Serguei

 Josheras

A mis padres, Sergio y Herminia.

Mi padre fue un oso pardo, tirando más a rubio que a castaño. Un oso enorme de gran cabeza, con ojos verdes agrisados y mirada bondadosa. La trufa o nariz sobresalía bastante de su cara y la boca tan fina prácticamente era una raya que cruzaba de lado a lado la parte baja de su rostro.

Cuando yo era pequeña mis brazos llegaban a la mitad de sus patas traseras. Ya de mayor sólo logré rodearle la cintura con mis manos haciendo un gran esfuerzo para que se tocasen las yemas de los dedos. Un día nos contó a mis hermanos y a mí cómo apareció en el pueblo, y sus avatares hasta lograr integrarse. Nació en un Circo Ruso. Sus primeros años los pasó deambulando de pueblo en pueblo, metido en una jaula y atado a una pesada cadena. Intentó escaparse varias veces, y sufrió mucho hasta conseguirlo gracias a su buen amigo el elefante Thor.

Sucedió así: los carromatos empezaron a pararse al vislumbrar detrás de aquella inmensa hoz un gran río; necesitaban agua para saciar la sed y repostar los depósitos. Mi padre, al ver aquel paisaje asió los barrotes con fuerza, él también sentía sed y deseos de correr. Thor le miró y comprendió, lanzó un bramido y entre Lena la elefanta y él consiguieron doblar aquellos pesados barrotes y tronchar la cadena. Mi padre corrió cuanto dieron de sí sus patas y llegó a este pueblo manchego, bañado por el Júcar, con un trozo de cadena colgado de una pata y una tablilla que pendía sobre su pecho en la que se leía: «Serguei, oso estepario, 25/02/1905».

Al principio de su llegada las gentes del pueblo, temerosas de él, le confinaron a un corralón de tapia alta, pero sin ningún tipo de ataduras. En aquel recinto había un abrevadero con un grifo en el centro que le suministraba el agua fresca. En las paredes, huecos grandes enrejados permitían ver todos sus movimientos y administrarle víveres. Feliz, dentro de su escasa libertad, en cuanto alguien merodeaba por allí lucía sus habilidades para ganarse su confianza: andaba de pie, bailaba dando vueltas de puntillas y era capaz de recorrer varios metros dando volteretas. Suponía una atracción gratuita y reconfortante para niños y mayores, los pequeños aupados por sus padres se atrevían a tocarle y él sacaba su pata para acariciarles. Viendo estas cosas, y tras un debate en el Ayuntamiento, se acordó dejarle suelto bajo vigilancia de la guardia civil, que seguía todos sus movimientos.

El resultado no pudo ser más favorable. Serguei les vino como agua del cielo. A Modesto, el de la tienda, le descargaba las cajas del camión de reparto en un santiamén. Alfonso, el maestro de obras, se evitaba usar polea en la restauración de la Iglesia porque Serguei subía los materiales con sus grandes brazos y sin ningún esfuerzo. Pero lo que más le gustaba a mi padre era trabajar en el campo. Podaba los árboles sin usar escaleras, con dos paletadas preparaba los hoyos para las plantaciones. Por ello, Ernesto, el alcalde, acordó con la corporación en pleno firmar un decreto nombrándole jardinero municipal con asignación fija mensual y cartilla de la Seguridad Social. Además de sus atribuciones forestales quedaba encargado del buen funcionamiento del depósito General de Aguas que abastecía al pueblo; por tanto, se le cedía la vivienda adosada a dicho depósito, que aunque pequeña, disponía de un catre para dormir, en un segundo aposento una cocina con los utensilios necesarios para comer y guisar, y en un apartado el inodoro y la ducha, que empezó a usar después de las lecciones necesarias de don Esteban, el veterinario.

Más le costó entenderse con los de su alrededor. Al principio usaba la mímica pero, poco a poco, tras las clases nocturnas de don Pedro, el maestro, empezó a emitir sonidos guturales que más tarde se convirtieron en lenguaje.

En unas fiestas de la vendimia, y cansado de bailar solo, se atrevió a sacar a bailar a mi madre, bastante más patosa, por cierto, pero él la enseñó y ella se dejó llevar. Su cuerpo menudo encontró calor y alegría en Serguei, que se embelesó con ella. De tan singular pareja nacimos cinco cachorros mestizos y nunca nos faltó protección ni cariño.

La alegría ha sido la nota más destacada de nuestra familia, hasta un tres de mayo que murió mi padre. Había ido al huerto a sacar patatas. Le encontramos con la azada en la mano, extendido en la tierra, como entregándose a ella. Sus ojos miraban al sol.

El carpintero tuvo que hacer una caja de tamaño especial. Su tumba es de grandes proporciones, y no sólo por eso se distingue en el cementerio del pueblo, sino porque alrededor de ella crecen flores todo el año.

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