia. Sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti. Un extremo donde suena la música (muy bajito), la madrugada de verano es hermosa y fresca, y la luz, suave. Donde el alcohol no hace daño y las sonrisas son dulces. Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras esté aquí, despierta, no se desbaratará el cielo y la Tierra seguirá girando bajo las estrellas con una cadencia perfecta. Pienso que, mientras tú duermes,
alguien debe vigilar para que las pesadillas no te toquen. Alguien debe
tener la luz encendida y quererte. Aunque sea armada tan sólo
del tercer vaso de ron con hielo y el enésimo cigarrillo. Cabalgando
sobre la música de Wonderful. Aunque sea sin escudo...
Vestida únicamente con una camiseta de seda azul. Y una sonrisa.
A través de la larga noche. Es absurdo, lo sé de sobra. Un clarinete no puede hacer nada frente a una tormenta de negrura y culpa, mi sonrisa no es nada si en este momento te giras en la cama y murmuras tu pesar entre sueños; Gershwin murió hace tiempo y además, con la música puesta, no oiré siquiera el autobús. Y si no oigo el autobús, puede que no amanezca nunca. Y aun así, aquí estoy, sujetando mi extremo del universo, como si éste fuera, en lugar del caos, un arco geométricamente perfecto que pudieran sostener a pulso mis brazos desnudos. Al mismo tiempo que un cigarrillo y un vaso de ron. Absurdo, realmente. They cant take that away from
me. Un arco iris en medio de la lluvia, o unos labios curvados en una sonrisa. El arco de un violín. Un puente y, debajo, un río; o la Luna en cuarto creciente y tú dormido en ella. No veo la luna desde aquí y el eclipse
parcial de Torre Picasso tras el edificio Windsor está ya (o
aún) a oscuras. Ahora suena The man I love y es tan dulce
el clarinete... Y el piano suena tan ligero como siento yo el corazón
mientras estoy aquí, imaginándote a salvo. Qué absurdo. ¿Cómo
ponerte a salvo con un violín que preludia en la madrugada Someone
to watch over me? Tan absurdo como sacarte a bailar. Bueno: estás dormido. No puedes negarte. Te pregunto sin hablar: ¿Bailas?. Y tú sonríes, y te tomo de la mano, apoyo la otra en tu hombro y giramos, cerca, muy cerca, mientras el clarinete se eleva y amanece sobre Madrid. Y el autobús pasa por fin, trayendo el día, frena con estrépito en la esquina, mete la primera y prosigue su ruta calle abajo. Tu barba me roza la frente cuando la música se amansa y el piano retoma la melodía, acompañado de los violines. Y bailamos, despacio, sin prisas. Tú, soñando, y yo, despierta. Escucha... No pienses: sólo escucha. Dentro de un rato despertarás y no recordarás nada. Se apagarán las luces del edificio Windsor bajo el empuje de la luz del sol (el amanecer es ya una certeza, una franja ancha donde antes había una línea de claridad). Y entonces yo me iré a dormir. Comenzará un nuevo día lleno de ruidos, el mundo volverá a ser un caos sostenido sobre pilares lógicos y razonables en lugar de un arco sujetado, en este extremo, por mi sonrisa. Huele bien la mañana recién hecha. Y la brisa es dulce sobre mis hombros. Es hermoso ver cómo es el mundo instantes antes de que sea real, con un trozo de hielo que se derrite con sabor a ron en la boca, mientras oigo que el reloj del vecino da las seis. Pasa el segundo autobús, y se acaba
el disco: otra versión de Someone to watch over me. Un
portero guarda los cubos de basura haciéndolos rodar con desgana.
La calle se despereza. Pasa un coche. Alguien sube una persiana. Ahora
suena una moto. Y yo apuro el baile hasta que suene tu despertador y
te despiertes y te olvides de que bailamos esta canción, este
amanecer imposible de tan suave. Estoy llorando, mi amor, y es de ternura. Y, seguramente, de ron. Pero son lágrimas dulces y porque me gusta cómo bailas y siento una mano en mi cintura y la otra sosteniendo la mía mientras giramos al mismo tiempo que la Tierra. Al encuentro del día. Pronto se acabará mi turno de guardia y el día entero se pondrá en pie. Se ha disparado una alarma en la calle y su sonido se superpone a las últimas notas de la canción. Voy a lavarme los dientes y a quitarme las lentillas y la camiseta. Y a ponerme el alma porque ya llega el día. Nos cruzamos debajo del arco, tú camino del trabajo y yo de la cama. Buenos días, mi amor. |
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