Nicasio, uno de los tres ancianos que había en aquella habitación, le había quitado la muleta a Wenceslao, otro de los tres ancianos, el cual había caído al suelo por tres veces, y por otras tres se había levantado. Ahora Nicasio se había subido a un taburete e intentaba dejar la muleta encima de un armario. Lo único que le interesaba era perturbar su silencio interior.
Dame la muleta, Nicasio, no la subas al armario, que luego no podré cogerla. Estoy demasiado viejo decía Wenceslao.
¿Para qué necesitas una muleta? Que yo sepa, los gusanos no necesitan muletas para andar. Eres como esa figura de la mesilla. Estás deformado como esa maldita figura. Qué ganas tengo de librarme de vosotros dos.
Devuélvele la muleta, Nicasio, no seas cabrón dijo Olegario, el tercer anciano en discordia.
Le daré la muleta cuando se me antoje, manco de los cojones soltó Nicasio.
Sabes que le falta una pierna dijo Olegario, y nadie al que le falta una pierna puede andar sin muleta.
Que no hubiera luchado con el bando equivocado en la guerra. Así no habría perdido la pierna. Mírame a mí, enterito, y sin haber leído un sólo libro en toda mi vida. Yo siempre he estado con los ganadores. Además, no necesito esas estúpidas figuritas del taller de este maldito asilo. Con la inteligencia no se come bajó del taburete con la muleta en la mano. Dios, cómo odio esa maldita figurita, tan retorcida... ¿Qué mierda significa?
Sin esperar respuesta de los dos ancianos, y con la mano libre, agarró la figura hecha por Wenceslao meses atrás como parte de un programa de creación artística para los ancianos del asilo. Con tanta furia la había agarrado que los cantos afilados de la escultura surrealistas se clavaron en su mano. Nicasio no pudo reprimir su violencia y la estrelló contra el armario. La figura quedó clavada en la madera y luego cayó al suelo. Después Nicasio se apoyó en la muleta.
Tú sólo estás entero para quienes quieren verte entero dijo Olegario, y en este asilo hay poca gente que pueda verte entero.
A pesar de la seguridad inicial, Nicasio cambió un milímetro el rumbo a seguir. Al momento quedó parado en seco y apuntó con la muleta a Olegario.
¿Qué insinúas? ¿Acaso crees que no estoy entero? He tenido más hijos de los que tú puedas llegar a soñar, y todos bien enteritos. No como vosotros dos. Eso es estar entero. Vosotros ni siquiera os podéis valer. Yo no necesito a nadie. Tengo mis piernas y mis brazos.
Habló el hombre feliz dijo Wenceslao, que estaba sentado encima de su cama, al lado de Olegario. ¿Dónde está tu familia?
Van a venir esta tarde siguió Nicasio sin soltar la muleta. Mi familia me quiere mucho, y me tienen aquí para que me recupere de la dolencia de la espalda. Pronto marcharé de aquí.
Claro, lo mismo que el mes pasado dijo Olegario. Nunca saldrás de aquí. Si te recogieron igual que a nosotros, es que nunca saldrás de aquí. Y nadie te va a visitar nunca jamás. Te recogieron en una gasolinera. A mí también. Y a Wenceslao.
Yo no soy como vosotros dijo Nicasio tropezando a cada palabra. Se sujetaba con fuerza a la muleta para no caerse. No soy como vosotros. Yo sadré de aquí.
¿Por qué te comportas de esa manera, Nicasio? decía Olegario. A cada uno de nosotros se nos ha privado de algo. A mí un brazo, a Wenceslao una pierna. ¿Por qué insistes en negar que tú también estás mutilado? El que está aquí no es porque tenga el cuerpo en buen estado. Y menos la cabeza.
Agitando la muleta delante de ellos, Nicasio les dijo que en la vida había ganadores y perdedores, y que a él le había tocado ganar, pues no había perdido ningún miembro. Asimismo les insultó y les dijo que mientras ellos hacían estúpidas figuritas sin sentido, él prefería camuflarse.
Lo que le ocurre a Nicasio soltó Wenceslao es que no sabe leer. Además, tu familia no va a venir a buscarte. Quitarme la muleta no te va a librar de tu mal. Vas a pudrirte aquí.
Ah, bien, bien, muy bien. Los dos mutilados quieren hacerme enfadar decía atropelladamente, como si las palabras tuvieran fuego. Ahora mismo voy a partir la muleta en dos. Vas a andar de nuevo, Wenceslao, cuando las ranas críen pelo.
En cierto modo no sabía si aquello que habían dicho de su familia era para herirle o realmente se correspondía con la verdad. Estaba indeciso, y dentro de sí lloraba con fuerza. En un ataque de tranquilidad, negó con la cabeza mientras se debatía con la muleta. Al no poder siquiera partirla, comenzó a dar golpes al armario y luego pegó una patada a la figura surrealista de Wenceslao. Después Nicasio se subió al taburete ayudándose con la muleta, y quiso finalizar aquella desgraciada demostración de poder ocultando la ortopedia de Wenceslao. De súbito, y mientras seguía encima del taburete, la puerta de la habitación se abrió. Era la profesora de Educación Especial para mayores. Ante la sorpresa, pero principalmente por la voz chillona de la profesora, Nicasio resbaló del taburete, y cayó de espaldas encima de la arista más afilada y surrealista de la escultura de Wenceslao.

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