Le digo a mi nietecica Llanos que te ponga cuatro letras para ver cómo estás. Yo no estoy muy mal del todo, pero estuve peor. Ahora me han sacado aquí a la puerta de la casa de mi hija Amparete para que tome el sol. Cuando sale, me colocan en un sillón con cojines para que vea la calle y no me atonte más. Porque dice el médico que lo que tengo me va estropeando poco a poco la cabeza, alguna vez le oí decir mi enfermedad y es un nombre muy raro, suena como si te zumbara un moscardón: «alzecemm».
El mal este me vino cuando me entregué a mis hijos. El día que murió Perico me quedé sola en casa y empecé a ver fantasmas por todos los rincones. Así que se reunieron mis hijos y me explicaron: «Madre, lo mejor es que se entregue, nosotros nos encargamos de venderle la casa y las tierras y a usted nunca le va a faltar nada, cada mes con uno, verá qué corto se le hace el tiempo».
Pero como me dio esta enfermedad, que dice don Antonio el médico que sólo te viene cuando eres vieja, pues estoy con mi hija, porque la pobre no tiene más que chicas y, claro, sus hermanicos dicen que lo mejor que pueden hacer es cuidarme, pues el Juan está en Barcelona y Pedrete en Valencia, y un día les escuché que decían a la Amparete: «No es cuestión de mover a madre de acá para allá porque se estropearía más...»
Mi mayor motivo de escribirte es porque el otro día al oscurecer oí a la vecina que habías vendido la casa de tu marido. Yo estaba en un rincón medio adormilada, y pregunté: «¿Se va a entregar también la Herminia?» «No, madre», dijo mi hija, «si hace mucho que murió...»
Debí de oír mal porque no me gusta ponerme ese aparato en la oreja. No podía ser porque en ese momento estábamos las dos juntas, íbamos a la escuela de doña María con los baberos de cuadros que nos hizo tu madre, y corríamos sin parar de reír. Luego sentí a mi yerno decir: «Déjala, ¿no ves que la mujer no se entera de nada?» Pero mi Amparete tenía los ojos colorados.
Esta noche te he vuelto a ver, íbamos al río a lavar la ropa, bajábamos cantando por la cuesta de la vereda y cuando me han vestido y me han colocado aquí le ha dado a mi cabeza por reinar y reinar contigo, y ahora al sol le digo a mi Llanos: «Nena, escríbeme una carta para mi amiga Herminia que está en Madrid».
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